Con el inicio de la democracia estadounidense, Benjamín Franklin acuñó una frase que expone claramente los peligros de una democracia sin justicia: “La democracia debe ser algo más que dos lobos y una oveja votando sobre qué hay que cenar”. Esta frase encierra una de las mejores críticas al poder sin garantías para los más vulnerables. La advertencia de Franklin es clara: si no se equilibra el poder con la dignidad, la democracia puede convertirse en un mecanismo de opresión disfrazado de participación.

Durante el periodo neoliberal, la advertencia del científico, inventor y político norteamericano fue desoída. Los partidos tradicionales crearon una élite dominante que negociaba entre sí los destinos de la nación, mientras que la oveja era el pueblo: despojado de voz y ajeno a las decisiones tomadas por los mismos de siempre, sin importar las consecuencias negativas para la mayoría.

Con las elecciones del pasado 1 de junio de 2025, se marca un punto de quiebre en la historia reciente del país. La llegada de Hugo Aguilar a la presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación es resultado de la profunda transformación que está viviendo México. Tuvieron que pasar 167 años para que, después de Benito Juárez, el Poder Judicial tuviera nuevamente a un indígena como cabeza de ese poder de la unión. También es importante aclarar que la carga de responsabilidad que asume Hugo Aguilar es distinta a la que enfrentó Juárez, y por lo tanto deberá encarar retos de manera diferente.

Hugo Aguilar ha expresado que no utilizará la toga de seda negra tradicional de los ministros —resultado de un decreto presidencial de Manuel Ávila Camacho en 1941— como una muestra de reivindicación cultural y dignidad. Esto no es un capricho ni una postura superficial, sino la respuesta a una petición específica de pueblos indígenas que le pidieron no convertirse en un funcionario tradicional.

Este gesto de no usar toga tiene profundas implicaciones que van más allá de lo estético, ya que representa la vocación natural y obligada de escuchar al pueblo. El próximo presidente de la Suprema Corte ha declarado: “No es una falta de respeto a la institución; al contrario, es un acto de dignidad. Vengo de una comunidad mixteca y me enorgullece llevar su voz, su historia y su vestimenta a los espacios de mayor decisión del país”. Por sí solo, este acto nos da una idea clara del camino que podría tomar la Corte en cuanto a la valoración de las tradiciones mexicanas.

El uso de la toga se ha vuelto una carga simbólica que pierde adeptos en distintos países. Por ejemplo, en el Reino Unido, desde 2009 los jueces de la Supreme Court no visten toga en las sesiones diarias; solo usan túnicas ceremoniales en actos formales, pues consideran que el Poder Judicial debe proyectar cercanía y soberanía. En Nueva Zelanda, siguiendo el modelo inglés, los jueces utilizan vestimenta de negocios para las sesiones regulares. En Japón, Suecia, Noruega y Dinamarca, los jueces tampoco utilizan toga.

Una de las obligaciones más importantes de quienes tenemos una responsabilidad pública es honrar nuestras raíces, no perder la autenticidad y representar la voluntad popular en todas las instancias. En este caso, no usar toga no implica falta de solemnidad ni constituye un gesto vacío o carente de compromiso. Significa valorar nuestras raíces y recordar la dignidad de nuestros orígenes.

El anuncio de Hugo Aguilar sobre el no uso de la toga de seda no debe interpretarse como un desafío a la solemnidad de la justicia, sino como un esfuerzo por darle un nuevo significado. La autoridad no emana de un ropaje impuesto por un poder centralista; al contrario, proviene de la legitimidad que otorga la representatividad del pueblo. No se trata de un rompimiento con la tradición de la Corte, sino de un acercamiento al país real que se vive en cada ciudadano. La democracia está dejando de ser un modelo de exclusión para convertirse en justicia viva y compartida.