Ciudad de México.- El silencio es oro, dicen. Generalmente esa frase es cierta, con sus excepciones. En la noche nupcial el novio tomó por los hombros a su flamante mujercita y clavó en ella una mirada penetrante (así suelen ser las noches de bodas). "Dime, Susiflor -la interrogó, severo-. ¿Cuántos hombres ha habido en tu vida?". Ella no respondió. Su silencio inquietó al recién casado. "¿Estás ofendida?" -le preguntó, solícito. "No -contestó la desposada-. Estoy contando". (Enumeró a Aarón, Abel, Acisclo, Adolfo, y cuando le habló su marido respondió: "No me interrumpas. Apenas voy en la a"). En este caso el silencio ciertamente no era oro. Inaplicable resultaba el verso de Neruda: "Me gustas cuando callas porque estás como ausente.". El Groves, el mayor diccionario de la música que existe, no define la palabra "música". Sus editores explican que la palabra admite tantas definiciones que acaba por no tener ninguna. Eso de que la música es una sucesión de sonidos y silencios constituye una imperfecta descripción. Lo mismo puede decirse de los destemplados gritos con que doña Macalota fustiga a su esposo Martiriano, ante los cuales el sufrido señor guarda prudente silencio. Hay ocasiones en que el silencio es hez. Tal frase puede ser aplicada al mezquino silencio de la Presidenta Sheinbaum en relación con Corina Machado, la defensora de la libertad y de la democracia a quien se otorgó este año el Premio Nobel de la Paz. Andrés Manuel López Obrador carece de muchas cosas, entre ellas de una ideología. Es resto paleontológico del peor y más nocivo priismo. No sólo no tiene ideas de verdadera izquierda: no tiene ideas propias. Sus libros son un batidillo de pensamientos y textos ajenos, casi todos erróneos y falsos. En cambio, Claudia Sheinbaum es de izquierda radical desde su juventud; de una izquierda obsoleta y anacrónica superada ya, pero izquierda a fin de cuentas. Su silencio en el caso de Corina Machado no indica amplitud y elevación de miras, sino cerrazón dogmática que apunta al totalitarismo. Mala señal es ésa para México, llevado hacia el abismo por la camarilla corrupta e ineficiente que se apoderó del país y está acabando con él. Y más no digo ya. Mejor guardo silencio, para que el silencio me guarde a mí. El nuevo paciente del doctor Duerf, siquiatra, le informó: "Padezco locura calipígica". Confesó el analista: "Desconozco esa clase de locura. ¿En qué consiste?". Explicó el tipo: "Las pompas de la mujer me vuelven loco". (La Venus Calipigia, hermosa estatua en el Museo Nacional de Nápoles, muestra un par (por lo general así vienen) de maravillosas nalgas, que sin perdón así se llaman. Tengo un amigo que se prendó de una mujer sin haberle visto nunca el rostro, pues lo sedujo el bellísimo trasero de la dama. Dice que haberlo disfrutado es una de las mayores galas de su vida, y evocarlo es el mejor adorno de su recordación. Vuelve de nueva cuenta a mi memoria el modo en que un abogado pueblerino pidió clemencia al juez para su cliente, acusado de adulterio: "Mi defendido, Su Señoría, es buen ciudadano, trabajador, responsable, cumplido en sus obligaciones cívicas, cuyo único defecto es que le gusta mucho la nalguita"). ¿Acabarán alguna vez las desdichas conyugales de don Cucoldo? El otro día regresó a su casa en hora desusada y sorprendió a su mujer en indebida coición con un desconocido que al parecer la conocía bien, pues le decía "negra linda", "cochototas" y otras expresiones que demostraban familiaridad. Poseído por explicable iracundia el mitrado marido le preguntó al follador: "¿Quién es usted?". "De veras -intervino la mujer-. ¿Cómo te llamas?". FIN.
MIRADOR Por Armando FUENTES AGUIRRE. En la alta noche hablan los muebles de la casona antigua en el Potrero de Ábrego. Tengo amistad con ellos y entiendo lo que dicen. El ropero catedralicio de doña Trinidad, con sus espejos de tres lunas, cuenta de la amorosa resignación de la señora ante los devaneos de su marido. Ella no había podido tener hijos, pero recogió piadosamente a la media docena que el rijoso señor procreó en sus correrías por los ranchos vecinos, y los entregó a sus hermanas solteras de Saltillo a fin de que los criaran y les dieran educación. Decían esas señoritas para explicar la presencia de los niños en su casa: "Son travesuras de familia". Y decía doña Trini: "No puedo quitarle a mi esposo lo que yo no le di". Pienso que el ropero no aprobaba la conducta de don Ignacio -tal era el nombre del esposo de doña Trinidad-, pues según me cuenta don Abundio, el viejo cuidador de la casona, los espejos del mueble no reflejaban al señor cuando se ponía frente a ellos. Quién sabe. ¡Hasta mañana!...MANGANITAS
Por AFA. ". De nuevo Trump habla de intervenir en México.". Eso me causa temor, pues si interviene algún día, seguramente saldría de "La Chingada" Obrador.
