La Secretaría de Salud, a través del Instituto Chihuahuense de Salud Mental, informó que al mes de octubre del presente año fueron contabilizados un total de 394 suicidios en el estado de Chihuahua; en comparación con los datos del mismo período del año anterior hay una disminución de 13.6% de casos.

“El invierno, psíquica y biológicamente, nos vuelve más sensibles, y lo que la sensibilidad toca, lo amplifica" DIANA ALEJANDRA MARTÍNEZ

Psicóloga

La cuestión es que apenas empieza el invierno, época que es descrita por mucha gente como “extraña”, “pesada”, “nostálgica”, o incluso como un vacío que no saben explicar.

“El invierno se vive afuera, pero también se vive adentro”, explican las psicólogas Diana Alejandra Martínez Ávila y Karen del Valle, quienes advierten que los pensamientos suicidan llegan con más fuerza en invierno.

LA ESTADÍSTICA

La información oficial indica que en enero de este año ocurrieron 33 suicidios, de los cuales 25 fueron hombres y 8 mujeres; en febrero 22, 14 hombres y 8 mujeres; en marzo 38, nueve mujeres y 29 hombres; abril 29, seis mujeres y 23 hombres; en mayo 52 suicidios, 9 mujeres y 43 hombres; en junio 46, ocho mujeres y 38 hombres; en julio 48, cinco mujeres y 43 hombres, en agosto 51, nueve mujeres y 42 hombres, en septiembre 41, cinco mujeres y 36 hombres y finalmente en octubre 34, siete femeninas y 27 masculinos.

El desglose por ciudades fue el siguiente: 106 en Chihuahua, 96 casos en Ciudad Juárez, 31 en Cuauhtémoc, 14 en Guachochi, 14 en Parral, 13 en Delicias, nueve en Camargo y Guadalupe y Calvo respectivamente, ocho en Nuevo Casas Grandes, nueve en Bocoyna, siete en Meoqui, seis en Guerrero, Jiménez y Buenaventura respectivamente, cinco en Madera y Urique respectivamente, cuatro en Ascensión, Rosales y Saucillo en cada uno, tres en Balleza, Ojinaga, Santa Bárbara, Bachíniva, Aldama, y Aquiles Serdán; dos casos en Casas Grandes Matachí y Santa Isabel respectivamente, así como uno en La Cruz, Cusihuiriachi, Práxedis, Belisario Domínguez, El Tule, Ocampo, Guazapares, Huejotitán, Janos, Gómez Farías, Moris, Namiquipa, Manuel Benavides y San Francisco del Oro.

Los rangos de edades que mayores casos presentan son: de 20 a 24 años, con 54; de 25 a 29 años, con 53; de 30 a 34 años, 49; de 15 a 19 años, 48 casos y de 34 a 39 años, 42. Así como de 45 a 49 años y de 50 a 54 años con 27 casos respectivamente y de 40 a 44 años, con 21 casos.

EL INVIERNO SE VIVE ADENTRO

“No es casualidad que mucha gente describa esta época como “extraña”, “pesada”, “nostálgica”, o incluso como un vacío que no sabe explicar. El invierno se vive afuera, pero también se vive adentro”, explican las psicólogas Diana Alejandra Martínez Ávila y Karen del Valle, quienes advierten que los pensamientos suicidas llegan con más fuerza en invierno.

“Diciembre no sólo llega con frío, llega con una temporada que se instala en el cuerpo y en el alma. El invierno tiene esa particularidad: nos obliga a bajar el ritmo, a mirar hacia dentro, a sentir lo que la rutina del año nos permitió evadir.

De acuerdo con Del Valle Rosario, quien además es especialista en Atención y Prevención a la Violencia de Género, cada diciembre repiten el mismo ritual colectivo: luces que prometen alegría, mensajes que insisten en la unidad familiar, deseos de prosperidad y una lista interminable de “deberías sentir”.

“Es la temporada en la que la felicidad deja de ser una emoción para convertirse en una exigencia social. Pero detrás del brillo de las festividades existe otra realidad que rara vez ocupa titulares: las tasas de suicidio aumentan en muchas regiones durante la época decembrina, especialmente en nuestro estado, justo cuando más asumen que “todos y todas” están celebrando”, dijo.

Además, refirió que la paradoja es brutal: mientras las calles se llenan de villancicos y ofertas, muchas personas experimentan soledad, ansiedad, duelos no resueltos, presiones económicas y familiares, y la sensación profunda deber ser y el no estar a la altura del guion social de la Navidad.

“Ese guión —esa historia que nos contaron— marca que diciembre es para estar en familia, para perdonar, para celebrar, para “sentirse bien”. Y cuando la realidad personal no cabe en ese cuento, aparece la culpa, la incertidumbre. Los suicidios en estas fechas no ocurren porque la Navidad sea triste por sí misma, sino porque hemos construido un relato que deja fuera todo lo que no sea alegría. Nadie nos preparó para sostener los silencios incómodos en la mesa, el duelo por quien ya no está, la crisis económica que se profundiza con cada gasto “obligatorio” o la angustia de convivir en entornos donde hubo violencia. Nos educaron para cumplir fantasías, no para reconocer límites”.

En ese mismo sentido, señaló que desde la infancia fue narrada la historia de fantasía de la “época más bonita del año”, donde todo lo resuelven mágicamente. Pero esos cuentos esconden sus propias sombras detrás de nuestras creencias limitantes esta la invisibilización del malestar, la presión de sostener una fachada perfecta, la relación de pareja soñada, la obligación de sonreír, aunque no haya tantos motivos.

“Diciembre amplifica lo que durante el año intentamos callar. Lo hace evidente. Por eso, hablar del suicidio en tiempos decembrinos no es arruinar la Navidad, es romper el silencio que salva vidas. Es reconocer que detrás de cada persona hay una historia distinta y única, que no todo diciembre es luminoso, que no todo abrazo es posible, que no todos los hogares son seguros. Y que está bien no sentirse bien”.

Aunado a eso, la especialista expresó que quizá lo que necesitamos no son más adornos, sino más verdad. No más expectativas, sino más espacios de escucha. No más cuentos, sino más historias reales donde nombren el cansancio, el duelo, la soledad y el derecho a vivir diciembre sin actuar un papel. Donde podamos decir “esto me duele” sin miedo a desentonar con el espíritu navideño.

“Este año, en lugar de exigirnos alegría, podríamos permitirnos humanidad, sensibilidad. Hablar, acompañar, preguntar con honestidad cómo está la otra persona. Y, sobre todo, recordar que nadie está solo. Los cuentos que nos contaron pueden haber sido bonitos, sí, pero también son limitantes, la vida que tenemos en este momento también es maravillosa y contribuye a la grandeza de lo que somos hoy, es hora de escribir nuevas historias, unas más reales, más honestas, más diversas, más dignas. Porque la vida —toda, incluso en diciembre— merece ser vivida con verdad, no con fantasía”.

LAS EXPECTATIVAS DE NAVIDAD: EL PESO INVISIBLE QUE MUCHOS CARGAN

De igual manera, externó que cuando se acercan las fiestas decembrinas, la mayoría de las conversaciones sociales giran en torno a lo mismo: planes familiares, cenas, regalos, reencuentros, celebraciones. Pero pocas veces hablamos de las expectativas emocionales que estas fechas imponen, y del efecto profundo que pueden tener en nuestra salud mental.

“La Navidad no deprime, lo que deprime es el abismo entre lo que esperamos sentir y lo que realmente sentimos. La obligación de estar bien; esperan que estemos felices, agradecidos, conectados, en espíritu festivo, disponibles emocionalmente, y capaces de convivir con todo el mundo. La presión de cumplir con ese libreto genera disonancia emocional: cuando sentimos tristeza, cansancio, enojo o duelo, parece que estamos fallando. Esta sensación de estar “fuera de la norma” intensifica el malestar”.

Otro factor es la nostalgia, la Navidad no sólo evoca deseos, también toca memoria emocional profunda. Según expertos en duelo y psicología familiar: diciembre revive pérdidas, confronta vacíos, recuerda aquello que no tenemos, y nos enfrenta a expectativas que la vida no cumplió. La nostalgia es un puente entre lo vivido y lo imaginado, pero también puede ser un espejo incómodo. Las fechas “familiares”son un recordatorio de lo que duele.

La narrativa cultural de la Navidad —la mesa llena, la armonía, el abrazo— está construida sobre una fantasía que rara vez coincide con la realidad. La “idealización afectiva”: una fantasía emocional que crea estándares imposibles y la vergüenza, dicen los expertos, es uno de los predictores más fuertes de aislamiento emocional.

Una razón más, es la fantasía de la Navidad en pareja, el guion que nadie escribió, pero todos aprendieron.

“Quien no tiene una familia unida, vive violencia, está lejos o enfrentan conflictos o rupturas, muchas veces siente vergüenza de no cumplir ese modelo. En la cultura afectiva que habitamos, hay una escena que parece sacada de una película y que muchas personas sienten que deben cumplir en diciembre: la pareja entrando tomada de la mano a la cena familiar, sonrisas, felicitaciones, validación. Presentar a la pareja en Navidad se convirtió, casi sin darnos cuenta, en un símbolo de éxito emocional, de estabilidad, de madurez. Una manera de decir: “Estoy bien, mi vida va por buen camino.”

La economía del afecto, Del Valle Rosario dijo que terapeutas familiares y especialistas en ansiedad señalan que diciembre también es un mes donde las emociones se mezclan con presiones materiales: gastos excesivos, regalos obligatorios, fiestas, eventos en los que “hay que quedar bien”.

“La expectativa no es sólo sentir: es consumir, demostrar, sostener. Esto genera culpa, estrés financiero y la sensación de que “la Navidad se mide” por la calidad de lo que damos”.

Diciembre llega además, con un cansancio profundo del año entero: decisiones, pérdidas, enfermedades, exigencias laborales, crisis económicas. Pero diciembre desde la fantasía y la idealización exige energía, disposición y entusiasmo.

“Esa contradicción —estar exhausto en la época que más energía demanda— puede detonar ansiedad, irritabilidad, sensación de fracaso y desesperanza”.

El silencio que nos enseñaron a guardar es otro factor, la especialista en salud mental dijo que la mayoría crece con cuentos sobre la magia de la Navidad, pero que jamás supo cómo sostenerla cuando la magia no aparece.

“No nos enseñaron a tener navidades en grupos pequeños, en conflicto, solitarias, nunca nos dijeron que hay familias que transitan por situaciones de abuso y es imposible sentarlos en la misma mesa. No nos enseñaron que es normal no sentirnos bien. Parte del sufrimiento viene de ese silencio: el silencio de no decir lo que sentimos, de no romper el guion, de no mostrarnos humanos en una temporada que exige felicidad automática”.

Por último, la experta en salud mental propuso no eliminar la Navidad, sino humanizarla, soltar la obligación emocional: sentir lo que sentimos sin disfrazarlo; reducir expectativas: permitir que “lo suficiente” sea válido; nombrar el duelo y la incomodidad: sin sentir que arruinamos la fiesta; establecer límites familiares: cuidarnos también es parte de celebrar; reconocer nuestra historia como valiosa y única y normalizar estar solos y solas en Navidad o con personas que no sean la familia.

“Hay que crear nuevas narrativas: no copiar las navidades ideales de la infancia, sino permitirnos construir las nuestras, más reales, más ligeras”, finalizó.

Por su parte, Diana Alejandra Martínez Ávila, psicóloga clínica y criminológica dijo que la falta de luz modifica los ritmos internos, es decir, dormimos diferente, pensamos diferente, sentimos diferente. “El frío hace que el cuerpo se contraiga y, al contraerse, también abre un espacio interior que deja salir recuerdos, duelos y emociones que parecían controladas. La temporada, más allá de las fiestas, mueve nuestras capas más profundas. El silencio de los días cortos, los atardeceres tempranos y la pausa colectiva hacen que nuestras heridas sean escuchadas más fuerte”.

En ese mismo sentido, Martínez Ávila expresó que mucha gente se siente triste en estas fechas sin entender por qué. O se siente sola rodeada de familia. O siente nostalgia por cosas que nunca tuvo o que ya no están. Otros experimentan cansancio emocional, irritabilidad, confusión interna o pensamientos que nunca habían tenido. Todo eso tiene una explicación: el invierno, psíquica y biológicamente, nos vuelve más sensibles. Y lo que la sensibilidad toca, lo amplifica.

“Por eso diciembre no sólo despierta emociones, despierta verdades. Verdades que incomodan, que duelen, que pesan. Aparecen las ausencias con más claridad. Aparecen las heridas que nunca cerraron. Aparecen las historias que no mencionamos por vergüenza o miedo. Aparece la sensación de no encajar en el ambiente festivo. Aparecen los silencios que cargamos desde hace años y es ahí donde los pensamientos suicidas pueden surgir con más fuerza”.

La especialista hizo énfasis en que esto no es porque alguien “quiera morir”, sino porque quiere dejar de padecer y que el suicidio, en la mayoría de los casos, no es un deseo de muerte, es un deseo de descanso. Es un “ya no quiero sentir así”. Es la búsqueda desesperada de una salida cuando la mente y el cuerpo están agotados.

“El contraste entre lo que se vive afuera y lo que se vive adentro es parte de la herida. Mientras el ambiente presiona para estar bien, el alma puede estar pidiendo ayuda. Y cuando esa tensión interna no se habla, se acumula. Cuando no se reconoce, se hunde. Cuando no se nombra, se vuelve peligrosa. Pero no estás roto si te sientes así. Estás vivo, estás sintiendo, estás enfrentando tu propio invierno interno. Y eso también es parte de la condición humana. El invierno emocional no se combate fingiendo verano. Se transita con verdad”.

Por ello, la psicóloga manifestó que por eso es fundamental hablar de lo que sentimos, sin filtros ni culpas. Reconocer que esta temporada puede doler, que puede remover ansiedad, tristeza, pensamientos oscuros, desesperanza. No es debilidad: es vulnerabilidad natural.

“También es fundamental entender que no tenemos que hacerlo solos. La terapia juega aquí un papel crucial. No como un lugar para “arreglar” a alguien, sino como un espacio donde las emociones encuentran sentido, donde el dolor se nombra sin temor, donde la historia personal se reorganiza, donde el sufrimiento encuentra salida. La terapia puede ser el refugio cálido en medio del invierno, el punto seguro donde la mente y el corazón pueden descansar. A veces lo más valiente no es aguantar, es pedir ayuda; lo más necesario no es fuerza, es compañía. Lo que salva no es una solución, es una conversación”.