En la Encuesta Nacional de Inclusión Financiera 2024 se observa un avance sostenido en la obtención de crédito formal por parte de la población. Mientras que en 2018 el 31% de los adultos contaba con algún tipo de financiamiento adquirido de manera formal, esta proporción aumentó a 33% en 2021 y alcanzó 37% en 2024. Si bien estas cifras reflejan una tendencia positiva, cuando desagregamos los datos y profundizamos el análisis, se muestran desafíos importantes relacionados con el uso adecuado del crédito y el acceso equitativo al mismo.
Por ejemplo, el crédito destinado a la adquisición de vivienda representa únicamente el 6% del total, mientras que las tarjetas de crédito —ya sean departamentales o bancarias— concentran el 39% del financiamiento formal otorgado a personas físicas. Esto implica que la mayor parte del endeudamiento se orienta al consumo, y no a la adquisición de activos productivos o de largo plazo. Las diferencias por nivel educativo también son significativas. El 59% de las personas con estudios superiores cuenta con al menos un crédito, en contraste con apenas el 19% de quienes solo han cursado educación primaria. A ello se suma la brecha geográfica: en el noroeste del país, el 41% de la población adulta tiene acceso a crédito formal, mientras que en el sur —en entidades como Michoacán, Oaxaca o Chiapas— la proporción desciende al 27%. Este dato es especialmente preocupante, ya que representa un retroceso frente a 2018, cuando el indicador alcanzaba el 29%. El panorama en materia de alfabetización financiera sigue siendo poco alentador. En una escala de 0 a 100, México ha mantenido una calificación de 58 puntos durante los últimos seis años, sin mostrar avances en los períodos evaluados. Esta falta de mejora evidencia la necesidad de fortalecer las capacidades financieras de la población y los conocimientos básicos sobre capacidad de endeudamiento, elaboración de presupuestos, tipos de crédito, finanzas personales, entre otros conceptos de gran relevancia, para no solo incrementar el crédito, si no para hacerlo de la manera correcta. Un elemento esperanzador, es el uso de la tecnología, la cual se ha convertido en un factor clave para ampliar el acceso al financiamiento, sobre todo en comunidades donde no existe presencia física de entidades financieras. El hecho de que el 75% de la población cuente con conexión a internet y el 83% disponga de un teléfono celular ha permitido que más personas, especialmente jóvenes, puedan contratar productos financieros a través de aplicaciones o plataformas digitales. De acuerdo con la misma encuesta, el 19% de las personas entre 18 y 29 años ha obtenido crédito mediante una aplicación móvil, y aunque en adultos mayores el porcentaje es únicamente del 2%, la tecnología es una herramienta que puede ser factor de cambio si tenemos la capacidad de desarrollarla adecuadamente. En el IMEF estamos convencidos de que el acceso al crédito y su uso responsable son pilares fundamentales para reducir la desigualdad e incrementar el bienestar social. El crédito, si se usa responsablemente, es un insumo fundamental para tener acceso a mejores condiciones de vida, anticipa el progreso y el bienestar de las familias. Por ello, la presidenta nacional del IMEF, la maestra Gabriela Gutiérrez, ha declarado el 2025 como el Año de la Inclusión y la Educación Financiera, con la intención de enfocar los esfuerzos para que la brecha de acceso al crédito sea cada vez más reducida, sin embargo, esta no solo es responsabilidad de las instituciones financieras, debe ser un esfuerzo conjunto entre cámaras empresariales, gobiernos, medios de comunicación, asociaciones y la academia. Ejemplos de lo anterior es la Feria de crédito CANACO 2025, diversos programas del gobierno municipal de Chihuahua o la ponencia 2025 sobre educación financiera que el IMEF difunde a través de medios de comunicación de forma mensual. Hasta ahora, la inclusión financiera es una promesa incumplida, al menos para una parte importante de la población y no debemos ser omisos a esta situación, si buscamos tener un México más equitativo y próspero en toda la geografía y los diferentes estratos sociales.