Una pareja me comentó que habían decidido no tener hijos. “De ninguna manera. Es un deber para la preservación de la especie” dije. “¿Qué ventajas tiene?”, “¡Uf! Tener hijos es una bendición de los cielos. Y tiene muchísimas” “A ver. Dinos una…” “¡Fácil! En principio… […] ¡es que son tantas! […] ¡No sé con cuál empezar! […] Pero, sigan platicando… ya se me ocurrirá alguna”.

Y es que los príncipes del hogar cuestan bastante. Desde el momento que la señora está embarazada, el señor se ve preñado de gastos. En ese instante inician los placeres: comprar ropa acorde a su estado, dieta especializada, soportar estoicamente depresiones, llantos y reclamos. Sacar los muebles del cuarto de juegos del marido porque será el BabysRoom y eliminar todo vestigio de olores de cigarrillos o bebidas alcohólicas y una limpia por un brujo de Catemaco. Pintar sus paredes -pero nada de colores sexistas- acomodar juguetes, cámara de vigilancia, ropero y lo demás.

Cumplirle los caprichos a la futura mamá porque si no el bebé nacerá con la cara del antojo. Imagínenselo con rostro de Hershey. Querrrá –como cualquier mujer- Gâteau Saint Honoré, Canard à l’orange, Blue Strawberry, Mostaza de Dijon, prosciutti, wasabi. Pavo asado con relleno vegetal, timbal de merluza con pimientos, Roastbeef, bacalao, etc. Y es que el embarazo les abre el apetito... A mi esposa se le ofreció –a las dos de la mañana- un Chanel # 5 y a las diez una blusa Carolina Herrera. En fin, eso lo pagará la cartera y las horas extras del esposito.

Varias instituciones realizan estudios del precio para que el apellido no se pierda. Sume estudios, análisis, ginecólogo, Psicoprofilaxis obstétrica, hospital, pediatra y flores. La investigación arrojó el siguiente resultado, del nacimiento a los 18 años de edad: entre 360 a 900 mil pesos en ropa. 4 millones de pesos en alimentos y unos 5.5 millones de pesos en gastos escolares. Ya sé, faltan otros detalles: viajes, obsequios de cumpleaños, coche, joyas, motos, multas y más etcéteras. Claro, a tiempo actual.

Para evitarse tanto gasto deberíamos hacer que los infantes ganen su propio dinero. ¿Pero cómo? Son muy chicos para eso. Los nuevos tiempos nos dan opciones. Desde muy pequeños enseñándoles cómo hacer su página web y a los tres o cuatro años ya sean influencers. No pierdan en tiempo enseñándoles matemáticas y esas cosas inservibles, desde ya, clases de piano, violín, batería, órgano o guitarra. Póngalos a cantar o tocar algún instrumento en la calle, coloque un botecito para las propinas, grábelo en video, súbalo a YouTube, FaceBook, TikTok y usted y su familia disfrutarán de los beneficios por cada M o K que obtengan de vistas. Hasta les darán ganas de tener más hijitos. ¿Que cantan mal? ¡no importa! Darán piedad y tendrán más éxito. ¿No me creen? Vean a Allie Sherlock, Karolina Protsenko, Daniele Vitali, Fabio Rodríguez, Los Luzero de Río Verde (En este grupo familiar la chamaca tendrá unos 16 años y el menor del cuarteto seis o siete años) y bastantes más. Es el negocio del presente. Desde su tierna niñez sus papis y mamis los pusieron en la banqueta a hacer su show, ahora tienen tantos seguidores como dígitos sus cuentas bancarias y ninguno llega a los veinte abriles. Hay muchísimos artistas callejeros con ingresos que nos darían mareos a los humildes profesionistas.

Descarte la universidad sobre todo si quiere ser médico cirujano neurólogo porque empezarán a trabajar después de estudiar veinte años. Tampoco los deportes son opción, de más de mil aspirantes uno llega a ser profesional. Si su IQ es pequeñísimo cree un movimiento o partido político. Con que aprenda a levantar el dedo es suficiente, pero recuerde que ahí hay muchísima competencia. Así es la new age (cómo no me adelanté a los tiempos y puse a mis hijos a cantar en los camiones).

Mi álter ego quisiera creer que la próxima semana nacerá un nuevo México libre, democrático, seguro, culto, justo. En el que la ley esté por encima de los detentores del poder y que sea igual para todos. Pero veremos un México vestido de caudillo sempiterno, con botas militares de los años sesenta, con discursos interminables de los setenta y con el autoritarismo de los ochenta.