Sobre los árboles, pero también en las fachadas de edificios, en algunos vehículos y por numerosos rincones alrededor de Israel, saltan a la vista los listones amarillos.

"Vuelvo a casa, ya cumplí mi condena / (...) si aún me quieres / pon un lazo amarillo en el viejo roble", versa aquel éxito musical de inicios de los 70, cuya anhelada señal de bienvenida se convirtiera en distintivo para diversas causas, ya fuera en homenaje a los soldados estadounidenses enviados a la guerra de Vietnam; durante la crisis de los rehenes en Irán, o en movimientos a favor de los derechos civiles y democráticos en Asia.

"(El lazo amarillo) es un símbolo que empezó en Estados Unidos para que la gente regresara a casa, desde soldados hasta prisioneros de guerra", refrenda el guía turístico Avi Biran durante un recorrido por el histórico puerto de Jaffa, en el extremo sur del paseo marítimo de Tel Aviv.

En el caso de Israel, el propósito de las cintas amarillas es la exigencia de liberación inmediata de todos aquellos tomados como rehenes durante el ataque perpetrado por el movimiento islamista palestino Hamas el 7 de octubre de 2023, hecho que detonó la guerra en curso. De ahí que también se vea por todos lados, en amarillo y a veces junto con sus rostros, el mensaje Bring them home now ("Tráiganlos a casa ahora").

El regreso de decenas de esos rehenes desde Gaza, a cambio de la liberación de cientos de prisioneros y detenidos palestinos en Israel, estaba al centro de la tregua que a inicios de este año había conseguido detener el devastador conflicto luego de 15 meses; mas solo duró algunas semanas, ya que el Gobierno que encabeza el Primer Ministro israelí, Benjamin Netanyahu, reinició las operaciones armadas el 18 de marzo pasado.

En consecuencia, ciudadanos han salido a las calles a protestar, preocupados por la seguridad de los 58 aún cautivos -24 de los cuales se cree que están vivos-. Y lo que se ha hecho evidente es que, si bien la liberación de los rehenes es una causa compartida por todos en Israel, el modo de conseguirlo polariza las posturas, pues mientras algunos no conciben mayor opción que la guerra, otros genuinamente exigen un alto al fuego.

En un frente distinto, el de la opinión pública y la percepción que se tiene del País -que las propias autoridades reconocen como un ámbito clave para la seguridad-, las zonas de ataque y los memoriales creados a partir de la ruina son aprovechados para difundir una narrativa capaz de influir en los afectos a tal grado que se puedan sumar simpatías en favor de Israel.

"Todo lo que les pedimos es que se conviertan en embajadores de la verdad. Eso es todo lo que queremos", dice Adam Ittah, reservista de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), a la delegación de prensa invitada por el Ministerio de Asuntos Exteriores para atender el congreso Cybertech Global Tel Aviv 2025, celebrado la última semana de marzo.

Y sí que es verdad que la masacre que sufrieron ha dejado una herida que permanece abierta, sobre todo en tanto no tengan de regreso a quienes les fueron arrebatados; pero verdadero es también que la feroz respuesta del Gobierno de Netanyahu no ha distinguido entre civiles y combatientes, y con ánimo propagandístico se intenta justificar una agenda con la que ni siquiera todos los israelíes están de acuerdo.

Vida vs. Muerte

A 5 kilómetros de Gaza, el kibutz Be’eri, recordado como un paraíso terrenal donde prosperó la vida en comuna, es hoy un agónico testimonio de la tragedia.

En un primer vistazo de lejos, pareciera que un huracán u otro desastre natural hubiera provocado tal estrago; de cerca, los agujeros de bala, las marcas del fuego y las estructuras deformadas por las explosiones revelan la conflagración provocada por los palestinos gazatíes en octubre de 2023.

“Entraron por la valla de allá; ése es el lado oeste, el más cercano a Gaza. Hicieron un agujero en la valla, y entraron con armamento pesado y una fuerza considerable”, cuenta Dotan Nave, diseñador gráfico de 36 años, nacido, criado y afincado la mayor parte de su vida en Be’eri.

Su abuela, relata el joven, fue parte del grupo de migrantes iraquíes que en 1946 —dos años antes de la propia instauración de Israel como Estado— fundaron esta comunidad dedicada a la agricultura, como es usual en los kibutz, aunque su mayor ingreso provenía de su imprenta, una de las más grandes de Oriente Medio.

Antes del ataque, que sorprendió a los locales alrededor de las 7:30 horas, mil 200 personas habitaban dentro de este sitio de unos 3 kilómetros de extensión; hoy quedan sólo 100, pues la mayoría de quienes sobrevivieron, incluido Nave, se encuentran en hogares temporales en otro kibutz cerca de Beersheba, al sur de Israel.

“Todavía no nos sentimos seguros para regresar debido a la situación actual en Gaza, y algunos de nosotros todavía estamos en duelo o procesando la pérdida”, comparte Nave, cuyo padre, de 76 años, fue asesinado a tiros durante el ataque.

Alrededor de 300 terroristas, a decir del joven, invadieron Be’eri aquel día; “empezaron a ir casa por casa, matando, asesinando, secuestrando, lo que fuera. Y también quemando las casas”.

“Muchas veces quemaron las casas porque querían que la gente saliera para poder dispararles”, narra Nave en un recorrido por algunos de esos hogares que, a más de un año de la agresión, lucen todavía las huellas de la misma con el propósito de mostrar al mundo la magnitud del horror.

Un columpio de colores que hasta ahora permanece colgado en su sitio —¿por casualidad?— contrasta con los escombros de todo aquello consumido por el fuego.

Nave avanza de un inmueble derruido a otro, contando las historias de las personas que ahí vivían, la mayoría conocidos suyos que o bien murieron acribillados al otro lado de las puertas de los refugios o por las granadas que les arrojaron.

Entre quienes fueron secuestrados, algunos han conseguido regresar después de cientos de días, sólo para enterarse que el resto de sus familiares no sobrevivieron. De los 58 por quienes se pide su liberación, seis son de Be’eri; aunque en algunos casos se sabe que la persona ha muerto, lo que se exige es que Hamas devuelva el cuerpo para poder darle sepultura.

Desde el principio, Nave había advertido que el recorrido sería una experiencia fuerte para él, pero que a estas alturas ya se ha acostumbrado a ello. Sin embargo, la voz se le quiebra al pasar por la casa de una amiga cercana, una instructora de yoga de 39 años que fue secuestrada y luego asesinada.

“Otra buena persona que no merecía ser asesinada en cautiverio después de tantos días de hambre y abuso, encerrada en un pequeño túnel subterráneo”, lamenta el joven.

Para un país tan empeñado en blindar su territorio, con medidas como el Domo de Hierro —sistema de defensa que intercepta los misiles antes de su impacto—, vigilancia que se vale de tecnología de reconocimiento facial, y 3.6 mil millones de dólares invertidos en ciberseguridad sólo en 2024, que los terroristas sencillamente hayan cruzado la valla para asestar el violento golpe resulta paradójico e impensable.

“Todavía nos hacemos esa pregunta. Realmente, no lo sabemos”, dice Nave a REFORMA, con una natural risa ante la perplejidad que tal duda supone.

“Lo que sabemos es que no había suficientes fuerzas de seguridad esa mañana del 7 de octubre. Apenas tenían suficientes soldados para contener la ofensiva en la frontera. Y cuando pedimos ayuda, ésta tardó en llegar porque quienes debían ayudarnos eran los mismos que estaban lidiando con Hamas en sus propias bases. Se trató de un ataque a tan gran escala, que nadie estaba preparado para ello”.

¿Te parece correcto que las autoridades de Israel terminaran la tregua y reanudaran los ataques?

No, creo que la mejor opción para salvar a los 58 rehenes o darles un entierro digno es el acuerdo. No creo que sea necesario realizar más operaciones de guerra. Es ridículo. No lo hacen por eso (el bien de los rehenes), lo hacen por política.

Hijo de Benzion Netanyahu, historiador a quien la investigación documental evidencia como un radical con tendencia a politizar el pasado judío y convertir los traumas de ese pasado en propaganda, el actual Premier israelí ha estado en el poder intermitentemente por más de 15 años, y “su coalición de derecha es la más intensamente xenófoba y destructiva”, en palabras de Joshua Cohen (REFORMA, 1/09/2023), escritor galardonado con el Premio Pulitzer de Ficción 2022 por su libro Los Netanyahu.

Al margen de las motivaciones políticas de su Gobierno, para Nave es claro lo que se debería pretender ahora: “Sólo esperamos que, una vez que se resuelva la situación de los rehenes, puedan ejecutar un plan para hacer que esta área (Be’eri) sea más segura para que podamos regresar”.

“¿Cómo hacerlo?, no lo sé. Sé que no se puede realmente hacer la paz con Hamas, pero no podemos volver aquí hasta que eso se haga.

“Esta era una zona muy tranquila, y la gente de aquí solo quería vivir; la gente de allá (en Gaza) sólo quería verlos muertos sin ningún motivo. Sin ningún motivo, sólo por ser judíos, israelíes o como sea que digan; sólo por la muerte. Y eso es lo importante que hay que recordar sobre toda esta situación: es la vida contra la muerte”, sostiene el joven.

‘Ese día fracasamos’

En el que hasta octubre de 2023 no era más que un campo de trigo en la región de Tekuma, también al sur de Israel, hoy se alza un extenso muro de acero y óxido, hecho con casi 300 carros incinerados.

Luego del atentado terrorista, alrededor de mil 650 vehículos siniestrados fueron llevados a este sitio, el cual terminó convirtiéndose en otro improvisado memorial para las víctimas. La mitad fueron retirados de avenidas y de las comunidades asaltadas; el resto, de las inmediaciones donde se realizó el festival de música Supernova.

Ahí, cuando la alerta roja y el subsecuente pánico interrumpieron el psytrance con que el DJ Yarin Ilovich —conocido como Artifex— cerraba el evento hacia las 6:30 horas, es donde comenzó todo, apunta Adam Ittah, reservista de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) y vocero del distrito sur.

“(Ese día) sentí que se desataba el infierno. De repente, tuvimos miles y miles de misiles. Muchos fueron interceptados justo encima de nuestras cabezas; muchos cayeron. Y, simplemente, salieron de la nada. Antes no había tensión”, asegura Ittah, reclutado poco después del ataque.

“El 7 de octubre, nosotros, Israel como país, el Estado y las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), fracasamos. Fracasamos, no logramos proteger a nuestro pueblo; nunca debió haber sucedido, pero sucedió. Y para nosotros, fue un mensaje interno muy importante”, agrega el reservista, quien participó en las labores para retirar los vehículos y, sobre todo, recuperar los restos de la gente.

Fue con grandes aspiradoras industriales, según rememora Ittah, como los elementos del Ejército israelí recolectaron todas las cenizas dentro de los autos incinerados, llenando más de una decena de bolsas grandes; “según la tradición judía, estamos obligados a llevar al entierro todos los restos humanos”, explica.

Que para los perpetradores —6 mil terroristas palestinos que cruzaron hacia Israel ese fatídico día, a decir de Ittah— no fuera suficiente asesinar a la gente, sino que se esforzaran por quemar cuantos cuerpos fuera posible, pareciera hacer clara su postura: “Los reduciremos a cenizas”.

“‘La idea del Estado judío la reduciremos a cenizas; como cenizas devolveremos a los judíos de vuelta a sus orígenes, y del río hasta el mar heredaremos esta tierra’. Éste es el mensaje que querían transmitirnos”, considera Ittah, seguro de que el histórico conflicto jamás ha sido por el territorio.

“Se trata de la agenda de odio a los judíos. Hamas no es sólo el terrorista armado, sino la idea que lo sustenta; la idea de que todo judío debería desaparecer del mundo. La idea de que si matas a un judío, irás al cielo y ganarás 70 vírgenes santas. Esa es la idea que combatimos al otro lado de la valla de Gaza”, prosigue el reservista, con sumo esmero por respaldar la ofensiva israelí.

Además del muro de autos apilados, en el memorial de Tekuma se exhibe una serie de vehículos dispuestos con tal precisión curatorial como para que le resulte difícil a cualquiera no conmoverse al escuchar la dramática historia detrás de cada uno.

Desde la apenas reconocible ambulancia que estaba en Supernova, dentro de la cual 18 personas murieron a causa de una granada, hasta el Cupra negro en el que un israelí consiguió salvar a varios de los asistentes de dicho festival antes de ser asesinado, o una Toyota blanca que pertenecía a unos estadounidenses que fueron secuestrados, sólo por referir algunos de los relatos.

Junto a éstos, también se muestra una de las camionetas Dodge Ram en las que habrían llegado los gazatíes el día del ataque, conservada para demostrar el tipo de máquina de guerra con que arribaron a Israel.

“Tiene una ametralladora calibre 50, cada bala es así de grande y puede decapitar a un bebé. De hecho, lo hizo”, dice Ittah, asegurando que tales vehículos son una copia de los utilizados por el Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS, por sus siglas en inglés).

“En cada una venían hasta 14 terroristas. Imagínense cómo se sentía ser un niño en la calle ese día, caminando con su padre hacia la sinagoga, y enfrentarse a uno de esos. Cerca de 100 de esos penetraron desde Gaza. (…) Así llegaron: equipados, listos para conquistar y para arrasar con todo”.

El provocador recorrido que ofrece Ittah por Tekuma estaría incompleto sin el compartido clamor por los rehenes en Gaza, a quienes hay “que rescatar de una forma u otra”, afirma, haciendo responsables a los islamistas de la violencia con que ha reaccionado Israel; “Hamas prefiere que sea a la mala, a pesar de comprender las consecuencias para su propio pueblo”.

“Las imágenes que ven de Gaza son lo que quieren que vean; quieren usar a su gente como escudos humanos, quieren usar la sangre de su pueblo como propaganda. No les importa su pueblo. De hecho, están usando a su gente para sembrar el odio en todo el mundo. Eso es lo que quieren lograr”, remarca Ittah, él mismo bastante hábil para insuflar repudio hacia todos aquellos del otro lado de esa frontera que, aquel 7 de octubre, fracasaron en resguardar.

Del otro lado del tablero, el brazo armado de Hamas esgrime un argumento semejante, diciendo que el Gobierno de Netanyahu es plenamente responsable de la vida de los rehenes israelíes, a quienes rechazan evacuar de la zona bajo fuego en Gaza; “si hubiera estado preocupado por ellos, habría cumplido con el acuerdo firmado en enero, (y) la mayoría probablemente estarían hoy en sus hogares”, atizaron hace unos días.

‘Nosotros no somos terroristas’

En un rincón de Expo Tel Aviv, donde durante unos días expertos de Israel y distintas partes del mundo han intercambiado sus intereses y preocupaciones en torno la Inteligencia Artificial (IA) y otras innovaciones, también resaltan los listones amarillos.

Y es que, entre los estands de las diferentes startups dedicadas a la ciberseguridad —como Check Point, con su mapa de amenazas en tiempo real que para antes de mediodía ya sumaba más de 5.3 millones de ataques—, el Foro de las Familias de Rehenes también ostenta un espacio al interior de Cybertech Global Tel Aviv 2025.

Calcomanías, imanes, pines, pulseras, playeras y demás productos con el distintivo lazo amarillo y la leyenda Bring them home now son puestos a la venta por esta organización civil con el fin de apoyar mediante todo lo recaudado a los familiares de quienes fueron secuestrados, tal cual detalla a este diario Ethel, voluntaria de la tercera edad presente en el congreso tecnológico de alto nivel.

A un lado de ellos, la organización no gubernamental ISRAEL-is, fundada en 2017 para mejorar la imagen del país en el exterior, presenta su proyecto emblema “Sobreviví para contar”, que se vale de visores de Realidad Virtual (RV) para sumergir a quienes se los ponen en las crudas historias de cinco personas que sobrevivieron al ataque del 7 de octubre de 2023.

“Es casi como si estuvieras allí. Es como una máquina del tiempo que regresa a ese momento (posterior al atentado). Y, al mismo tiempo, escuchas las historias de los sobrevivientes, teniendo cinco puntos de vista diferentes”, detalla en entrevista Havtam Layo, activista y colaboradora de ISRAEL-is, refiriendo que el material llega a resultar muy sensible para muchos.

“Aunque no es tan gráfico, algunas personas ni siquiera pueden terminar el video. Porque, al final, a una persona no le inquietará ver la habitación de un niño cubierta de sangre, mientras que una mujer con tres hijos no podría terminarlo. Depende de la persona”, añade la joven de origen etiope que llegó a Israel en 2001.

A decir de Shay Tamam Barzilay, quien está al frente de este proyecto, es básicamente una “terapia de shock” que han podido presentar por varias partes del mundo, combatiendo la desinformación y el escepticismo que llega a haber sobre si realmente sucedió el atroz ataque que detonó el conflicto armado en curso.

“En mi opinión, es más poderoso escuchar la propia historia de alguien que sólo decir ‘lo vi en las noticias’”, estima Tamam Barzilay, confesándose deseosa de traer a México esta experiencia inmersiva —de la que se puede conocer más en www.israel-is.org/en/survived-to-tell—.

Cuestionada sobre la polarización en su país respecto a cómo lograr que los rehenes sean liberados, Tamam Barzilay se dice incapaz de dar una respuesta sencilla; “lo único que puedo decir es que tenemos que traerlos de vuelta a casa”.

“Hay diferentes opiniones sobre cómo hacerlo exactamente, y no estoy segura de que incluso Havtam y yo estemos de acuerdo en cómo hacerlo; pero todos coincidimos en que debemos traerlos de vuelta a casa ahora. Hemos visto fotos y videos, y sabemos que estamos lidiando con monstruos en Gaza que no le dan a los rehenes agua, comida, medicinas ni nada de lo que necesitan, y están muriendo ahí. Así que, tenemos que traerlos a casa ahora”.

¿Por los medios que sean?

Sí, sólo necesitamos que estén aquí con nosotros. (Los terroristas) secuestraron bebés, secuestraron ancianos, secuestraron a gente en pijama de sus camas; es una locura. Son unos verdaderos monstruos, y queremos que todos los rehenes regresen a casa ya.

Layo, a su vez, resalta que parte de la complejidad es el hecho de tener que negociar con terroristas que, al margen de las agendas políticas en Israel, “harán lo que quieran”.

“Y nosotros no somos terroristas, ese es el punto”, subraya Tamam Barzilay. “Sólo queremos vivir aquí en paz”.

La ofensiva lanzada por Israel en represalia suma al menos 50 mil 609 víctimas mortales, la mayoría civiles, según datos del Ministerio de Salud del territorio gobernado por Hamas que la ONU considera fiables.

Asimismo, por lo menos 15 mil niños han muerto en la Franja de Gaza a raíz de esto; y desde el fin de la tregua, un centenar de menores mueren o son heridos cada día, de acuerdo con estimaciones de la Unicef.

Con Israel bloqueando la entrada de alimentos, combustible y ayuda humanitaria —táctica denunciada por grupos de derechos humanos como un crimen de guerra—, casi todos los 2.4 millones de habitantes de Gaza han sido desplazados ya.

“Básicamente, queremos mostrarle al mundo lo que pasó el 7 de octubre”, había dicho Tamam Barzilay sobre “Sobreviví para contar”, certera en cuanto al valor que poseen las narrativas, y de ahí la importancia de estar a cargo de las mismas, e incluso de sumar “embajadores de la verdad” por el mundo, como pidiera Adam Ittah.

Al final, si bien del otro lado de los bombardeos también hay una insoslayable historia de crueldad en contra de inocentes atrapados en el fuego cruzado, en Israel esto poco importa para quienes se han convencido de que no son más que “monstruos”.

Odio indiscriminado alimentando la hoguera de un Benjamin Netanyahu —sobre quien pende una orden de arresto de la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra y contra la humanidad— que, entre el revanchismo y sus sueños expansionistas, amenaza con dejar todo en cenizas.