Ya está en puerta el que denominan “el más sagrado del año”: El Día de la Madre. No haré juicios valorativos. Simplemente que los festejos a las progenitoras han cambiado con los años. Antes, para celebrar esa fecha se elaboraban trabajos manuales: porta retratos, bolsas tejidas, adornos para la casa, joyeros, bufandas y mil cosas más.
Luego, en cada salón de clases se exponían los obsequios. No faltaba la mamá que decía que el trabajo de su hijo era el mejor. Después de admirarlos, cada niño entregaba con un beso el regalo. La madre lo recibía con sonrisas, lágrimas y agradecimiento. Posteriormente se trasladaba al auditorio, al gimnasio o canchas de basquetbol. Ahí, después de las infaltables mañanitas, los infantes bailaban Jesusita en Chihuahua, la Segunda de Rosales, los más chicos entonaban canciones del Grillito Cantor: Desfile de las Vocales, representaban Cochinitos Dormilones (uno soñaba que era rey, otro que iba en un barco y el más pequeño de los tres, en trabajar, para ayudar a su pobre mamá), la patita, el de la abuelita, el Chorrito, la Patita, Caminito de la Escuela, Pajaritos a Volar, etc. El programa incluía declamación de poemas. No podía faltar “mamá, soy Paquito, no haré travesuras”, Por qué me Quité del Vicio, “Madre querida, madre adorada, que Dios te Bendiga aquí en tu morada, que Dios te conceda mil años de vida” y no podía faltar el Brindis del Bohemio “¡Por mi madre! Bohemios, por la anciana que piensa en el mañana como en algo muy dulce y deseado”. Después de disfrutar el agasajo cultural, les servían agua de horchata, limonada, cocas, galletas y dulces. Al final cada santa mujer tomaba de la mano a sus descendientes y se iban a casa. Pero ¡o tempora, o mores! (¡Qué tiempos, qué costumbres!), la sociedad está en dinámica de transformaciones. Y cambiaron las canciones por las que estaban de moda. Ya por los años 90 hacían coreografías –niños y niñas- de rolas de Yuri: Hombres al Borde de un Ataque de Celos, el Apagón, Maldita Primavera. Escuche a una niña de once o doce años –vestida de charra- que cantó Te quedó grande la Yegua que decía, entre otras cosas “ya no finjas/a tus hijos el cariño/ porque sé que no te duelen/ hasta disfrutaste hacerlos… y a mí me faltó jinete”. Y las madrecitas aplaudían a rabiar. Los espectáculos de danza cambiaron de las clásicas mencionadas por más modernas: rock and roll, regatón, rap y demás. Posiblemente porque en los festivales tradicionales las madres no se divertían del todo, transformaron el formato. Si antes las reinas del hogar tenían que apoyarlos en las manualidades, vestirlos o disfrazarlos de acorde al papel que les correspondían, ensayaban con ellos personajes, canciones y poemas, entonces no faltó que a alguien se le ocurriera hacerlos sin llevar a sus hijos. Decidieron, las autoridades de las escuelas y en contubernio con la Sociedad de Padres, modificar el homenaje. De las instalaciones educativas cambiaron a granjas o salones de eventos y ahora sí, a comer, a platicar, bailar y consumir bebidas espirituosas. A disfrutar su día como mujeres, no como abnegadas cabecitas blancas. Fui testigo de un evento -por accidente, no era yo, aclaro- donde contrataron strippers en el cual jóvenes muy bien formados hacían su espectáculo. Realmente ignoro si se siguen haciéndolos según la tradición. Mis hijos ya son adultos y no tengo nietos. No sé cómo se halaga hoy a las madres. Solo escribo mi testimonio. Tampoco diré que tiempos pasados eran mejores. Pero de que su merecido homenaje cambió, sí cambió. Bien, un saludo adelantado a todas las madres, a quienes lo fueron biológicamente, a quienes criaron hijos ajenos, a quienes adoptan en familias tradicionales u homoparentales, a quienes siendo, tías, sobrinas, abuelas, hermanas y demás familiares, han hecho ese difícil trabajo. El título de madre no lo otorga el destino, lo ganan quienes están al pendiente, cuidado, a darles el amor, la educación, el apoyo que siempre un pequeño o pequeña necesitan, requieren, les es indispensable ¡Feliz Día! Mi álter ego les recuerda que el resultado de las elecciones no está decidido. El Pecado Social es abstenerse de votar, por quien sea, hasta anularlo, pero acudir a las urnas. Quien no sufrague, no tiene… bah, se acabó el espacio.