Por Filosofía Presocrática se entiende los filósofos que antecedieron a Sócrates. Se interesaron por conocer el principio y la sustancia del universo. Hicieron a un lado las explicaciones mitológicas para proponer soluciones fundamentados en la racionalidad y sobremanera, en elementos físicos. La Filosofía Presocrática comenzó en el siglo vi a. C. con los tres miembros de la escuela de Mileto: Tales, Anaximandro y Anaxímenes.
En la literatura filosófica, se emplea el término “devenir” por resultar menos restringido que el de “cambio” además de no confundirlo o involucrarlo con el de “movimiento”. El primer pensador que habló sobre este problema fue Heráclito de Efeso (540 – 476 a. C.). Él tuvo la aguda percepción de la variabilidad y fugacidad en de todo cuanto existe, de su diversidad y perpetua mudanza. La síntesis de su pensamiento sobre este tema, la encontramos en el fragmento que reza “no es posible ingresar dos veces en el mismo río, ni tocar dos veces una sustancia mortal en el mismo estado; sino que por la vivacidad y rapidez de su cambio, se esparce y de nuevo se recoge; antes bien, ni de nuevo ni sucesivamente, sino que al mismo tiempo se compone y se disuelve, y viene y se va”. En pocas palabras, todo está en constante movimiento y nada permanece sino el constante fluir de todo lo que existe. Su casi inmediato detractor fue Parménides de Elea (¿516 a. C?). Sostuvo que el ser no puede modificarse sino permanecer como tal porque en caso contrario ¿de dónde vendría? y ¿a dónde iría? El ser es entonces uno, infinito, eterno, inmutable y evidentemente incambiable. “...Es el ente ingénito y es imperecedero, de la raza de los “todos y solo”, imperturbable e infinito; ni fue ni será que de una vez es ahora todo, uno y continuo” y así las modificaciones del ser son ilusorias gracias a la naturaleza de la percepción de los seres humanos. El devenir es apariencia: el ser verdadero es inmóvil, porque en realidad, todo permanece. Surgieron otros filósofos quienes adecuaron sus propias conclusiones a las de ambos. Empédocles y Anaxágoras entendieron el devenir en sentido cualitativo; Demócrito lo interpretó cuantitativamente e intuyó la existencia de los átomos. Con el arribo de Sócrates dio fin a la era presocrática. Es común identificarlo con la del arquetipo de filósofo. Nació en Atenas en el año 470 antes de nuestra era. Pero hoy tenemos una nueva tendencia de la escuela presocrática, claro, con otro sentido. Su máximo representante es Donald Trump, quien, si llegara a la cárcel defenderá la postura “presos al poder” (es decir, quienes están reclusos). Si gana la presidencia, este mundo estará completamente de cabeza. Mi álter ego reflexiona: vivimos en un país dizque demócrata que no ama, ni respeta, ni quiere, ni participa en la democracia. El abstencionismo es su antítesis. La indiferencia, la flojera, la apatía, la inapetencia sobre el presente y en futuro de la nación, nos llevará irremediablemente al caos. En la democracia se gana o se pierde. No estoy diciendo que deberían haber votado por la oposición o por el oficialismo. De ninguna manera, pero sí que la participación en las urnas hubiese sido por demás significativa. En fin, el pueblo tiene y tendrá el gobierno que merece. Es reprobable que todos los actores políticos se hayan autoproclamado ganadores de inmediato. Lo sucedido el domingo es un retroceso social y político de décadas. Algunos dicen que no les gusta la política. Deberían ser más específicos: se sienten desilusionados de la política, de la clase política mexicana y por supuestos de los partidos nacionales carentes de una ideología clara. Por eso hoy estamos sin ganas de volver a las urnas, tristes, dolidos, angustiados por el futuro de nuestra patria. No habrá alternancia en el poder por muchísimos años. ¿Otros 70 acaso? Consummatum est.