Después que me entregaron la ficha para examen de admisión en la Escuela de Filosofía y Letras, fui a visitar a un amigo. Su tía me preguntó qué iba yo a estudiar, le respondí que licenciatura en filosofía. Y me dijo “yo soy amiga del director Pancho Flores. Dame tu número de ficha…” y fue la primera vez que escuché su nombre.

No me confié y estudié el temario. Presenté el examen y cuando publicaron los nombres de los aceptados, ahí estaba el mío. En primer año lo conocí como profesor, impartía la cátedra de Metodología de la Investigación Bibliográfica y Documental. En el último año Metodología de la Educación. Bien asesorados por el titular, Pilar Rodríguez y yo diseñamos un programa de lógica para preparatoria, pero el maestro quiso lo completáramos con una selección de lecturas.

Así nació el texto “Lógica Matemática. Antología” el cual publicamos internamente después de que piqué los famosos esténciles. Cuando terminé la licenciatura Pancho encontró La Prensa para una publicación externa. Me contrataron para que lo volviera a transcribir y eliminara errores. Le agregué ejercicios, terminé el trabajo en marzo, lo entregué y dispuesto a irme me dijeron que me hiciera cargo de Cosecha, una página cultural que se publicaba en El Heraldo creada por Flores Aguirre. Entré por seis meses y ahí me quedé por casi cuarenta años.

Cuando terminamos la carrera nos pusimos de acuerdo en quién sería nuestro padrino. Alguien propuso a Enrique Pallares, uno más a Federico Ferro Gay, otros a Arturo Rico y a Francisco Flores. Yo propuse que fueran todos porque eran los pilares de la licenciatura. Y por primera vez, cuatro catedráticos nos apadrinaron.

Ya como docente, de discípulo del maestro Flores Aguirre, nos convertimos en compañeros, como él decía, del gis y del pizarrón universitario. Visité infinidad de veces su casa donde siempre fui muy bien recibido. Un compañero lo dibujó cargando libros, le entregamos el cuadro y lo recibió agradecido y emocionado.

En los primeros días del movimiento universitario estudiantil magisterial de 1985, Pancho Flores, desde su famosa columna Filosofando, fue pionero levantando la voz desde las páginas del periódico para denunciar la ambición ilimitada del entonces rector Reyes Humberto de las Casas Darte con un artículo titulado Espíritu Universitario. Para septiembre ya lo habían despedido. Después del triunfo de los antipatos, Pancho enmarcó el oficio de su destitución de la universidad y lo colgó en la sala de su casa. Cuando Rodolfo Torres Medina fue rector, fui a su hogar para animarlo a que aceptara un cargo y le dije “¿Por qué no pide comunicación social?”. Lo hizo y durante algunos meses trabajé con él.

En ese corto periodo iniciamos los cursos de actualización para periodistas. Después me fui de secretario académico de la Escuela de Filosofía y Letras y desde ahí continuamos colaborando para la profesionalización de reporteros que fue el antecedente del Diplomado en Periodismo y posterior licenciatura.

En la toma vespertina de las instalaciones de Filosofía y Letras (1992) por la noche todos los profesores se fueron a sus casas excepto Isela de Pablo (+), Pancho Flores y un servidor. La mañana siguiente, éramos tres catedráticos y siete alumnos dentro y como cien acechando afuera. Tapamos los cristales del frente del edificio con periódicos y mamparas para que no supieran cuántos éramos. Esa noche los tres no dormimos ni un minuto. Y ya en la tarde llegaron los demás.

El maestro fue un hombre de fuertes ideales. De un gran sentido del humor. Afortunadamente yo no tuve roces con él. Al contrario, él me recomendó para que impartiera clases –todavía como estudiante- en la preparatoria de La Salle y posteriormente en la Preparatoria México. Cuando laboré para el comité ejecutivo del SPAUACH lo llevé varias veces a nuestro programa de radio y le hice una entrevista que hoy pueden leer en mi página de Facebook.

Es triste saber que un amigo, un compañero, un catedrático de quien tanto aprendí, de quien por él publiqué mi primer artículo en Cosecha (como otros muchísimos estudiantes y docentes), de quien por él publiqué mi primer libro, de quien por él entré como docente a FyL se haya, como se dice coloquialmente, adelantado en la rúa. Vamos en fila. Su alter ego, Unga, terminaba la columna diciendo que una vida sin reflexión no vale la pena vivirse, pero, donde esté Pancho Flores, sigue cavilando y por tanto continúa existiendo.