Es imposible cerrar los ojos al corte de caja en números rojos entregado por la dirigencia nacional del PAN, que termina este día con la elección de un nuevo líder para relevar al senador Marko Cortés. Por fin se va el artífice de las derrotas azules, el posible sepulturero del partido.

En el proceso interno que vive este domingo Acción Nacional, compite por el lado del oficialismo Jorge Romero Herrera, considerado el delfín de Cortés... o el “del-fin” del partido, según sus opositores internos, que van alineados con la tlaxcalteca exsenadora Adriana Dávila.

Este grupo de la continuidad, lleno de “padroneros” y líderes a quienes mueven las fobias, parece tener la solidez suficiente para sacar adelante el proyecto lleno de cuestionamientos y resultados críticos.

Cortés Mendoza dirige al PAN desde noviembre de 2018 y fue reelecto en 2021 para el periodo que ahora llega a su fin.

A su arribo como jefe del partido, recibió un PAN atropellado por el fenómeno que fue Andrés Manuel López Obrador, pero con el portafolios lleno de esperanzas, dado que presumía ser de la generación de políticos jóvenes con toda la actitud de ganar elecciones.

En realidad, el dirigente es de la generación que llegó cuando el partido ya ganaba elecciones, con un pragmatismo negociador heredado de sus maestros, pero que los nuevos llevaron al extremo.

Basta recordar la alianza con el PRI por Coahuila, donde esa dirigencia azul se repartió notarías, magistraturas y organismos “autónomos”. Y hasta lo firmaron en papel para dejar constancia del nulo cuidado de las formas, que en política son todo.

El dueño de un escaño por seis años, que agandalló mientras el barco opositor se hundía frente a la dupla Claudia Sheinbaum-Andrés Manuel, es la cabeza de ese PAN casado con el PRI por esa practicidad que en algunos estados resultó suicida.

Deja tras de sí una estela de tratos, negociaciones y arreglos en los que vio primero por sus dientes que por sus parientes o militantes. Además, apunta a dejar sucesor que cuide sus espaldas, así vaya en ello el posible hundimiento, si todavía es posible más, del partido que en un momento de la historia tuvo el respeto, aceptación y hasta admiración de grandes sectores de la sociedad.

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En el corte de caja que los contadores panistas tienen, Cortés recibió en 2018 un PAN que alcanzó 12 millones de votos, después de haber perdido la Presidencia de la República tras los periodos de Vicente Fox y Felipe Calderón.

La fuerza del año 2000, con la que ganó de forma arrasadora para ponerle fin a las siete décadas del PRI, fue diluyéndose en seis años. Calderón ganó con una ventaja cuestionable, tanto que hoy la historia de la vencedora 4T considera un fraude esa elección, la primera que perdió López Obrador en la búsqueda del poder federal.

Pese al descalabro que fue el resultado de 2012, cuando regresó el tricolor con Enrique Peña Nieto, en el proceso 2018 alcanzó Acción Nacional unos 12 millones de votos, el 22 por ciento del total de sufragios emitidos en el país.

Le alcanzó esa fuerza para 129 curules de las 500 y 38 de los 128 escaños en el Senado de la República, suficientes para una oposición decente, fuerte y responsable; adicionalmente, tenía bajo su gobierno más de un tercio de los estados del país, 12 entidades que había conquistado, reconquistado o retenido para la causa azul.

No era un ejército derrotado completamente, por más que haya tenido malos resultados en las últimas elecciones federales y estatales; no era un apéndice del PRI ni su aliado abiertamente, aunque la simplificación morenista repetía que eran lo mismo.

Seis años después, esa dirigencia que busca perpetuarse entrega un PAN con menos de 10 millones de votos y apenas el 16 por ciento de la votación nacional; bajó a 22 escaños, 68 curules y cuatro estados con gobiernos panistas: Guanajuato, Aguascalientes, Querétaro y Chihuahua.

¿No son números suficientemente rojos? Bueno, de los 300 distritos del país, el PAN ganó sólo tres por sí mismo, los otros pocos más fueron ganados en alianza con el PRI, porque 256 los ganó la 4T; ni una senaduría de mayoría relativa alcanzó, ni una sola.

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Aparte del ridículo en las elecciones, Cortés Mendoza hizo -tal vez como factor desencadenante de los resultados de sus batallas- un pobre papel como líder opositor.

Quizá la valoración de la alianza con el PRI deba revisarse aparte, pues fue exitosa en algunos puntos del país como Chihuahua, donde el tricolor, más diezmado que el PAN a nivel nacional, mantiene una fuerza territorial importante y sobre todo domina municipios que, aunque pequeños, son grandes cajas de recursos públicos para la operación política.

Pero fuera de la polémica y cuestionada coalición aplastada por la 4T, Cortés Mendoza mostró sus dobleces en temas torales de la campaña de 2024.

Además, jamás pudo defender logros de los gobiernos panistas y fue uno más del coro de obsesivos detractores de Andrés Manuel y Claudia.

Jamás reparó en que su estrategia de golpeteo sistemático, permanente, a veces al grado de lo irracional por defender indefendibles, tuvo como resultado el rechazo ciudadano que capitalizó muy bien el morenismo.

Jamás superó la derrota que representaron para los opositores los programas sociales visiblemente clientelares y electoreros del régimen, por lo que no pudo articular estrategias de contención más allá de la descalificación casi enfermiza contra expresidente.

Mostró una cara algo vergonzosa del conservadurismo extremo de la derecha mexicana, clasista, racista, irracional, involucionada democráticamente.

El resultado está en las elecciones de medio término de la gestión federal y en el desplome de la votación de los estados que antes eran de dominio panista; así entregó ocho gubernaturas antes ganadas o cuando menos disputadas.

¿Por esa continuidad votarán los panistas? ¿Esta vez no darán, como antes, muestras de que los lineazos no funcionan dentro de un partido lleno de una genética rebelde?

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En este marco nacional tan desolador para el PAN, aunque no tanto como para el PRI, Chihuahua logró permanecer como un oasis azul en medio de un escenario guinda intenso, que ha hecho envalentonarse a los líderes de Morena para competir desde ahora por la gubernatura de 2027.

Si bien los resultados que entrega la dirigencia estatal panista, encabezada por Gabriel “Gabo” Díaz, son también pobres, Acción Nacional tuvo de punteros a la gobernadora Maru Campos y al alcalde Marco Bonilla, para retener casi todos los espacios fuera de Ciudad Juárez.

En Chihuahua, Cuauhtémoc, Parral, Delicias y un amplio corredor al sur del estado, el panismo retuvo sus posiciones de poder e incluso registró avances en medio de la arrasadora ola que encabezó Sheinbaum, con Andrea Chávez y Juan Carlos Loera como principales candidatos de la entidad.

El escenario actual no podría ser más adverso para el panismo local: las reformas del segundo piso de la 4T en buena medida están orientadas a mantener reducida a la oposición, mientras se perfila una dirigencia nacional que no ofrece otra cosa más que continuidad, con ligeras variaciones.

Cero reconocimiento a los errores propios y a los aciertos que han empoderado como nunca al régimen que comenzó en 2018, son constantes en la conducción de un partido que logró tener el poder durante 12 años, en un periodo de transición durante el cual no logró establecer un modelo de desarrollo de la nación, concepto extraviado en una clase política corrompida hasta el tuétano.

Por eso, tiene ahora la dirigencia estatal panista, que será encabezada por la exdiputada federal Daniela Álvarez si los tribunales no dan una sorpresa, el reto enorme de consolidar ese oasis que ha sido Chihuahua.

El reto es para quienes puedan crecerse frente a la adversidad y estén dispuestos a sostener un proyecto con, sin y a pesar de una dirigencia nacional extraviada; con, sin y a pesar de un régimen que logró por la vía democrática y legítima un poder absoluto no visto en el país.

La resistencia que presente Chihuahua es más responsabilidad de un partido opositor, como el PAN, que de un gobierno panista, pues éste debe actuar en el marco institucional de manera responsable para que los intereses políticos no se confundan con los intereses de la población.

Este es el reto de las dirigencias. A ver si logran estar a la altura.