Diana tenía nueve años y seis meses cuando le fue aplicada la vacuna contra el Virus del Papiloma Humano (VPH); era una niña completamente sana, deportista –jugaba futbol-, estaba en el grupo de danza folklórica y llevaba una vida normal; sin embargo, todo cambió cuando acudió al IMSS y le pusieron la inyección que posteriormente le causó fuertes dolores, hasta el punto de dejarla inmovilizada.
“Ella iba muy bien en la escuela, era muy destacada y en la cartilla pedían la vacuna del VPH; fue un viernes y no había tenido ninguna reacción con otras, ni temperatura, ni nada.
Ese día tuvo mucha fiebre, entre el sábado y domingo me decía que le dolían las piernas; el lunes continuó y ya no pudo asistir a la escuela”, recordó Carmen, madre de la víctima.
Sin embargo, asegura que jamás imaginó que todo eso podría ser a raíz del antiviral.
“La llevé a Urgencias y le inyectaban (medicamento) para dolor; los médicos me decían que era porque hacía mucho ejercicio y que estaba creciendo.
Nunca nos dieron un consentimiento informado de la vacuna, sólo se la aplicaron porque venía en la cartilla; el dolor de piernas para caminar y de cabeza incrementaron, toda esa semana no fue a la escuela y nomás la devolvían de Urgencias con un ketorolaco; el malestar se le quitaba un ratito y después continuaba”.
Según lo que Carmen narra, pasaban horas en Urgencias, de una a dos veces por semana.
“Ya no pudo continuar en danza ni hacer sus actividades normales, iba a clases nada más, pero seguía quejándose del dolor. Le hacían estudios, la llevaban con el (médico) familiar, le hacían estudios y no salía nada”.
Duró casi un año entre Urgencias y el médico familiar y recuerda que lo único que le decían es que estaba creciendo y que los dolores eran normales.
“Nada más le ponían para dolor, se le quitaba unos días, otros no, hasta que ya me la mandaron a pediatría del Hospital Morelos, la hospitalizaron una semana, le pusieron unas infusiones y pues se sintió bien”.
Después de eso, Diana pudo asistir a la escuela, pero en aproximadamente 15 días el dolor volvió y Carmen decidió tratarla de forma particular en el Hospital Infantil.
“Eran muchos estudios, laboratorios, citas con pediatría y con reumatología. Le mandaron a hacer una biopsia y ahí se me salió el presupuesto de las manos; la llevé otra vez al Morelos y estuvo hospitalizada 3 meses. Le hicieron la biopsia y me dijeron que la pagara con un particular para tener un diagnóstico más rápido y salió que era distrofia muscular”.
En ese lapso, la pequeña perdió fuerza de las piernas y dejó de caminar.
“Me dijeron que era un síntoma de la distrofia muscular y la mandaron a Torreón a (atención en) Neurología, porque aquí no había.
En cuanto vieron los estudios, me preguntaron que quién había dado ese diagnóstico, ya que estaba erróneo pues no tenía nada que ver con lo que tenía”.
Cuando Carmen fue con el patólogo y le cuestionó el por qué le había dado ese resultado, él respondió que no tenía la historia clínica de ella y desde entonces, todos los diagnósticos empezaron a ser erróneos.
“Le hicieron otra biopsia y nadie sabía lo que tenía. Entre todos los médicos se echaban la pelotita.
A partir de ese momento, recuerda, todo el sector médico le decía que “su caso estaba muy complicado y que no sabían que hacer.
“Ya no nos contestaban o no nos consultaban; mi desesperación era tanta que busqué a un neurólogo particular que sólo atendía a adultos, le rogué para que atendiera a mi hija porque me lo habían recomendado mucho y finalmente aceptó verla”.
Cuando el neurólogo vio el historial clínico, le preguntó a Carmen si había vacunado a Diana contra el Virus del Papiloma Humano (VPH).
“Yo le dije que sí y él me respondió que todo era reacción de la vacuna y que ya había un tratamiento, pero debido a que ya había pasado mucho tiempo, era posible que no funcionara; el tratamiento duró un año y a mi hija la hospitalizaban 10 días cada mes, tristemente no sirvió y de ahí empezó con problemas en el estómago”.
El dolor era tan intenso que abrazarla era imposible, la ropa le rozaba y la movilidad era nula.
“Hubo veces en las que yo la llevaba a Urgencias por el dolor y me decían, ¿sabe qué? pues ya no la traiga, la buprenorfina es lo más fuerte que le podemos dar y si no le funciona, pues no la traiga.
Ahí comencé a buscar otro tipo de ayuda porque ya no me la aceptaban en Urgencias y ni modo de estar en casa viéndola llorar, así es que metí un amparo y ya era obligatorio atenderla, pero le ponían agua, yo me enteraba por las enfermeras”.
Aunque Diana estuvo en el CRIT no hubo mejoras ya que, el dolor era tan insoportable que no podía recibirlas.
“Fue un peregrinar de doctores y doctores de que no le creían a mi hija que le dolía mucho; la mandaban a psicología, la mandaban a psiquiatría, me decían en Urgencias que si tuviera 10 de dolor estaría llorando y estaría gritando”.
Diana tuvo que recibir todo tipo de drogas para el dolor, pero nada se lo ha quitado hasta la fecha.
Carmen llevó a su hija a la Clínica del Dolor en Torreón y una encuesta reveló que Diana era de las menores de edad más afectadas por la vacuna.
“Ella estaba dentro de las cinco más dañadas de todo el país y todo fue porque tardaron mucho en actuar e inclusive algunas ya habían fallecido”.
Judith Sáenz y Omar Pérez (abogados), acompañan el caso de Carmen y Diana, mismo que fue condenado por el Tribunal y le ordenó al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) una indemnización por los daños provocados.
“Aquí hay dos puntos muy importantes: el primero es que por eso es vital que recaben el consentimiento informado, porque si una persona es consciente de los riesgos entonces puede tomar una decisión informada. Es decir, si a ella le hubieran dicho que esta vacuna tiene tales riesgos, ella hubiera podido tomar una decisión y quizás hubiera sido un no a ponérsela”, explicaron los abogados.
En ese mismo sentido, tanto Omar como Judith coincidieron en que es fundamental que exista un comité que vigile la aplicación de las vacunas.
“No estamos en contra de las vacunas, entendemos que son importantes, pero consideramos que las personas deben de estar enteradas de las consecuencias que estas pueden traer y de que exista un comité que vigile a las niñas, niños y adolescentes a las que les sean colocadas”.
Desde entonces, Carmen no ha parado de luchar por su hija quien actualmente tiene 19 años y que está diagnosticada con el síndrome ASIA (autoinmune/inflamatorio inducido por adyuvantes) mismo que, puede estar asociado al Virus del Papiloma Humano (VPH), ya que los adyuvantes de la vacuna del VPH son uno de los principales factores ambientales que pueden desencadenar esta reacción autoinmune.
Este síndrome es caracterizado por una respuesta inmune anormal en la que el cuerpo produce autoanticuerpos. Los síntomas son muy variados e incluyen fatiga crónica, dolor muscular y articular, problemas cognitivos y fiebre, entre otros.
“Carmen ha sido una mujer a la que reconocemos mucho; ha sido una lucha muy larga, pero ella es una persona muy valiente que ha luchado por su hija todos los días. Cuando ella llegó aquí yo estaba muy impactada y yo le preguntaba qué como le hacía para trabajar y ser madre soltera”, dijo Judith.
Tras la enfermedad, el papá de Diana se fue, por lo cual ellas tuvieron que subsistir solas. Ahora, tanto Carmen como Diana viven del comercio, ya que la madre vende clamatos y hace pasteles para salir adelante.
“Ella es una mujer muy trabajadora, que procura el bienestar de Diana y es la voz de todas esas personas que piensan que no va a pasar nada, es una presentación de alguien que hizo algo y que sí obtuvo resultados”, externó la abogada.
Pese a todo, Diana es una joven que ama la vida y que está a favor de la eutanasia.
“Vivir con tanto dolor no es fácil, ella ama vivir sí, pero también está de acuerdo con la muerte digna; ella era una niña de nueve años que tenía toda una vida por delante y que lamentablemente perdió todo…
Lo que yo quiero es que haya justicia y que exista mayor regulación e información en cuanto a esta vacuna”, finalizó la señora Carmen.
