No valen los intentos por defender con argumentos una opinión o postura política, religiosa, cultural, etc. No existe motivo alguno para permitir a alguien que vaya en contra de la manera de pensar de otro en asuntos que involucran a todos. Discusiones o monólogos exacerbados podrán presentarse, pero no diálogo o acuerdo alguno.
La objetividad, la realidad y la honestidad no son recursos adecuados para el interés que nos mueve. Únicamente se debe atender a ciegas lo que esos “liderazgos intachables” imponen como verdadero y conveniente, sin indagar si tienen razón o no. La experiencia propia o el sabido actuar desatinado o atinado de alguien a quien haya que denostar o defender, según sea el caso, nada importa. Está permitido basar nuestro “razonamiento” en frases o imágenes estruendosas o sugerentes que circulan por las redes sociales, vengan de donde vengan. Eso es lo de hoy, lo efímero que permite cambiar “convicciones” cuando la situación lo requiera. Si mañana se me señala que esto siempre sí es bueno, pues adelante. El decirse demócrata tiene sus asegunes, pues cuando se nos contradice la postura propia, se está permitido ser intolerante y humillante, descalificando a priori a quien ose pensar o ser diferente a uno. El estandarte de la democracia que usamos para defender o para perseguir, se puede mutilar ante el interés superior de un fanatismo. Es posible poner en duda y ofender la inteligencia de los demás, ya que al ser “propietario de la verdad”, en consecuencia, ellos carecerán de razón, conocimientos y voluntad válidos. Se les pudiera haber reconocido en otras ocasiones como preparados, capaces, sensatos, experimentados, etc., pero en esta no, ya que están cometiendo la estupidez de pensar distinto a uno. Y esa desavenencia carece de toda limitante, ya que igual puede afectar o terminar con una relación de amistad, como con una filial, conyugal, de hermandad religiosa, etc. Y por qué no, si lo que debe imperar son los asuntos políticos en los que seguramente ningún involucramiento o decisión se tenga más allá de la emisión del sufragio en las elecciones. No hay problema si se nos usa en pasiones ajenas y/o disfrazadas, pues tenemos la ilusión de que están siendo tomadas en cuenta nuestras necesidades y aspiraciones. Para apoyar a una u otra parte, por muy disímbolas que sean las posturas, no es necesario leer documentos o escuchar argumentos. Se puede ser profesionista y estar familiarizado con la metodología de la investigación, pero aquí todo se da por sentado, sin más, si nuestras pasiones están de por medio. Que no se atrevan a querer dar argumentos con fundamento, pues la sordera y la predisposición a descalificar serán el escudo para continuar con la morbosa y deseada polarización. Aquí puede aflorar lo peor de cada persona, pero nunca será aceptado ni en la propia conciencia. En estos temas no existe un “Dios que todo lo ve”. Bien ha señalado Norberto Bobbio, respetable referente en temas de democracia, al afirmar que: “la fe en la razón quiere decir confianza en la discusión, en los buenos argumentos, en la inteligencia que dirime las cuestiones obscuras, en contra de la pasión que las hace incluso más turbias y en contra de la violencia que elimina desde el inicio la posibilidad del diálogo”. Si hubiera un interactuar social abierto y honesto, indudablemente no seguiríamos a ciegas a ninguna oferta política, sea cual fuere. Esas mezcolanzas insanas, de personajes y organizaciones de turbia trayectoria que siguen teniendo lugar en todos lados, no tendrían la complacencia o tolerancia de quienes siguen determinada opción, sino que serían cuestionadas. No callaríamos inconformidades y, por el contrario, emprenderíamos exigencias. Todavía se me dificulta asimilar que, en la supuesta búsqueda de la democracia y del bienestar social, denostamos y repudiamos las opiniones —y hasta la relación— de padres, hijos, amigos, etc., cuando esos nobles vínculos deberían estar por encima de la política a la que, ¿desde siempre?, no ha tenido la mejor de las famas. Lamentablemente, muchísimos políticos y medios de comunicación, con sus discursos y noticias de marcado estruendo y sesgo, en nada abonan a la necesaria y urgente armonía social. Insisto, desde los propios intereses, privilegios y visiones cada quien podrá tener la razón, pero resulta abominable que en los círculos más cercanos continuemos afectando relaciones, sin la voluntad de poner un alto. ¿Hasta cuándo?