No se trata sólo de los escandalosos fraudes piramidales: hay alguien más arriba, mucho más arriba, que se encarga de una protección a la delincuencia en todas sus formas, porque no se entiende, de lo contrario, que cuando la autoridad atrapa a un criminal, de las piedras surgen 10 más.
La multiplicación de cabezas o líderes de los cárteles de la droga, cuando alguno, considerado “pez gordo”, cae en manos de la justicia, había sido hasta hace dos décadas la preocupación de los distintos órganos de gobierno. Hoy el delito de cuello blanco y los traficantes de personas están rebasando esa premisa que era sólo para los barones del narcotráfico.
En los últimos dos años, los fraudes y robos de cuentas bancarias en contra de miles de personas se han convertido en uno de los principales dolores de cabeza de las autoridades. El hecho de que las policías hayan instalado grupos especiales de seguridad cibernética no es garantía de que sigan apareciendo como insectos, de la noche a la mañana, más criminales.
Lo más extraño es que estos delincuentes, que invierten millonadas en equipo de alta gama para evitar ser rastreados, cada vez definen mejores estrategias y técnicas que impiden a las autoridades ubicarlos de inmediato.
Pero hay otro “pero”: estos grupos expertos en el engaño rentan edificios enteros, con todos los pisos equipados, para atraer a sus víctimas con técnicas de persuasión capaces de convencer a (casi) cualquiera de revelar contraseñas de cuentas bancarias y datos familiares con los que se facilite cometer un crimen.
Ya habíamos hablado en este espacio del caso más emblemático ocurrido en Chihuahua, concretamente originado en Parral, en 1990, cuando la empresa Pegaso defraudó a miles de inversionistas a quienes se les ofrecieron intereses mucho mayores a los bancos, lo que ocasionó la bancarrota de empresarios, pequeños comerciantes, amén de miles de personas que, incluso, decidieron vender sus propiedades para invertir en esa pirámide fraudulenta.
Treinta años después la historia se repitió con Aras, unos meses después Yox y seguirán apareciendo por una sencilla razón: hay una mano que mece la cuna y que, desgraciadamente, parece invisible a los ojos de víctimas y autoridades.
Porque de otra forma no se entiende cómo es que se combate a una firma defraudadora (presuntamente, hasta que la autoridad declare la procedencia del delito) y aparecen cinco más con las mismas o mejores estrategias de convencimiento.
Todos los días cientos, sino es que miles de personas, recibimos llamadas telefónicas de supuestos bancos, empresas que ofrecen espejitos, regalos nomás porque sí, citas prometedoras de inversiones tan atractivas como absurdas, con el único propósito de extraer dinero de las cuentas de incautos que caen en el engaño.
Y lo más grave, existen organizaciones completas de ladrones de cuello blanco que le indican a las víctimas que han sido objeto de compras indebidas con sus tarjetas y a partir de ese momento los “guían” para que entren a sus aplicaciones electrónicas y revelen las claves de sus cuentas bancarias. En un abrir y cerrar de ojos el saldo quedó en ceros.
¿Y luego? Luego nada. Las víctimas se quedaron sin un centavo de sus ahorros o la nómina recién depositada, pensiones para adultos mayores, becas o, incluso, dinero de asociaciones civiles que tienen recursos para actividades de altruismo.
No es posible que nadie se haya dado cuenta (autoridades policiacas, bancarias, arrendadores y demás) que se trata de una empresa que de la noche a la mañana llegó a instalarse con el más costoso equipo electrónico, computadoras de primer mundo, mobiliario caro y vistoso, en edificios elegantes y que no despiertan sospechas.
¿Quién vigila estos giros empresariales? ¿Acaso el SAT, que tiene, se supone, a los mejores sabuesos de movimientos sospechosos de dinero en transferencias, no recibe timbres de cuentas inusuales?
Pero también ocurre con otro delito más despiadado y cruel: el tráfico de personas. Por más que se intente perseguir a los “polleros”, que ahora secuestran, mutilan, violan y asesinan a migrantes que buscan llegar a territorio norteamericano, cada vez que alguno de estos delincuentes es arrestado, aparecen diez más.
A los delincuentes que engañan a incautos para estafarlos o saquear sus cuentas bancarias con poco o mucho dinero, desde personas de la tercera edad hasta empresarios… a los malandros que se hacen millonarios con el secuestro de migrantes… ¿nadie los ve?
Se necesita ser muy ingenuo para decir que actúan solos y que nadie se da cuenta de lo que hacen; porque se trata de organizaciones muy bien estructuradas, con técnicas de persuasión (fraudes) y violencia desmedida (traficantes de seres humanos), que no tienen un líder visible. Las autoridades federales tienen la solución, porque, insisto: con estos delincuentes… ¿quién es la mano que mece la cuna? Al tiempo.