Con este nombre recordaremos el inicio del segundo sexenio consecutivo de AMLO. Es un hombre de ideas infinitamente inmovibles. Diez y ocho años esperó para ser presidente y ahora quiere perpetuarse en el poder. Las modificaciones constitucionales del poder judicial sólo son una muestra de lo que será capaz de hacer en lo que le reste de vida. Que será larga, porque apenas tiene 70 años. Si bien le va a él –no a la república, ni a la ciudadanía, ni a la división de poderes, ni al gobierno, ni a las leyes, a ni a la salud, ni a la educación, ni a la ciencia, ni a la democracia- le quedan unos tres sexenios de Maximato.
No nunca voté por él. Mis temores eran de que consolidara a Morena, que lo convirtiera en un partido único y que volviéramos cuarenta años en cuales el PRI era hegemónico. Pero mis recelos se quedaron cortos. Pensé en que su movimiento -de lo que sea- se haría del poder, pero no que él estaría por siempre y para siempre con batuta en mano. Pretende seguir mandando, desde unas transparentes sombras, el destino de la patria. No le importan las manifestaciones de los universitarios, intelectuales, ecónomos, politólogos, constitucionalistas, abogados, filósofos, artistas, académicos porque no pertenecen a ese pueblo bueno y sabio que sabe más que los especialistas. No interesan las implicaciones financieras –sobre todo de inversiones extranjeras- con tal de construir a imagen y semejanza “su” sistema de justicia. Seguirá los pasos de Castro, Ortega, Chávez, Maduro y demás secuaces que con el Poder Judicial en la mano derecha y el Congreso de la Unión en la izquierda, expropiará por igual a nacionales y extranjeros cualquier bien, empresa, territorio, instituciones, sistemas de ahorros y lo que le venga en gana porque será –dirá- para el bien del país. Escribí la semana pasada que él diría en su sexto informe (pero no necesariamente el último) que cumplió más allá de su promesa de construir un sistema de salud igual que el de Dinamarca porque estamos mejor que en este país escandinavo. Era broma, pero sí lo afirmó. Caramba, y nadie de sus lambiscones le dijo “hombre, perdón; cuasi dios, disculpe; mesías, excúseme, iluminado: se le pasó la mano”. ¿Cuántas veces visitó Dinamarca? ¿en cuáles hospitales se ha atendido en aquel país? ¿cuántas veces envió a su esposa e hijito al IMSS o al ISSSTE a curarse? De verdad, ya no conecta la lengua con el cerebro y ni éste a su vez con la realidad. ¿Qué destino nos depara? ¿qué hacer? Deberían construirse calles, carreteras avenidas, bulevares, puentes, aeropuertos, estaciones de ferrocarril, trenes, escuelas, parques, hospitales, clínicas, universidades, para bautizarlos con su beato nombre. Pero como no hay presupuesto para edificar nuevas instalaciones, cambiémosle el nombre a las que ya existen sin importar que sean herencia de los –como decía Luis Echeverría- emisarios del pasado. Lástima, en Chihuahua capital, desaparecerán las avenidas 11ª, Venustiano Carranza, Universidad y Vallarta para que surja un nuevo, largo y glorioso “Paseo de la 4T Andrés Manuel López Obrador”. En la Ciudad de los Palacios démosle su ilustre apelativo nombre a la que fue Avenida Emperatriz o Paseo del Emperador, Paseo Degollado o Avenida Reforma. Inauguremos monumentos con su ígnea figura: ora tomando calles, ora mandando al diablo a las instituciones, ora fundando Morena, ora como presidente legítimo, ora como presidente vitalicio. Otórguesele, por decreto, el título de Alteza Serenísima, Benemérito de la Cuarta Transformación, César Tabasqueño, Patriota Incansable, Demócrata Perpetuo, Guerrero Incansable y Peje Lagarto Inmortal. ¿Qué hacer? prepararnos desde ya en todas las trincheras para resistir los embates de una dictadura. Será una larga lucha que seguramente muchos no veremos su desenlace. Pero no podemos quedarnos impávidos. De la Sociedad Civil deberá surgir un auténtico líder antes de que sea demasiado tarde. ¿Quién será? ¿Quién será? ¿Quién será? Mi álter ego medita. Pobre el Estado Libre y Soberano de Chihuahua. Por primera vez en la historia prácticamente no tenemos legisladores ni locales ni federales porque la gran mayoría ¿a qué voz obedecerán? A la de los chihuahuenses definitivamente no.