No, no se trata de un título de película postapocalíptica, ni de una intriga política en technicolor, ni de un “thriller”, ni del anhelado derrumbe del gobierno de la 4T. No, nada de eso: fue una literal, prosaica y triste caída.
Lo que no consiguieron la infidencia, la ingratitud ni la perfidia, lo logró la tos. Me explico: pocos —o muchos— saben que tengo principios de enfisema. Allá en mis mocedades fumé como chacuaco (posiblemente yo era rubio, pero me ahumé); me fumaba dos y hasta tres cajetillas por día. Lo primero que hacía al levantarme a las cinco de la mañana —para ir a la maquiladora— o al acostarme en la madrugada —estudiando para los exámenes de la Facultad de Derecho— era encender, o apagar, un cigarrillo. Un día, no sé por qué, me mandaron hacer exámenes de sangre. El doctor me vio y dijo: “esto está muy raro”. “Usted estará muy guapo, &%$#@ viejo mamón”, pensé, pero me quedé callado. Después quise disculparme por mis malos pensamientos, pero ya era tarde, porque el señor galeno no se refería a mí —huelga decir— sino al resultado de los exámenes; y es que, como cualquier persona con enfisema que se respete, para compensar la falta de capacidad pulmonar mi cuerpo produce un mayor número de glóbulos rojos. Hete aquí que no es que yo sea sangrón, no señor: es que de chiquito fumé mucho. Pues el fin de semana me dio un largo acceso de tos, de esos que te hacen perder el resuello y llorar los ojitos; y entre el jadeo y el llanto involuntario se me fue el aire. Me habría puesto morado, pero no puedo, básicamente porque ya estoy de ese color tan bonito. El caso es que me levanté de repente —y según me explicó otro doctor (de éste ya no pensé nada malo, para no andar con tardíos arrepentimientos), en ocasiones esas maniobras súbitas producen vahídos— y a mí se me produjo uno. Lo sé porque caí cuan largo soy, que no es mucho, pero de sopetón y sobre cemento, sí es algo. El asunto de la tos merece otra explicación: esas ya son payasadas mías. Porque antes —aaaantes, o sea hace muchos años— yo me curaba la tos con dos o tres güisquis con mucho hielo; pero como que el remedio ya no me funciona. Llevo con el tratamiento como dos meses y nada. Pensé, entonces, que a lo mejor se trataba de la resistencia natural que genera el cuerpo frente al consumo habitual de ciertos medicamentos e hice lo que cualquier persona con sentido común haría: incrementar la dosis sin cambiar la prescripción. Craso error. No sólo no mejoró el asunto, sino que empeoró, lo cual confirma que las artes y las intuiciones de facultativo no son lo mío. Para entonces yo ya había pensado que tenía que hacer algo al respecto, pero se me atravesaron las fiestas decembrinas. A diferencia del enfisema, la gente que sí me conoce de veras sabe que me gusta trasegar güisqui en celebraciones, convivios, convites y comilonas, de tal modo que me dije: “¿Es en serio? ¿Ahorita? ¿En diciembre? ¿A mitad del Guadalupe-Reyes?. Definitivamente no. Allá por enero empezaré a negociar conmigo mismo”. ¿Entonces? Pues que no es que yo sea necio; es que tengo muy arraigado el espíritu navideño. En fin, que mi organismo no sabe de estas cosas ni comprende esas sutilezas del cuerpo y el alma, y el fin de semana, como Gabino Barrera, no entendió razones: me dio la tos, sentí que me ahogaba, me levanté de repente y ¡zaz! Así que, si en estos días usted me ve por la calle con cara de Santo Cristo —con cara de Santo Cristo yo, no usted— y no de Niño Dios, que sería lo lógico, es porque fui y di con toda mi humanidad en tierra. Lo cual es una metáfora, porque ni era tierra ni di con toda mi humanidad. Yo creo que, más bien, me caí en cámara lenta. Me explico: resulta que, a diferencia de la cara —la cual, si usted me ve, en efecto podrá vérmela (como me la han estado viendo algunas gentes)— las rodillas no podrá vérmelas porque estarán ocultas, púdicas, bajo los pantalones, pero me duelen horrores. Lo que significa que el primer trancazo me lo di cuando caí de ídem (o sea, de rodillas, por aquello de que usted no sepa latín); y eso, curiosamente, fue una bendición. Hablando de bendiciones, lo mejor habría sido no caerme, claro, pero es que, si no hubiera sido así, habría sido peor. Me explico de nuevo: ya de hinojos, me desplomé por completo y mi cabeza fue a dar contra la ventana, que es de techo a suelo, e increíblemente el cristal resultó más duro que mi cabeza; de otro modo, si me hubiera desmoronado por entero, no la cuento y no estaría aquí. Concluyo. Lo bueno de todo esto es que el médico de guardia me mandó hacer radiografías de urgencia y yo, que pensaba que a estas alturas tendría los pulmones hechos cisco, resulta que no: que se trata de secuelas de fumador, sí, pero que en un hombre de mi edad, sesenta años mal llevados, están lo mejor que pueden estar. Me congratulo. Resulta que el remedio de los güisquis sí funciona y que Hipócrates y yo, definitivamente, no hablamos de tú.Contácteme a través de mi correo electrónico o sígame en los medios que gentilmente me publican, en Facebook o también en mi blog: https://unareflexionpersonal.wordpress.com/
luvimo6608@gmail.com, luvimo6614@hotmail.com
