Vivimos en una cultura impregnada de terapia, en la que las personas están ansiosas por aplicarse conceptos psicoterapéuticos a sí mismas y a sus relaciones más cercanas. Eso incluye, naturalmente, la relación con nuestros padres. Pero el deseo de comprender los cómos y los porqués de la influencia emocional de nuestros padres no es nada nuevo. De hecho, un poema clásico de Philip Larkin, “This Be the Verse”, zumbaba en mi mente mientras preparaba esta entrevista con la psicóloga clínica Lindsay C. Gibson, autora del libro Hijos adultos de padres emocionalmente inmaduros. El poema de Larkin empieza así: “Te estropean mucho, papá y mamá./ No es a propósito, pero lo hacen./ Te colman de sus equivocaciones./ Y añaden otras, para ti solito”. (Los aficionados a la poesía se darán cuenta de que he cambiado una palabra soez por una limpia. Perdóname, Philip).

Pero, ¿qué hacemos con el viejo conocimiento de que los padres pueden doblegarnos de manera perjudicial? Ahí es donde entra Gibson. Su libro se ha convertido en un éxito de ventas constante desde que se publicó en 2015 y ha suscitado devoción en las redes sociales con millones de personas que han visto videos de gente hablando sobre él. En el libro, Gibson sostiene que la clave para comprender los comportamientos parentales perjudiciales es, como sugiere su título, la noción de inmadurez emocional. Aún más, esa inmadurez parental tiene efectos negativos en los niños que duran hasta la edad adulta. Pero afortunadamente, según la especialista, es posible librarse del peso de esos padres emocionalmente inmaduros. Aunque eso signifique, en casos drásticos, romper la relación por completo.

Así que, como alguien para quien el poema de Larkin suena a verdad, tenía mucho que preguntarle a Gibson, así como un buen grado de escepticismo sobre su trabajo, que ella estaba dispuesta a aceptar, y que a veces todavía me hace murmurar para mis adentros: “Padres. Ay”.

La definición general de padres emocionalmente inmaduros es la de padres que se niegan a validar los sentimientos e intuiciones de sus hijos, que pueden ser reactivos y que carecen de empatía o conciencia. Pero ¿puedes darme ejemplos de comportamientos emocionalmente inmaduros?

El mayor es el egocentrismo. Imagina que una persona empieza y termina todas sus consideraciones con lo que es mejor para ella: eso es egocentrismo. Acabo de empezar a ver Los Soprano por primera vez. Si escuchas el diálogo, le han atinado completamente, porque todo siempre vuelve al punto de vista del personaje emocionalmente inmaduro. Siempre todo gira en torno a ellos. Otra es la falta de empatía. Los padres no lo entienden. Dicen: “¿Por qué te molesta tanto esto?”. O: “No es para tanto”. No pueden entrar en la realidad de la verdad emocional de su hijo.

A veces, esas características pueden aparecer incluso entre los mejores padres. Entonces, ¿cómo distinguir entre un comportamiento paterno con defectos que es normal y un comportamiento lo bastante perjudicial como para elevarse a la etiqueta de “emocionalmente inmaduro”?

Si consideras que la madurez y la inmadurez emocionales se encuentran en un continuo, todos tenemos un punto en el que tendemos a situarnos. Eso no significa que nos quedemos ahí. Si estás cansado, enfermo o estresado, no vas a ser tan maduro emocionalmente como podrías serlo cuando estás descansado, bien y no estresado. Sin embargo, si estás en uno de estos estados comprometidos, es posible que hagas algunas cosas que parezcan inmaduras, pero te van a molestar. Vas a pensar en lo que has hecho. La persona emocionalmente inmadura, es como: “Eso fue en el pasado. ¿Por qué sigues con eso?”. La persona emocionalmente más madura entendería por qué sigues molesto, y va a hacer algo que indique que ha sentido la experiencia de esa otra persona.

Mi corazonada es que la gente llega a la conclusión de que sus padres eran emocionalmente inmaduros en la edad adulta: es una visión retrospectiva. Si eso es cierto, y los adultos sienten una falta de realización o infelicidad, ¿cómo saben que esos sentimientos se deben al comportamiento de sus padres y no a otros factores?

Lo que suele ocurrir en terapia es que la persona llega y tiene algún problema inmediato. Quizá tengan un problema en su relación o en su trabajo. Quizá hayan tenido un ataque de pánico. Normalmente, en las primeras sesiones, no oyes hablar necesariamente del padre. A las cinco o seis sesiones, les preguntas: “Antes de que empezaras a sentirte tan mal, ¿qué había pasado esa noche?”. Entonces descubres que su padre dijo algo completamente irrespetuoso, y empiezas a establecer conexiones. Descubrimos que tenían reacciones profundas a cosas que sus padres hacían y decían, pero fueron entrenados para no verlas como legítimas. Pensaban que eran desleales o mezquinos por sacar el tema. Yo me sentaba allí y mi mente decía: “Esa persona que describen es tan narcisista” o “Parece que tiene un trastorno límite de la personalidad”, pero tenía que encontrar la manera de traducirlo en comportamiento para que pudiéramos hablar de eso sin etiquetar de forma que sus padres parecieran patológicos.

¿Etiquetar a los padres de alguien como “emocionalmente inmaduros” no es una especie de patologización?

Se podría argumentar que sí. No hay manera de eludir el hecho de que estás reduciendo a esa persona a la que aman a un conjunto de rasgos, y le das un nombre. Es peyorativo. Pero cuando dices “emocionalmente inmaduro”, eso no es del manual de diagnóstico. Aunque es una forma de categorizarlos, tiene un tono más explicativo. Si dices: “Tu padre es narcisista”, me viene inmediatamente la caricatura de un narcisista. Pero, si digo: “Parece que tu padre es emocionalmente inmaduro”, eso tiene algo de gracia.

Si alguien va y le dice a su padre: “Creo que eras un padre emocionalmente inmaduro”, ¿cómo podría un padre refutar eso?

Si tan solo dijeran: “Dime qué quieres decir con eso”. Eso demostraría la curiosidad y la preocupación por lo que su hijo estaba expresando. Las personas emocionalmente inmaduras cierran la puerta porque saben que no manejan muy bien las cosas emocionales, y su mejor defensa es no entrar en ellas y señalarte con el dedo.

¿Cuándo el distanciamiento es la mejor opción?

Eso es algo en lo que empiezo a pensar cuando comienzan a tener problemas físicos o emocionales directamente asociados al contacto con sus padres. Digamos, una mujer que tenía unos padres muy exigentes, egocéntricos y emocionalmente inmaduros, y ellos esperaban que ella acudiera a toda prisa, los ayudara e hiciera algo por ellos. Sus padres eran tan dependientes como sus hijos y también sentían que tenían derecho a serlo, así que ella estaba agotada porque cuando la arrastraban a esas interacciones no había intercambio de energía. Es como si necesitaran más, y ella es una mala persona porque intenta ponerles un límite. Siempre es frustrante, y nunca sientes que estás haciendo lo suficiente. Esta mujer en la que estoy pensando, estaba desarrollando síntomas físicos relacionados con el estrés, y fue como: “Ok, hablemos del efecto sobre tu salud”. Entonces puedes plantearle a la persona: “¿Quieres seguir visitándola?”. Muchas veces, es la primera vez que les pasa por la cabeza ese pensamiento.

No se daban cuenta de que el alejamiento era una posibilidad.

No, no lo sabían, y cuando se les ocurre esa idea, empieza a quedar al descubierto todo ese acuerdo que está implícito en la relación. Que consiste en que el progenitor puede hacer lo que quiera, y se supone que el hijo adulto debe seguirle la corriente o se estará comportando como un mal hijo. Hay una obligación moral que no solo está implícita, sino que se afirma explícitamente: si tengo una necesidad, debes estar ahí porque eres mi hijo. Intento que sientan el costo que eso tiene para ellos, que a menudo han ignorado por completo porque no quieren ser malas personas.

¿Qué puede decir la actual popularidad de tu libro sobre la cultura actual?

Gran tema. [Ríe] Creo que la popularidad actual del libro se debe al hecho de que dice algo sobre el estereotipo cultural que hemos tenido sobre los padres durante eones: que todos los padres quieren a sus hijos; que todos los padres solo quieren lo mejor para sus hijos; que todos los padres ponen a sus hijos en primer lugar; que los niños pueden confiar en que sus padres estarán a su lado cuando nadie más lo esté. Creo que la experiencia real de la gente es que estos estereotipos y estas ideas no coinciden con su experiencia emocional.

Creo que es justo decir que uno de los problemas de la vida contemporánea es cómo etiquetamos a otras personas de formas que son reductivas o que no reconocen la multidimensionalidad. ¿Hay alguna parte de ti que piensa que no es bueno que las personas que han leído tu libro piensen en su padre y digan: “Oh, eres emocionalmente inmaduro y eso es lo que te define ahora”?

Absolutamente, creo que es un peligro. Ese es el problema de la parte categorizadora de nuestra mente. Una vez que le damos un nombre a algo, creemos que lo sabemos todo sobre eso. Por otra lado, cuando reduces y aíslas los factores operativos, eso no solo te da una forma de reconocerlo, sino de controlarlo y hacer algo al respecto. Así que es un punto válido, David, pero es un punto que podrías decir sobre cualquier cosa en la que tengas una categorización efectiva: que simplifica en exceso y lleva a conclusiones en blanco y negro que no son útiles. Yo solo he intentado moderar eso ayudando a la gente a ver más del panorama general de por qué estas personas se volvieron emocionalmente inmaduras, qué intentan hacer con ese tipo de comportamiento y qué se puede hacer al respecto.

Tengo una relación distante con mi padre biológico. Hay mucho dolor ahí. Lo he visto dos veces en los últimos 20 años; quizá nos escribamos cuatro veces al año. Es una relación distante por elección mía, pero creo que alguien más compasivo probablemente encontraría la manera de tener una relación que no fuera tan distante. Entonces, ¿cómo pensamos en la idea de compasión en ese caso?

Para las personas emocionalmente inmaduras, tu compasión se convertirá en un arma, porque su egocentrismo hace que estén decididas a ser la parte inocente, a ser la víctima y a que dejes de lado tus necesidades para satisfacer las suyas. Por eso, cuando trabajo con personas que han sido criadas por gente así, siempre tengo mucho cuidado a la hora de insistir en la compasión, el perdón, cualquiera de esas cosas que dicen: “Aunque me hayas tratado mal, aunque me hayas invalidado y me hayas hecho sentir mal conmigo misma, aunque hayas intentado controlarme y manipular mis emociones, voy a ser empática y sentir simpatía por ti”.

¿Los hijos les deben algo a los padres?

Yo veo esa pregunta de otra manera. Yo la veo como: ¿alguno de nosotros le debe algo a alguien?

¿Cuál es la respuesta?

La respuesta es: sí, creo que sí. Si voy andando por la calle y alguien tropieza y se cae, me detendré y lo ayudaré a levantarse. No me gustaría vivir en un mundo en el que eso no existiera, pero lo que ha ocurrido es que se ha dado por sentado que, como eres mi hijo, me debes algo. O, tengo derecho a tu atención, y puedo tratarte como quiera porque somos familia. Ahí es donde se llega a un punto en el que debería haber un límite. Conoce lo que te va a costar responder. Piensa también en ti y luego toma la mejor decisión.

La gente podría decidir: “Mi infelicidad tiene que ver con haber sido criada por unos padres emocionalmente inmaduros, y trabajaré en eso”. Luego, a los seis meses, se dan cuenta de que todavía hay un montón de cosas por las que son infelices. Entonces, ¿cómo entendemos cuáles deben ser nuestras expectativas de felicidad?

Si alguna vez observas a los niños pequeños, su configuración base es la felicidad, y eso se debe a que funcionan espontáneamente y hacen la siguiente cosa que les parece interesante. Siguen sus energías de manera natural. Creo que eso es lo que también ocurre con las personas. Si se sienten liberadas para decir no a las cosas que matan su energía, si no se sienten culpabilizadas para actuar con más compasión o amor de lo que realmente sienten, si les quitamos estas cosas, es como un corcho que sube a la superficie del agua. La persona emocionalmente inmadura necesita que otras personas la estabilicen emocionalmente, la hagan feliz y también amortigüen su autoestima. Cuando podemos hacernos a la idea de que no estamos en este mundo para funcionar como una especie de mecanismo auxiliar de supervivencia para quien no puede hacerlo por sí mismo, empezamos a sentir que recuperamos nuestra energía. Eso es la felicidad. La felicidad es como la energía libre.

Antes has advertido contra la idea de la compasión. Al mismo tiempo, quiero aferrarme a la idea de que la persona emocionalmente inmadura, probablemente esté luchando. Ellos también merecen una oportunidad. ¿Cómo abrimos la puerta a la posibilidad del cambio y la reconciliación y la comprensión sin compasión?

No. No creo que debamos hacer nada sin compasión. Pero a lo que me refiero es que con las personas con las que trabajo en psicoterapia, los hijos adultos de estos padres emocionalmente inmaduros, en realidad el problema era un exceso de compasión. Lo que he visto es que la compasión se impone a la autoconservación instintiva, y la persona se siente demasiado culpable, demasiado avergonzada y demasiado insegura de sí misma para pensar siquiera en lo que es saludable para ella.

¿Cuánto puede cambiar la gente?

No creo que haya mucha posibilidad de cambio a menos que tengas autorreflexión, y tienes autorreflexión porque tienes un sentido del ser. Has desarrollado un sentido de ti mismo porque se han satisfecho tus necesidades emocionales y se te ha respondido como ser humano lo bastante pronto como para que ese sentido de ti mismo entre ahí. Volviendo a Los Soprano, eso es lo que intentaba hacer su terapeuta. Logró que Tony empezara, de forma minúscula, a ser autorreflexivo. Eso hace que el cambio sea posible. Creo que hay momentos demoledores que cambian permanentemente tu visión de algo o tu forma de pensar. Ese tipo de cambio puede ocurrir en un instante. Es como si una articulación volviera a su sitio. Se produce un clic y es como si todo empezara a reorganizarse en torno a esa nueva comprensión. Sin embargo, lo que he descubierto es que el mayor cambio que la gente parece haber obtenido de la terapia es que se dan cuenta de su propia experiencia interior. Ahora saben cómo les afectan las cosas, lo que realmente sienten, lo que realmente piensan, y lo usan para guiarse en sus relaciones y en sus vidas. La comprensión no es un ejercicio intelectual. Es como un despertar, una toma de conciencia de que este es quien soy.

Cuando hablamos de relaciones entre personas, ¿existe “la verdad”? Por poner mi propio ejemplo: tengo lo que creo que es una comprensión veraz de mi relación con mi padre biológico y de cómo me afectó en la adultez. También creo que él tiene su propia interpretación que, en su opinión, es verdadera. Entonces, ¿qué significa la verdad en tu contexto?

Bueno, no hay ningún ojo en el cielo que vaya a darnos un día la respuesta, pero creo que podemos sentir lo que es la verdad para nosotros mismos. Aunque sea algo malo, aunque sea un pensamiento doloroso, sigues teniendo esas experiencias de… he tocado la verdad de algo. En lo que respecta a los seres humanos, lo mejor que podemos conseguir es esa sensación interna de cuál es nuestra verdad. Y, por supuesto, la próxima pregunta será: ¿Y si soy un teórico de la conspiración o una personalidad paranoica?

Ni siquiera tiene por qué ser tan extremo, ¿y si se me ha ocurrido algo que me resulta más aceptable?

Pues entonces tienes un problema, y lo que ocurrirá es que la realidad te azotará [risas].

Pregunté sobre el problema de la felicidad, y tu respuesta fue en términos de que la configuración básica de los niños es la felicidad. Me preguntaba si eso podría ser una idealización de la infancia. Tengo dos hijos, y los llevo al patio de recreo, y si escudriño el patio, veo ira, miedo, conflicto, además de sentimientos felices. Pero si nuestra expectativa sobre la infancia es una en la que la felicidad es la norma, ¿eso podría conducirnos retrospectivamente a sentimientos de decepción como adultos?

Creo que a lo que quería llegar es a que si se satisfacen las necesidades básicas de los niños, quieren ir a experimentar cosas que les hagan aún más felices. Sin embargo, lo que ves en el patio de recreo es un grupo de niños que navegan por un mundo al que no le importa nada su felicidad básica.

Me suena familiar

Sí, suena familiar. Así que, como están rebotando contra eso en sus vidas, van a tener todas estas emociones. Pero la búsqueda de la felicidad, creo que es la razón por la que las plantas buscan el sol. Es universal. Las cosas que están vivas quieren florecer. Van hacia lo que sea que vaya a maximizar su crecimiento y experiencia óptimos. Eso es lo que yo creo. Así que creo que eso es lo que hacen los niños pequeños. Pero como viven en un mundo en el que tienen que ser vigilados y controlados por los padres, van a tropezar con todos esos bloqueos, y eso les hará infelices. Desde luego, no es una existencia ideal. Pero es importante que recordemos que tenemos algo dentro de nosotros —lo que yo llamaría el núcleo de nuestro ser— y que este núcleo nos dice cuándo estamos recibiendo lo que necesitamos. O cuando nos están tratando mal.

¿En qué medida son los padres responsables en última instancia de quiénes nos convertimos en adultos?

Un 53 por ciento.

Oh, perfecto

Supongo que realmente quieres que responda eso.

Por supuesto que sí

Yo diría que importa mucho. Estaba bromeando cuando dije 53. Creo que es mucho más alto. Pero hay que tener en cuenta que, aunque sea el 73 por ciento, esa otra parte —la genética, lo físico— es enorme. De la mezcla no estoy segura. Pero sí sé que puedes estropearlo pronto si no prestas atención a lo que necesitas cuando eres joven.