“Algo bien raro me pasó cuando iba a transbordar en la estación de la calle 42. Llegaba yo del barrio de Jackson Heights en Queens, y al bajar del tren 7 en esa terminal, se suponía que iba a tomar hacia el Sur de Manhattan el tren 1 de la línea roja”.
A Manuel Silva se le “agarrotaron” las piernas en la plataforma de la estación y ya no pudo caminar, la mañana de ese día martes, el fatídico 11 de septiembre de 2001.
“Me entró una angustia muy grande, y me acordé de todos los muertos de mi familia allá en el terruño, y en segundos volví a vivir todas las tristezas que sentí yo cuando los perdí”. Manuel Silva se quedó ahí sin poder dar paso adelante, y con trabajos se pudo sentar en una de aquellas bancas largas de madera, pero su angustia creció cuando pasaron los minutos y se dio cuenta de que iba a llegar tarde a su trabajo.
Originario de Piaxtla, Puebla, Manuel Silva era entonces un muchacho de 19 años que había llegado en octubre del 2000 a Nueva York, menos de un año antes, atraído por las charlas de todos sus amigos y vecinos que hablaban maravillas de la vida en “la gran manzana” y de la búsqueda del “sueño americano”.
Hacía apenas dos semanas que Manuel había conseguido aquel trabajo de ayudante de mesero (“runner” es el nombre en inglés de su función) en el restaurante Windows on the World. Un trabajo fabuloso, tomando en cuenta que este negocio era el restaurante con mayor movimiento de clientes y de dinero en todo Estados Unidos. Windows on the World era un sitio elegante situado en los pisos 106 y 107 de la Torre Norte de las famosísimas Torres Gemelas en el World Trade Center. Tan sólo en el año 2000, el establecimiento reportó ventas por 37 millones de dólares.
A Manuel Silva lo habían ocupado ahí a pesar de que era inmigrante ilegal, a cambio de rebajar su sueldo a la mitad, de 330 dólares por semana que era lo normal, a sólo 165, que era muy bueno para los estándares de Piaxtla, Puebla.
“Ya estaba seguro de que me iban a correr, y ni siquiera pude avisarle a mi paisano José Luis, que también trabajaba ahí, por celular, porque no me respondían las manos, y tampoco me salía la voz”. Ahí se quedó Manuel otra media hora sintiendo que se moría de desesperación, y ya no pudo hacer el recorrido de los pasillos que comunican la línea 7 morada con las rojas 1, 2 y 3 para abordar su cotidiano tren hacia la estación de la calle Cortland.
De repente, cuando el reloj blanco de la plataforma marcaba las 8:44 de la mañana, recobró el muchacho la movilidad. Subió corriendo, volando, las escaleras y recorrió los cuarenta y cinco metros hasta las vías de la línea 1, pero una multitud que se amontonaba en la puerta, lo detuvo.
La gente gritaba, había quienes lloraban, y los más se asomaban curiosos al pequeño televisor que tenía la boletera en su cabina. Supo entonces de manera harto confusa, que uno o dos aviones se habían estrellado contra las Torres Gemelas y que su lugar de trabajo estaba en llamas. Después, todos se enteraron de la noticia increíble de que ambas torres se habían desplomado y con ellas la gente que ya había entrado a ellas esa mañana.
De los que estaban presentes en el restaurante Windows on the World cuando el avión del vuelo 11 de American Airlines se impactó con la Torre Norte, todos murieron a consecuencia del ataque. Perecieron ahí 73 empleados del restaurante, 16 empleados de la empresa Waters Financial y 71 personas que participaban en una conferencia en el edificio. Eso sucedió a las 8:44 A.M.
“Algo me detuvo y no llegué, porque si no, yo también estaría muerto ahorita”, relata Manuel Silva, quien está convencido de que lo salvaron las almas de sus parientes muertos.