Nuevo Casas Grandes.- La tragedia no supo cuándo parar. Cuando parecía que el horror ya había tocado fondo con el doble feminicidio de una madre y su hija, el dolor volvió a levantar la mano y cobró otra vida, esta vez sin balas ni golpes, pero con la misma carga brutal de injusticia.

Reidecel Cháidez Melero, de 43 años, primo de Anayeli, murió de un paro cardiaco fulminante luego de enterarse del asesinato de su familiar y de la pequeña Melani, de apenas 12 años. El hombre llegó desde Ciudad Juárez con el corazón encendido de rabia y tristeza, decidido a acompañar a la familia y a exigir justicia. Lo que no sabía es que su propio cuerpo no resistiría tanta indignación acumulada.

La mañana del miércoles, la noticia del crimen estremeció a Casas Grandes. En una vivienda del cruce de las calles Nayarit y Boca Negra, en el barrio de San Antonio, fue localizada sin vida Anayeli C.M., de 32 años. La escena dejó claro que no se trataba de una muerte cualquiera, sino de un acto de violencia que heló la sangre de toda la comunidad.

Desde ese momento, las miradas se dirigieron hacia el esposo de la víctima, Carlos Iván Madrid, señalado como principal responsable. Al mismo tiempo, crecía la angustia por el paradero de Melani, la hija de Anayeli e hijastra del hombre, quien de acuerdo con versiones recabadas, sufría abusos sexuales por parte de quien debía protegerla.

Horas después, el golpe final. En una brecha que conduce a Anchondo, cerca de donde fue abandonado el Chevrolet Impala blanco de la víctima, en la colonia Linda Vista, fue hallado el cuerpo sin vida de la niña. Tenía huellas evidentes de violencia. Ahí, la indignación dejó de ser palabra y se volvió grito.

Familiares y ciudadanos se concentraron frente a las instalaciones de Seguridad Pública Municipal para exigir que el responsable no fuera liberado. Entre ellos estaba Reidecel. Testigos relatan que llevaba ya varias horas protestando, con el rostro desencajado y la voz cansada, cuando de pronto se llevó la mano al pecho y cayó al suelo frente a todos.

El impacto emocional fue demasiado. La rabia, el coraje y el dolor hicieron lo que ninguna agresión directa había logrado: detenerle el corazón. Paramédicos nada pudieron hacer. Reidecel murió ahí mismo, mientras la familia, ya destrozada, veía cómo la tragedia seguía cobrándoles factura.

Así, el caso que comenzó como un doble feminicidio terminó por convertirse en una herida aún más profunda. Tres vidas apagadas por la violencia, directa o indirecta, y una familia que pasó del duelo al colapso en cuestión de horas.

En Casas Grandes, el silencio pesa más que nunca. No solo por las mujeres asesinadas, sino porque el dolor, cuando se acumula sin tregua, también mata. Y esta vez, lo hizo frente a todos.

Con información de PM