Una crisis respiratoria que sufrió el papa Francisco el viernes durante su hospitalización de dos semanas por neumonía ha añadido urgencia a una delicada, e incómoda, pregunta que preocupa a muchos en la Iglesia: ¿Qué ocurriría si el papa permaneciera en estado crítico durante un periodo prolongado, con su salud empeorando, sus facultades debilitándose y su calidad de vida deteriorándose?
¿Y cómo abordaría las intervenciones médicas prolongadas, así como, en última instancia, sus planes para el final de la vida?
Francisco, de 88 años, ha hablado de una carta de renuncia que archivó en el Vaticano poco después de su elección para el caso de que quedara incapacitado, pero se desconoce su contenido. Tampoco se sabe si tiene un testamento vital, ni a quién ha encomendado, si es que ha encomendado a alguien, que tome decisiones sobre su salud si él mismo ya no puede hacerlo.
Cuando le preguntaron al Vaticano sobre los deseos del papa, respondió que “es demasiado pronto” para hablar de detalles sobre el final de su vida. Y aunque su pronóstico sigue siendo reservado, el boletín del sábado por la noche contenía noticias alentadoras sobre la salud del papa.
“Las condiciones clínicas del Santo Padre se han mantenido estables”, decía el comunicado del Vaticano, que añadía que el papa no tenía fiebre ni signos de nueva infección. Decía que pasó un tiempo prolongado sin la ventilación mecánica no invasiva que necesitó inicialmente durante la crisis respiratoria del viernes, estuvo alerta y rezó durante unos 20 minutos en una capilla privada conectada a su habitación del hospital. El domingo por la mañana, añadieron que había dormido plácidamente toda la noche y seguía descansando.
Algunos seguidores del papa dicen que las preguntas sobre sus preferencias al final de la vida son prematuras, incluso intrusivas. Pero los expertos eclesiásticos afirman que la falta de un protocolo público sobre cómo tomar decisiones al final de la vida del líder de la Iglesia Católica Romana es preocupante. Y con contratiempos como la crisis respiratoria del viernes, la cuestión ya no es teórica.
“Es un problema que tenemos que afrontar cuando se nos presente”, dijo el arzobispo Paul Gallagher, ministro de Asuntos Exteriores del Vaticano, quien subrayó que no tenía conocimiento alguno sobre la salud del papa, aparte de las declaraciones públicas del Vaticano.
La doctrina católica enseña que la vida comienza en la concepción y termina con la muerte natural, y debe defenderse de principio a fin. Pero existe ambigüedad y debate dentro de la Iglesia sobre la bioética de cuándo es legítima la renuncia a la vida.
La doctrina de la Iglesia permite el cese de “medios extraordinarios” para mantener con vida a una persona, pero existe una amplia interpretación y debate sobre la definición de medios extraordinarios.
Los detractores de la ambigüedad afirman que la Iglesia está lamentablemente atrasada, dados los avances de la medicina moderna y su capacidad para mantener con vida a las personas mediante tratamientos de soporte vital, como la nutrición e hidratación artificiales, la reanimación, los antibióticos, los respiradores y la diálisis.
“Me han dicho que había algún documento preparado por Benedicto sobre esta cuestión”, dijo Gallagher, refiriéndose al predecesor de Francisco, el papa Benedicto XVI. Añadió que no tenía información personal sobre su contenido ni sobre si Francisco había “indicado que está de acuerdo con el documento”.
Cuando se le preguntó a la oficina de prensa del Vaticano por la existencia de dicha carta, dijo que no tenía conocimiento de ella.
Pero la idea de que existen cartas secretas en las que se detallan los deseos de los papas al final de sus vidas no consoló a los partidarios de la transparencia.
“Los documentos secretos son realmente tontos”, dijo Thomas J. Reese, analista del Vaticano desde hace mucho tiempo, que ha instado al Vaticano a que proporcione protocolos claros para el papa.
Dijo que la ocultación de los documentos los hacía vulnerables a los teóricos de la conspiración en una ciudad-estado llena de rumores donde la gente aún tiene sus dudas sobre la muerte de Juan Pablo I, que fue papa en 1978 durante solo 33 días.
“En una familia, si no hay un documento”, dijo Reese, los parientes a menudo luchan con decisiones insoportables sobre cuándo dejar ir. “Imagina que esto fuera el Vaticano y la Iglesia estuviera debatiendo sobre si desconectamos o no al papa. Sería un caos”.
Reese imaginó peleas sobre decisiones críticas de salud entre cardenales que quieren que el papa siga vivo y los que quieren que otra persona, quizá ellos mismos, ocupe su lugar. “Este es el tipo de cosas que provocan cismas”, dijo, refiriéndose a las escisiones formales de la Iglesia que marcan épocas.
Francisco ya se ha pronunciado públicamente sobre la ética de las cuestiones relacionadas con el final de la vida, pero no para él mismo. Sus comentarios, dicen quienes le conocen, reflejan su aceptación de los límites que definen la humanidad como clave de su teología y visión del mundo.
Papas que se remontan por lo menos a la década de 1950 se han pronunciado sobre las consideraciones éticas en torno al final de la vida. Pío XII dijo en una reunión de anestesistas que en algunos casos era apropiado abstenerse de terapias.
En 2020, la oficina del Vaticano sobre la doctrina de la Iglesia emitió un documento que promovía el uso de centros de cuidados terminales y de cuidados paliativos, y argumentaba que los cuidados “extraordinarios” pueden suspenderse para evitar el sufrimiento prolongado al final de la vida porque dicha acción “expresa más bien la aceptación de la condición humana ante la muerte”.
Era importante, decía el documento, que esa renuncia no se confundiera con la eutanasia o el suicidio asistido, que consideraba “intrínsecamente malo”, porque el objetivo era la muerte.
Sedar a los pacientes hasta el punto de que pierdan el conocimiento es moralmente legítimo, escribió el Vaticano, “de tal manera que el final de la vida acontezca con la máxima paz posible”. El Vaticano declaró que también era aceptable dejar de prestar cuidados ineficaces a personas en estado vegetativo si ello suponía para los pacientes “una carga excesiva y provocan efectos negativos que sobrepasan los beneficios”.
En 2024, la Pontificia Academia para la Vida publicó un folleto sobre terminología relativa al final de la vida. El arzobispo Vincenzo Paglia, presidente de la Academia Pontificia para la Vida y estrecho colaborador del papa, escribió en la introducción que el folleto pretendía fomentar “un diálogo sincero y profundo” sobre decisiones dolorosas, y no “ideologías preempaquetadas y partidistas”.
El folleto incluía una plantilla de testamento vital que debía prepararse con la ayuda de un sacerdote y explicaba que, al final de la vida, mitigar el dolor podía dar a los pacientes el espacio necesario para concentrarse en sus relaciones humanas.
“La comunicación entre el médico y el paciente, y con los familiares”, decía el folleto, “es un elemento de importancia decisiva en el desarrollo de las opciones éticas relativas a los cambios de tratamiento”.
Gallagher dijo que, aunque esperaba que Francisco volviera pronto al trabajo, era totalmente posible que el papa estuviera manteniendo esas conversaciones ahora.
“Francisco”, dijo, “puede estar diciendo cosas a sus médicos en estos días, ya sabes, sobre cómo se siente respecto a estas cosas y lo que quiere”.