Con el título de la presente colaboración, no nos referiremos a aquellos tan esperados y emocionantes episodios televisivos de acción policiaca: Los Intocables (USA 1959-1963). Aunque de acuerdo con la temática central de los mismos, puede hacerse un parangón con el estado de inseguridad que ha venido generando en el país el crimen organizado e “informal” y el de ‘cuello blanco’, que desde la penúltima década del S. XX hasta la fecha, ha tenido tangible existencia, presencia y ascenso.

Nos referiremos, trataremos el asunto relativo a las acciones y actitudes de quienes, por el lapso de más de 90 años se ufanaron de tener en sus manos el control político y en mucho el económico: las cúpulas dirigentes del partido tricolor y las del partido blanquiazul; sobresalientemente las del primero: el PRI.

Es de considerar que en toda conducta negativa individual o colectiva siempre hay honrosas excepciones, como fue y es el caso de algunos políticos, de algunas autoridades y funcionarios gubernamentales cuyos desempeños públicos fueron merecidamente aprobados y bien recordados por tirios y troyanos.

Empero, las actitudes arrogantes, soberbias, del “creerse mucho”, del sentirse superiores a los demás; del ofender a la ciudadanía, a la población toda con la compra del voto, con el fraude como constante de los procesos electorales; de imponer candidatos por medio de la práctica del dedazo; del burlarse del pueblo al no cumplir las promesas o compromisos de campaña; y, lo peor, de enriquecerse no tanto por sus altos sueldos, por vivir del presupuesto, sino por cultivar en todos los ámbitos del sector público gubernamental el robo descarado, la corrupción y la impunidad sin importarles que la inmensa mayoría de las familias mexicanas sufrían (sufren) cotidianamente las duras consecuencias de la pobreza “normal” y extrema.

Por décadas, año tras año, trienio tras trienio, sexenio tras sexenio, no faltaron voces, ni han faltado, que, oportunamente, con fundamentos irrefutables y con las mejores de las intenciones les señalaran sus perjudiciales e imparables errores; señalamientos que no les hacía mella alguna. Era tal –sigue siendo-, su complejo de superioridad ¿o más bien de inferioridad?, que no tenían la edificante práctica de la autocrítica; mucho menos, en ese creerse y sentirse los intocables, aceptaban la mínima crítica por evidente que fuera la razón de las mismas.

Al respecto, todavía permanecen en la memoria histórica del pueblo, el fatal terremoto sucedido el jueves 19 (‘jueves negro’) de septiembre de 1985 en la Ciudad de México, durante el cual al entonces Presidente de la República, Miguel de la Madrid, le llovieron justas y fuertes críticas porque no estuvo presto oportuna y diligentemente en el lugar del desastre, dando muestras de falta de liderazgo nacional, que algunos analistas definieron de plano, como divorcio entre gobernantes y gobernados

En ese tenor, entre otros auténticos periodistas, a la sazón, Francisco Cárdenas Cruz en su columna Pulso Político, expuso: “Es la hora de la reconstrucción: de la capital y de la nación. De un México que debe cambiar también en lo mental, lo político, social y cultural, en el que el Gobierno debe encabezar a las mayorías, estar a su lado, luchar por sacarlas de la crisis y del desastre en las que se encuentran. Reasumir, pues, su liderazgo que se ha ido perdiendo.”

Y no pasaron cuatro años del terremoto, cuando impregnado de indolencia e insolencia, como una insultante salida cínica a los momentos más duros para los mexicanos, para la Nación, el Presidente Carlos Salinas de Gortari, vociferó: NO LOS OIGO, NI LOS VEO.

Actitudes, ‘estilos de gobernar’ que calaron hondo en los nobles y patrióticos sentimientos de la población mexicana, preponderantemente entre la clase trabajadora del medio urbano y rural; quedando en estado latente esas y más maneras de tratar a los gobernados, deseando y esperando, que llegaría el momento de detener o acabar con ese desprecio y prepotencia de los gobernantes impuestos por el hegemónico partido oficial o de Estado: PRI y 12 años del PAN.

En ese orden de ideas, releyendo mi libro “México: País de simulaciones y simuladores” (Editorial Hibri-books, 2014), creí conveniente darle a conocer de la parte introductoria, las siguientes ideas:

“El objetivo de este trabajo, no es criticar por criticar a los mexicanos y a sus gobernantes; mucho menos conlleva intensiones insanas, que en nada estimulan el temple recio, aguantador, contemplativo y esperanzador que desde antes del descubrimiento y dominio español, caracterizó a las etnias originarias de Mesoamérica y Aridoamérica.

“Creemos y estamos convencidos, que a todo mexicano le asiste el derecho y le está permitido analizar su interior, su conciencia, su alter ego y tomarse la libertad de escribir; y, si es posible, de publicar sus observaciones, sus vivencias y sus experiencias. Mayormente si está convencido de que éstas, desagradables o no, ‘pisen o no pisen callos’, serán de provecho para los demás, para la otredad.

“Obviamente, teniendo muy presente, que a través de la historia de la humanidad, los hombres –especialmente, los que están al frente del poder público—poco o nada acostumbrados a la AUTOCRÍTICA menos a la CRÍTICA o a una mera sugerencia u opinión sobre su actuar y sus actitudes, creen que todo lo que no es elogio o zalamería, va en contra de ellos, cuando muchas veces, elogiarlos o estimularles –de más, su ego--, su engreimiento, es la manera más segura de ir en contra de ellos, de hundirlos más en su narcisismo, en su egoísmo a la máxima potencia y en su soberbia, de causarles más daño a ellos y por ende a quienes está bajo su ‘autoridad’ o bajo su ‘poder’ ¿para poder?

Del filósofo, crítico y ensayista mexicano, Samuel Ramos, citamos de él, que al gobernante “El INSTINTO de PODER le empuja demasiado lejos, y le impide medir con exactitud sus fuerzas provocando un desequilibrio entre lo que QUIERE y lo que PUEDE. Pero, por desgracia no todos los hombres que SOBREESTIMAN su PERSONALIDAD se hallan dispuestos a abandonar la idea halagadora que tienen sobre ella.

“Existe un tipo psicológico de hombres, cuyo propósito fundamental en la vida es hacer prevalecer su YO. Se comprende que el instinto que predomina en tales sujetos es el instinto de PODER. A todo está dispuesto un hombre así, menos a una cosa para él básica: a conceder que VALE MENOS DE LO QUE ÉL PIENSA.

“Esta actitud mental es, justamente, el terreno más propicio al desarrollo del sentimiento de inferioridad. Pero, en tales casos, ¿cómo va a librarse de ese complejo, si mantiene con absoluta firmeza su FALSA SOBREESTIMACIÓN?”

Éstos “políticos y políticas”, estas cúpulas y élites del PRIANRD, prefirieron y pagaron muy bien con millonadas y millonadas del erario, el canto de las sirenas, las barbeadas de los intelectuales orgánicos, de los “periodistas” chayoteros.

En tanto que a los honestos reporteros, periodistas y ciudadanos opinadores de “provincia”, “pueblerinos”, que en aras de servir al pueblo señalaban las constantes pifias de las autoridades de los tres niveles de gobierno: “Ni los oían, ni los veían”.

De ahí que en las elecciones del 2018 y en las del presente 2024: la ciudadanía, el pueblo todo, votara mayoritariamente contra el PRIANRD.