Cd. del Vaticano.- Mientras el mundo que el Papa Francisco consistentemente pedía -uno que cuidara de los migrantes, salvaguardara la salud del planeta y protegiera los derechos humanos- se derrumbaba a su alrededor en los últimos años, Francisco reaccionaba al nuevo revés guardando silencio.

Cuando Francisco se sentía "decepcionado por ciertas decisiones políticas tomadas por los gobiernos, el silencio lo invade", dijo el Arzobispo Paul Gallagher, Ministro de Asuntos Exteriores del Vaticano y asesor cercano de Francisco.

Ese silencio ahora es permanente. La muerte del Papa Francisco el 21 de abril ha privado al mundo de un defensor persistente de los oprimidos. A medida que las deportaciones masivas se convierten en la norma, el autoritarismo se expande y las alianzas que gobernaron la era posterior a la Segunda Guerra Mundial se trastocan, es evidente que Francisco ha dejado un mundo muy diferente al que encontró al volverse Papa en el 2013.

Cuando pisó por primera vez el balcón de la Basílica de San Pedro, Francisco se había unido a un escenario mundial lleno de líderes, incluyendo el Presidente Barack Obama y la canciller Angela Merkel de Alemania, quienes compartían ampliamente sus puntos de vista. Doce años después, hay una nueva generación de líderes cuyas políticas se alinean menos estrechamente con las del Papa, incluyendo el Presidente Donald J. Trump y el Presidente Javier Milei de Argentina.

A medida que los líderes progresistas abandonaban el escenario mundial, Francisco se convirtió en una voz cada vez más solitaria en un mundo que aparentemente se ha vuelto ambivalente respecto a muchas de sus prioridades. Ahora que se ha ido, no hay alternativa para llenar el vacío.

"Definitivamente su voz hace falta", dijo el Arzobispo Gallagher, quien se reunió con el Vicepresidente J.D. Vance en el Vaticano el 19 de abril y enfatizó la preocupación del Vaticano por los migrantes y refugiados. "De repente, la gente se está dando cuenta de que esa voz era importante y la escuchaban", dijo. Había sido "uno de los pocos puntos de referencia que tiene la gente en el mundo".

Francisco no sólo habló en apoyo de quienes consideraba vulnerables. Utilizó su plataforma como líder espiritual de aproximadamente mil 300 millones de católicos para contrarrestar a los líderes mundiales que él y sus partidarios creían que demonizaban a los migrantes, los pobres y los marginados por beneficio político.

Antes de que Francisco enfermara en febrero, criticó la política de deportaciones masivas del Presidente Trump. "Lo que se construye con base en fuerza y no sobre la verdad de la dignidad equitativa de todo ser humano, empieza mal y acabará mal", advirtió Francisco en una carta a los obispos estadounidenses. En su última aparición pública, durante el discurso Urbi et Orbi de Pascua en la Basílica de San Pedro, Francisco no tuvo fuerzas para hablar, pero un prelado reiteró su preocupación por los migrantes, las víctimas de la violencia y los conflictos, y el creciente clima de antisemitismo.

Pero las advertencias de Francisco tendían a ser ignoradas.

El Cardenal Michael Czerny, asesor cercano de Francisco, afirmó que éste había brindado una "voz profética", aunque señaló que a menudo había sido "más aplaudida que seguida" en el escenario mundial. Mientras que líderes más liberales, incluyendo al Presidente Obama, se tomaban la foto con él, afirmó, con el tiempo adoptaron políticas que, en ocasiones, se oponían directamente a lo que Francisco predicaba.

Durante su papado, que inició con visitas a campamentos de migrantes en Italia, Europa se volvió más renuente a aceptar migrantes y los partidos nacionalistas vieron un auge.

Francisco advirtió repetidamente sobre el regreso del autoritarismo y sobre la tendencia del nacionalismo a reintroducir los horrores de la historia. Para el final de su pontificado, los partidos de derecha habían logrado importantes victorias en Europa, y Trump había regresado al poder.

Pero el Cardenal Czerny afirmó que Francisco nunca estuvo motivado por el deseo de forjar alianzas entre líderes, sino por proteger a los más débiles. "Es realmente inusual el don de tener ese sentido de la realidad con el que los demás pueden contar", dijo el Cardenal Czerny. El extraordinario don de empatía del Papa, añadió, y su conexión con la gente común que sentía que él velaba por sus intereses, era algo que "es poco probable que posea su sucesor".

El cambio en la política mundial, afirmó el Cardenal Anders Arborelius, de Suecia, hacía que el mensaje de Francisco fuera aún más importante. Añadió que esperaba que Francisco "hubiera ayudado a la Iglesia a comprender la necesidad de seguir siendo la voz de quienes no la tienen".

Tras la muerte del Papa, esa sensación de vacío se apoderó de quienes compartían sus preocupaciones.

"Los más desfavorecidos han perdido la voz", declaró Pino Caporale, de 64 años, quien administra un comedor popular en Roma. Había acudido a la Plaza de San Pedro tras el anuncio de la muerte de Francisco. "El Papa Francisco fue el Papa de los pobres, de los migrantes, de los encarcelados", afirmó. Con líderes mundiales que "siembran divisiones, Francisco estaba solo contra todos", añadió.

Anthony Ssembatya, un investigador ugandés de 38 años, se preocupó durante un reciente viaje al Vaticano de que sin Francisco el mundo se olvidaría de los migrantes que mueren cruzando el Mediterráneo para llegar a Europa. "Nadie levantará la voz por ellos", dijo.

Pero el Arzobispo Gallagher dijo que no confundía el silencio del Papa tras darle lo que llamó "malas noticias" con desaliento. Francisco, dijo, se tomó los reveses con calma como un recordatorio de "nuestras limitaciones".

Francisco, dijo, veía con optimismo los reveses como momentos históricos. "Bien, así están las cosas ahorita", dijo el Arzobispo Gallagher. "Sólo tenemos que seguir trabajando y perseverando, y con suerte reconstruir algo de las ruinas de lo que está sucediendo".