Durante los últimos años, he llevado una lista de planes descabellados que varios gobiernos y funcionarios han propuesto para aumentar la tasa de natalidad en sus envejecidos países. Algunos de los más creativos proceden de Rusia.
El alcalde de una ciudad del suroeste de Rusia animó a los hombres a “acercarse sigilosamente a sus mujeres para que nazcan 10.000 niños en exactamente nueve meses”. Algunas regiones están dando bonos de pagos fijos a las mujeres que se convierten en madres mientras aún están en la escuela, y una versión rusa del programa de la MTV 16 y embarazada, que originalmente desalentaba el embarazo adolescente, se ha rebautizado como Mamá a los 16, con el fin de promoverlo. Un político animó a las mujeres a llevar minifaldas para aumentar los nacimientos, mientras que un funcionario del Ministerio de Educación del país abogó por las “discotecas escolares” para fomentar el “romanticismo infantil”. Un ministro de salud regional ha dicho a los rusos que mantengan relaciones sexuales durante las pausas en el trabajo.
Ahora, una mezcolanza de conservadores religiosos y tecnofuturistas están llevando a Estados Unidos a la refriega. Las ideas que, al parecer, está considerando el gobierno de Donald Trump —premios del gobierno para las madres de seis o más hijos, educación sexual centrada en enseñar a las mujeres cuándo son fértiles, un pago de 5000 dólares al dar a luz— pueden sonar comparativamente inofensivas, pero comparten una cualidad que une a muchos intentos natalistas fracasados hasta ahora: no demuestran ni siquiera una mínima familiaridad con la vida y las preocupaciones de las mujeres modernas.
Hasta la fecha, ninguna política gubernamental ha mejorado significativamente las tasas de natalidad de su país durante un periodo sostenido, al menos ninguna política cuyas lecciones sean fácilmente transferibles a otros países. Eso no significa que tales políticas no puedan existir. Significa que los legisladores están buscando en los lugares equivocados. En un informe reciente, la directora del Fondo de Población de las Naciones Unidas señaló que, en todo el mundo, la gente no puede tener las familias que desea. En respuesta, sugiere que “todos nosotros, incluidos los legisladores, deberíamos preguntarnos qué quiere y necesita la gente, no como una ocurrencia tardía, sino como la primera y más importante indagación al considerar las cuestiones de población”.
Estados Unidos ha hecho que la crianza sea insólita e innecesariamente difícil. El cuidado de los niños y el alquiler son inasequibles; la asistencia médica, incluso cuando está subvencionada, es una pesadilla de trámites burocráticos; los permisos familiares son demasiado cortos y escasos; todo el mundo se siente sobrecargado de trabajo y poco productivo.
Como han observado las activistas climáticas Meghan Elizabeth Kallman y Josephine Ferorelli, Estados Unidos “ya es un país antinatalista en todo menos en el nombre”. En lugar de intentar persuadir a las mujeres para que tengan un gran número de hijos en circunstancias castigadoras, los dirigentes estadounidenses deberían empezar por facilitar que las mujeres tengan el número de hijos que decidan tener. En el proceso, quizá descubran que las mujeres quieren tener más.
Las encuestas realizadas en los últimos años muestran que los estadounidenses ya quieren tener más hijos de los que tienen; les gustaría tener entre 2,1 y 2,7 hijos en promedio según el sexo y el grupo de edad consultado, lo que supone entre la mitad y un hijo completo más de los 1,6 que las mujeres tienen en la actualidad. Hasta que alguien descubra cómo fabricar úteros artificiales (y créeme, mucha gente lo está intentando), ninguna política natalista va a conseguir ningún avance si no empieza con dos preguntas: “¿Qué es lo que está dificultando las cosas a las mujeres en este momento?”, como dijo recientemente Corinne Low, experta en economía, política pública y género de la Wharton School, en una conversación conmigo, “¿y cómo solucionamos esas cosas?”.
Entonces, ¿qué necesitan realmente las mujeres estadounidenses? O dicho de otro modo, ¿hay alguna forma de ser natalista sin ser también patriarcal?
Primero, algunos datos sobre las mujeres estadounidenses. Una parte cada vez mayor de ellas son solteras; según un cálculo, más de la mitad de las mujeres sin estudios universitarios nacidas a mediados de los años de 1990 serán solteras cuando tengan 45 años. Entre las mujeres en edad reproductiva, una gran mayoría trabaja. Las mujeres tienen cada vez más hijos a una edad más avanzada. Y a pesar del creciente poder adquisitivo de las mujeres, siguen realizando la mayor parte de las tareas domésticas, incluso cuando sus esposos están desempleados.
Pero cada vez se casan menos mujeres, al menos en parte porque les cuesta encontrar hombres atractivos. Además del problema de la pareja, muchas mujeres afirman que las preocupaciones económicas son un obstáculo importante para tener hijos (o tener más hijos).
Por tanto, ayudar a las mujeres heterosexuales a tener hijos exigirá abordar la dinámica de género tóxica antes y dentro del matrimonio, y comprometerse a una ayuda económica real y continuada, no un “regalo de parto” puntual que las mujeres con las que he hablado, de todo el espectro político, consideran francamente ofensivo como incentivo para tener un hijo.
El planteamiento que se está proponiendo al presidente Trump —una pizca de incentivos combinada con una duplicación de los roles de género conservadores— tiene precedentes fallidos en todo el mundo. Es improbable que las mujeres cedan voluntariamente sus recién conseguidos logros educativos, su independencia económica y su autonomía reproductiva, por mucho que los legisladores insistan en que lo que las mujeres quieren en realidad son ocho hijos, un marido inútil y una medalla del gobierno.
Estos esfuerzos no son sutiles. En Hungría, donde el gobierno ha invertido mucho dinero en sus esfuerzos natalistas con escasos resultados, Katalin Novak, entonces ministra húngara de Familia, pronunció en 2020 un discurso grabado en video en el que aconsejaba a las mujeres que no buscaran sueldos o puestos comparables a los de sus homólogos masculinos. “No crean que nosotras, las mujeres, debemos competir siempre con los hombres”, amonestó.
China ha liberalizado su política del hijo único a tres, pero su torpe empeño en que las mujeres vuelvan a un papel de género servil está encontrando pocos adeptos. En China, las mujeres solteras ni siquiera pueden congelar sus óvulos. Al igual que Estados Unidos, tanto Hungría como China han restringido el acceso al aborto.
En 2016, el gobierno de Corea del Sur creó un mapa que mostraba el número de mujeres en edad reproductiva en cada región, subrayando su enfoque instrumental de la fertilidad femenina. En respuesta, las mujeres indignadas crearon un “Mapa de hombres con disfunciones sexuales” y el “Mapa de compradores de sexo en Corea”. En la década transcurrida desde entonces, la brecha de género en el país se ha acentuado, por lo que no es de extrañar que todo el gasto natalista del país en cosas como primas para bebés no parezca estar funcionando. Ahora, el 4B, un pequeño pero influyente movimiento de activistas feministas que llama a boicotear las citas, el sexo, el matrimonio y el parto heterosexuales, se ha hecho viral en todo el mundo, y ha prendido en Estados Unidos tras la reelección de Trump.
En el país de Georgia, el patriarca Ilia II de la Iglesia ortodoxa georgiana se ofreció en 2007 a bautizar personalmente cualquier tercer parto o parto superior de una mujer ortodoxa georgiana casada. Eso parece haber funcionado. En la década siguiente al inicio de esos bautizos masivos, la tasa de natalidad de las mujeres ortodoxas georgianas casadas aumentó un 42 por ciento.
La política de Georgia tuvo éxito porque predicaba literalmente a los conversos: aproximadamente el 80 por ciento de la población del país forma parte de la Iglesia ortodoxa georgiana, y el patriarca Ilia es la figura pública más respetada del país. En Estados Unidos, las comunidades más fértiles son también las religiosas. El libro de la economista Catherine Pakaluk, Hannah’s Children, basado en decenas de entrevistas a mujeres estadounidenses que han tenido cinco o más hijos, concluye que para que nazcan más bebés es necesario ampliar el papel de la religión en la vida pública. Sin embargo, las mujeres jóvenes cada vez quieren saber menos de la religión organizada.
Es posible que, dentro de la burbuja MAGA, algunas aspirantes a esposas tradicionales estén realmente motivadas por la perspectiva de una medalla, o tal vez un memecoin, de Trump (aunque si llegarán hasta el bebé número 6 para cuando termine su mandato es una incógnita). En general, sin embargo, es casi seguro que las políticas actuales de Trump conseguirán lo contrario de lo que pretenden.
Una larga encuesta sobre el sentimiento de los consumidores reveló que la confianza de las mujeres en la economía se ha hundido desde que Trump volvió al poder, cayendo mucho más que la confianza de los hombres. Es poco probable que este pesimismo empuje a la maternidad a una cohorte ya ansiosa de mujeres en edad reproductiva. En Italia, los demógrafos han descubierto que las malas noticias económicas se asocian a un descenso de la fecundidad, mientras que las noticias positivas sobre la economía se asocian a un aumento de la fecundidad. Decir a los padres que no pueden comprar a sus hijos todas las muñecas que quieran seguramente tampoco ayudará.
Tras el retroceso de los derechos reproductivos debido a la decisión sobre el aborto de Dobbs, de la que Trump se atribuye el mérito, aumentó el número de mujeres que obtienen métodos anticonceptivos permanentes, como la esterilización tubárica, así como el número de abortos practicados. “Si nos fijamos en otros lugares de la historia, forzar a las mujeres a tener hijos no funciona”, dijo Lynn Paltrow, fundadora de Pregnancy Justice. “Las mujeres harán lo que sea necesario para proteger no solo su propia vida y su salud, sino a la familia de la que son responsables”, señaló, aludiendo al hecho de que la mayoría de las mujeres que abortan ya tienen al menos un hijo.
El régimen más favorable a la mujer y a la natalidad que he conocido hasta ahora es el de Dinamarca, donde se subvencionan las guarderías y se concede un amplio permiso parental. El ministerio de salud pública, que ha ofrecido gratuitamente la fecundación in vitro tanto a mujeres solteras como a parejas hasta que la mujer cumple 41 años, ha empezado recientemente a cubrir el tratamiento para un segundo hijo. En la actualidad, la reproducción médicamente asistida representa aproximadamente el 12 por ciento de los nacimientos en Dinamarca, frente a poco más del 2 por ciento en Estados Unidos.
Soren Ziebe, que ayudó a supervisar la mayor clínica pública de fertilidad de Dinamarca durante dos décadas, dijo que los legisladores se centran en ayudar a las personas —mujeres y hombres— que desean tener familia a hacer realidad ese sueño, incluso ayudándoles a superar la infertilidad. Le envié un correo electrónico para ver si quería hablar del natalismo y de la reciente ampliación del programa de FIV del país, pero no había oído mencionar el natalismo en el contexto danés, y tuvo que explicar lo que significaba el término a algunas de sus compañeras, que nunca lo habían oído. “Intenté buscarlo”, me dijo cuando hablamos, pero encontró unas cuantas definiciones diferentes. En Dinamarca, dijo, “la discusión pronatal no es una discusión que tengamos en absoluto”.
Las políticas danesas no han cambiado la trayectoria del descenso de la natalidad en el país, que ahora es de aproximadamente 1,5 por mujer. Pero han ofrecido un apoyo real a quien tiene hijos. ¿Podría un planteamiento así producir un aumento mensurable de la tasa de natalidad estadounidense? Este país ni siquiera lo ha intentado.
Las mujeres estadounidenses están en un punto de ruptura; una abrumadora mayoría de ellas, independientemente del partido, dicen que quieren permisos familiares y médicos remunerados. Como ha observado la socióloga Jessica Calarco, otros países tienen redes de seguridad. Estados Unidos tiene mujeres.
Las ideas que se barajan actualmente no hacen nada para abordar los obstáculos que impiden a las mujeres tener hijos que ya desean tener. En cambio, provocan burlas y horror, al menos entre mi grupo de mujeres en edad reproductiva. “Esto es una locura”, dijo una amiga en respuesta a un reciente artículo de prensa. “Que Dios nos ayude”, escribió otra. Lo más probable es que un conjunto de propuestas que incluyera servicios de guardería asequibles, asistencia sanitaria universal y permisos familiares pagados provocara una reacción diferente: alivio. Seguridad. Quizá incluso uno o dos bebés más.