En las semanas y días previos a que Donald Trump asumiera el cargo de presidente, prometiendo medidas severas contra los inmigrantes ilegales, grupos de migrantes seguían saliendo a pie desde Tapachula, en el sur de México, con la esperanza de llegar de alguna manera a la frontera norte para el 20 de enero, día de la investidura.
Se unieron a pequeñas caravanas, como una que se autodenominó “Éxodo Trump”.
Muchas de estas caravanas, formadas por unos pocos miles de personas, no logran avanzar mucho. Algunas quedan varadas durante semanas en Tapachula esperando la autorización para viajar por México. Otras son desintegradas por las autoridades mexicanas a pocos días de haber comenzado su recorrido.
Los cruces no autorizados en la frontera de Estados Unidos han disminuido drásticamente tras las nuevas restricciones al asilo implementadas por la administración de Biden y el aumento de la vigilancia por parte de las autoridades mexicanas en las rutas migratorias. Aproximadamente 46,000 personas cruzaron ilegalmente en noviembre, la cifra mensual más baja en los últimos cuatro años.
La mayoría de los estadounidenses escuchó hablar por primera vez de las caravanas migrantes durante el primer mandato de Trump, cuando una gran caravana formada en Honduras se convirtió en el centro de su discurso antiinmigrante antes de las elecciones de medio término. Afirmó que estaba llena de criminales, miembros de la pandilla MS-13 y “personas del Medio Oriente”.
Los medios de comunicación se apresuraron a cubrir la caravana, y se reveló una imagen diferente: madres con bebés, personas mayores, migrantes avanzando a pie incluso cuando tenían que usar muletas.
Desde entonces, se han formado caravanas cada año, aunque con el tiempo se han vuelto más frecuentes y más pequeñas, con el objetivo de atraer menos atención.
La nacionalidad de las personas en las caravanas también ha cambiado.
En 2018, la mayoría de las personas provenían de Centroamérica. Más recientemente, reflejando los cambios en los patrones migratorios, los venezolanos han constituido el grupo más grande. También se encuentran personas de otros países sudamericanos. Una mujer en una caravana reciente llevaba consigo su Biblia desde Perú.
Muchos migrantes se unen a las caravanas porque no pueden pagar a los traficantes o, según ellos, sobornos a la policía mexicana. En los últimos años, a medida que estados del sur de México como Chiapas se han vuelto más peligrosos para los migrantes, algunos también ven en las caravanas una mayor posibilidad de seguridad.
En la región, se sabe que los cárteles extorsionan, secuestran y matan a migrantes.
En la mayoría de los lugares, las caravanas encuentran amabilidad. En los pequeños pueblos de Chiapas, las personas, que a menudo también son pobres, salen de sus casas para ofrecer ropa usada, bocadillos y agua.
“Dios y la ayuda de la gente”, dijo Henry Cifuentes, de Guatemala. “Eso es todo lo que tenemos”.Unidades médicas móviles aparecen en las plazas centrales para vendar pies ampollados y tratar los resfriados y gripes que suelen propagarse entre los grupos mientras marchan.
Atender las necesidades de los migrantes, incluidos los niños, se ha convertido en una parte de la vida en México en los últimos años, mientras cientos de miles de personas de todo el mundo migran hacia la frontera de Estados Unidos.
Caminar durante horas bajo un clima que puede alternar entre un calor sofocante y lluvias torrenciales deja a las personas exhaustas.
La gran distancia entre los pueblos u otros puntos de descanso en México sorprende a muchos después de haber atravesado rápidamente Centroamérica en autobuses o pidiendo aventones.
Algunos migrantes comparan la dificultad de caminar por el sur de México con la de cruzar el peligroso tramo entre Colombia y Panamá conocido como el Tapón del Darién.
Muchas personas abandonan la marcha después de unos días.
Otro gran desafío de unirse a una caravana es la espera, dicen los migrantes, algo que ha sido aún más difícil recientemente. “Tenemos prisa por llegar rápido a la frontera antes de que todo cambie”, comentó Juan Gregorio Campo Mesas, de Venezuela.
Los grupos suelen estar organizados de manera informal alrededor de líderes que anuncian el horario del día. Las caravanas pueden retrasarse por desacuerdos, o porque las personas se desmayan o las familias necesitan descansar a la sombra. En ocasiones, las caravanas son detenidas e interrogadas por la policía.
En enero, la ansiedad se apoderó de las caravanas que habían salido de Tapachula o que esperaban su oportunidad para dirigirse al norte.
Las personas se preguntaban si Trump iba a cerrar completamente la frontera, y el optimismo inicial comenzó a desvanecerse. “Es un miedo que tengo”, dijo Carlos Reina, de Venezuela.
Muchos migrantes abandonaron las caravanas. Algunos regresaron solos hacia sus países de origen, llevando las banderas y carteles que habían hecho para ondear mientras caminaban.