Seguramente, muchas personas han presenciado o se han enterado de recurrentes conflictos en determinados domicilios del barrio donde se vive, o hasta con familiares y amigos (sin distingo de condición económica o educativa), en los que participan principalmente matrimonios o parejas y en los que no ha faltado cuando alguien pretende calmar los ánimos —incluso la policía— que, la mujer, molesta, pide que no se metan ya que “él le puede pegar porque es su marido”.
Siendo lo anterior, un claro ejemplo de lo que se sucede en un sinnúmero de hogares mexicanos y que, más allá de los propios conflictos entre mamá y papá, desafortunadamente trasciende a las hijas y a los hijos, con graves consecuencias. Puede ser motivada por una cultura machista, por estrés, depresión, adicciones, ira, venganza, etc., pero la violencia, ya sea física o sicológica, de ninguna manera debe admitir justificación alguna, mucho menos cuando se trata de indefensos niños, niñas, adolescentes y personas de la tercera edad. En días recientes, muy lamentablemente los medios de comunicación dieron cuenta de algunos hechos atroces, como sucedió en Hermosillo donde las hermanitas Meredith y Medelin (gemelas de 11 años), Karla (9 años) y la madre de las tres, Margarita (28 años), fueron asesinadas presuntamente por la pareja sentimental de ésta última. Asimismo, en la ciudad de Chihuahua, se informó del abominable homicidio del pequeño Jasiel Giovanny (8 años), cometido presuntamente por su padrastro y, hasta donde se tiene conocimiento, su cuerpo fue encontrado con huellas de violencia y de violación. Un lamentable hecho que estremeció a la sociedad y que, además de a su padre biológico, provocó en múltiples personas manifestaciones de deseo de venganza. Por otra parte, también fue reportada la desaparición de la niña Angelie Yanneth en la mencionada capital chihuahuense, quien después de veinticuatro horas fue encontrada debajo de un automóvil descompuesto, en donde al parecer permaneció todo ese tiempo, presumiéndose que huyó de su hogar al que ya no quería volver por ser víctima de violencia familiar. Los casos referidos, en los que en los dos primero, han derivado en manifestaciones públicas de familiares, amigos y de la ciudadanía, exigiendo se haga justicia, por ningún motivo deben quedar impunes y pasar desapercibidos en los próximos días o semanas, como sucede comúnmente, pues el sufrimiento de las propias víctimas y de sus seres queridos, debe servir de ejemplo para reflexionar sobre las gravísimas fallas que tenemos como sociedad y, de manera particular, como padres y madres que por acción o por omisión permitimos y/o promovemos esos ambientes de violencia y degradación que atentan contra toda la familia, perjudicando irreversiblemente a hijas e hijos, marcándoles de por vida, si no es que antes sean privados de esta a consecuencia de tan terribles actos como los ya mencionados. Resulta inevitable no sentir coraje y hasta odio en contra de las personas culpables, pero más que eso, sería preferible hacer lo que a cada quien corresponda para evitar tan terribles y reprochables sucesos. De una u otra manera, deben invadirse los hogares con educación en valores que inhiba todo acto violento, ya sea físico o sicológico, y que promueva y permita una vida digna en todos los sentidos a mujeres, niñas, niños y adolescentes, orientando a detectar, incluso, cuando una relación de pareja distinta a papá o mamá biológicos, pudiera ser riesgosa. El tema que nos ocupa tiene un sinfín de aristas a considerar, pero debe trabajarse integralmente con las instituciones públicas y privadas atinentes, para que en cada integrante de la familia permee un ánimo de respeto y armonía que indefectiblemente abonará en la construcción de un mejor tejido social, no tan individualista y tan indiferente como el que actualmente prevalece. De la mano deberían ir las instancias: educativas y de cultura; de salud; electorales (por aquello de la educación cívica); de procuración e impartición de justicia; de protección a las mujeres, niños, niñas, adolescentes y adultos mayores; combatientes de las adicciones; eclesiales; colectivas de diferente índole; entre otras, a efecto de articular un programa nacional que, a lo largo y ancho del país, sensibilice y promueva en todos los hogares y en todas las personas, en cuanto a la valoración, respeto y consideración que cada individuo merece, sin importar su edad, sexo, condición económica o cualquier otra particularidad, abonando con ello, además, a la tan necesaria y anhelada paz social y pacificación del país. La Cartilla Moral de Alfonso Reyes, que fue retomada y promovida durante el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, fue un buen intento “…para iniciar una reflexión nacional sobre los principios y valores que pueden contribuir a que en nuestras comunidades, en nuestro país, haya una convivencia armónica y respeto a la pluralidad y a la diversidad”, como lo señaló en su momento el propio mandatario, pero adoleció de un mayor empuje y seguimiento para que efectivamente impactará en las conciencias de todo mexicano. Pudiera parecer absurdo, inviable e infructuoso un programa tendiente a sensibilizar, promover y lograr una mejor sociedad y consecuentemente mejores familias (que no implicaría adoctrinamientos, sino culturización en valores), pero tanta violencia en las calles, en las casas, en las escuelas y por doquier, nos obligan a realizar las acciones e inversiones a que haya lugar, por el bien de todos. ¡Ni una familia, mujer, hombre, niña, niño o adolescente más!