En la película “Charlie y la fábrica de chocolate” del año 2005, podemos observar a 4 niños que se meten en problemas debido a su mal comportamiento, por ejemplo: Veruca, quien intentaba quedarse con una de las ardillas encargadas de la selección de nueces, fue atacada por ellas al sentirse amenazadas por su presencia, rápidamente la acometen en defensa, y posteriormente al considerarla una "nuez hueca" la arrojan por el conducto de la basura.

El comportamiento de esos 4 niños desobedientes es dirigido por sus emociones y no por la razón, esta conducta es producto de la “formación” en ocasiones brindada por los padres; sobre el punto, es conveniente en este próximo mes, en el que inician las “fiestas decembrinas”, reflexionar sobre lo que enseñamos a la niñez: si realmente enseñamos virtudes y valores, o conductas viciosas maquilladas que aparentan ser actos de virtud y de valor.

Las llamadas “fiestas decembrinas”, que nada tienen que ver con la Natividad, sobre la cual hablaremos en otra colaboración, tienen en no pocas ocasiones como común denominador: realizar actos o gestos en relación con otras personas cuya finalidad es la zalamería, la lisonja, el placer, la utilidad, el sentimiento del agrado y el hedonismo, en síntesis, el placer por el placer o por interés.

Las “fiestas decembrinas” parecieran una especie de necesidad de reunirnos con la familia o amigos, en las que se hace un derroche de supuestos valores y virtudes, incluidas las muestras de afecto mediante regalos caros, pretendiendo con ello, en algunos casos, dar sentido a las relaciones humanas, como si el resto del año no existiera para tales expresiones.

De este modo, a los niños desde pequeños les enseñamos a apreciar las cosas por el sentimiento de agrado, de estimación y aprecio que provocan los regalos, las fiestas, lo que es irracional, pues aprenden a apreciar las cosas por las emociones y el interés, no por la razón, esto los vuelve egoístas, utilitaristas, de tal modo que sin darnos cuenta estamos enseñando a maquillar el utilitarismo para darle una apariencia de virtud o valor en las personas.

Después de algunos años de trabajar para, consciente o inconscientemente, volver a los niños maquillistas, “inocentemente” nos cuestionamos las consecuencias y no las causas; así nos preguntamos: ¿por qué este niño es tan materialista, egoísta y hedonista? En lugar de preguntarnos ¿Por qué le enseñé a ser así? La confusión a veces es deplorable, más si el niño quiere mandar en la casa donde aprendió que es el rey y los demás súbditos de su capricho, y que todo lo que hace debe ser en beneficio o utilidad propia.

Por si fuera poco, en las “fiestas decembrinas”, está el placer deleitable desordenado que produce el consumo de alimentos, dulces y bebidas de todo tipo y sabores, sobre el que pareciera se les enseña a maquillarlo con una aparente felicidad, la cual, al día siguiente del festejo, se le cae el maquillaje y se vuelve a la realidad.

De nada sirve mencionar que vivimos tiempos caracterizados por una crisis de virtudes y valores, si no proponemos una solución; por ello, es conveniente que, en esta última etapa del año, revisemos nuestros conceptos de virtudes y valores para evitar maquillar conductas viciosas, proclamadas como generosas, y enseñemos y practiquemos el amor a la verdad, el aprecio a lo Divino, el prudente cuidado de la salud, etc.

También, es prudente enseñar a la niñez que, si quiere alcanzar la felicidad verdadera, debe buscar el bien honesto a través de conductas ordenadas, y no en el desorden de sus acciones, enseñémosles a reflexionar, aunque les resulte fatigoso, incluso para quien enseña.

La vida ética no la podemos comprender sin el juicio moral sobre los actos humanos que realizamos, así como el cumplimiento de nuestros deberes, acorde a la edad y estado en que nos encontremos, el cumplimiento de esos deberes nos lleva a los hábitos o disposición permanente que nos mueve a obrar el bien y evitar el mal, esto es, a la virtud y a los valores.