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Opinión
13 Abr, 2024
Ojo con la ‘adorable mentirosa’ en elecciones.
Por qué te encanta mentir, adorable mentirosa, dices que haces tú las cosas, hablando cuando es un sí. Contigo no sé qué hacer, sin ti me meto en problemas, uno y otro es un dilema, compadecerte de mí. Si tu y si tu si tú me tratas muy bien, y no eres más mentirosa, voy a darte un día una cosa, que te va a poner feliz. La letra corresponde a la canción “Adorable mentirosa” de Juan Gabriel.
En estos días hemos sido testigos de cómo una y otra candidata a ocupar la Presidencia de la República se han señalado de mentirosas; la mentira es una palabra socorrida en época de campañas por quienes aspiran a un puesto de elección popular, es empleada para dinamitar el prestigio de la persona a quien se dirige, luego es clara la finalidad de causar un daño.
La función esencial de la comunicación entre personas, a través de la palabra escrita o verbal, es ser instrumento en las relaciones necesarias y reciprocas que se originan entre aquéllas para satisfacer las necesidades de la vida; en este sentido la condición necesaria, para que la palabra consiga su fin es que: exprese la verdad[2]. La mentira no expresa la verdad.
Por la mentira, mediante palabras decimos algo contra el propio pensamiento. Es una expresión o manifestación contraria a lo que sabe, se piensa o se siente[1]. Tiene como sinónimos: engaño, embuste, falsedad; el engaño no siempre es mentira. La mentira es una agresión a la dignidad de la persona humana, a su inteligencia, pues se le proporciona información falsa, luego se falta a la verdad, lo que violenta de ésta su derecho a la justicia, al honor, a la verdad.
La mentira moralmente siempre será mala, por tanto, en ningún caso es lícito mentir. Hay quienes la emplean para evitar un disgusto o pena, por ejemplo, comunicar a una persona el estado de salud de un pariente, manifestando que aquel no es grave y pronto recuperará la salud, cuando en realidad no es así.
Siempre que conversamos con una persona: familiar, que labora en el servicio público, profesional, maestra o que se dedica a la política, lo que esperamos es que nos diga la verdad, nos hable con la verdad, tal como la conoce o sabe, o suponemos que la sabe o conoce; no esperamos mentiras. De tal modo que la vida o relaciones entre personas e instituciones públicas y privadas, no sería posible sin la confianza en la veracidad de las palabras de los demás; cuando no hay verdad vienen las divisiones, los enconos, nos puede inducir a la toma de decisiones malas, como elegir a un candidato o candidata no idóneos para el cargo.
La mentira reúne en sí una triple malicia que violenta o trasgrede el respeto que debemos a las personas que, parafraseando al Dr. Regis Jolivet son: engañando su confianza; perturbación del orden social porque se va contra una de las condiciones de la paz pública y de la mutua concordia entre las personas y degradación moral de la persona que miente, pues desvía a la palabra de su fin natural como instrumento destinado a la expresión de la verdad.
La mentira puede ser jocosa (por chiste), oficiosa, es decir, por interés (del que la dice o de un tercero), y perniciosa, es decir, que busca dañar a un tercero (calumnia)[3]. Hay quienes mienten por sistema, por serviles, abyectos y anodinos, pareciera una segunda naturaleza viciosa que las personas se dan por el hecho de vivir de las mentiras.
Así las cosas, usted decide en las próximas elecciones: a una adorable mentirosa o alguien que su personalidad revele la virtud de sinceridad, la cual añade a la virtud de la veracidad un complemento y una perfección que consiste en la doble lealtad hacia sí mismo, para reconocer los defectos; y hacia los demás, para manifestarse a ellos cuando se debe hacerlo y, en general, para ser por fuera, en las palabras y los actos, tal como se es interiormente.
[1]-[2] JOLIVET, R. TRATADO DE FILOSOFÍA MORAL. EDICIONES CARLO LOHLÉ. BUENOS AIRES.
[3] Cf Santo Tomás. IIa-IIae, q. 110, a. 2.
Jesús Guerrero
