Hay un pequeño bicho llamado “chitis betulae” o “Byctiscus betulae”, en palabras simples “cigarrero de la vid”, es mejor que las abejas en matemáticas; este bicho hace cálculos diferenciales e integrales que lo llevan a diseñar con una hoja de abedul un embudo, con solo enrollarla; esto protege a sus crías de los enemigos naturales, ladrones de huevos y larvas que, de lo contrario, los devorarían. Con el embudo crea un búnker que protegerá a sus crías de los eventuales peligros a los que se enfrentarán.
Hoy esbozamos estas líneas hablando sobre el Padre de familia, me refiero aquel que aún y con todos sus yerros, virtudes y vicios, defectos y miserias personales, aciertos y desaciertos, real y verdaderamente se preocupa por el bienestar de sus hijos.
El Padre de familia es una figura central en la dirección y formación de la familia frente a los vaivenes de la vida, al igual que a la Madre, se le celebra en reconocimiento a la labor y el cariño aplicado en la formación de los hijos, por el cumplimiento de su deber en dar continuidad a lo iniciado con la procreación: obra lenta y fecunda, sacrificada y trascedente de la educación de los hijos.
El Padre por lo general enseña a sus hijos el deber de la precisión en la comunicación mediante prácticas sencillas, aunque éstos no lo asimilen o entiendan por su edad, capricho o inmadurez; por ejemplo: ¿a qué hora nos vemos? -dice el padre-, a lo que hijo responde: “en la tarde”, ¿a qué hora? -replica el padre-, responde el hijo: “A las 8 pm”; así el hijo entiende que en la vida, el trabajo, la escuela, los clientes, nos exigen ¡precisión! en justicia y respeto a los demás, ¡exactitud! en síntesis. Así el Padre enseña que la precisión es un deber moral.
La palabra mueve, pero el ejemplo arrastra, dice el dicho; paso a paso el Padre de familia con su modo de obrar recto, comportamiento sincero, moderado, discreto y valiente, buscando siempre el bien, enseña a los hijos el camino de la rectitud; estos pequeños hábitos nos predisponen a ser virtuosos como hijos, profesionales, empresarios o servidores públicos, honestos y rectos de intención al momento de desempeñarnos en un cargo o comisión; que orgullo de enseñanzas.
En el Padre es común observar como virtud la firmeza, que no terquedad, a través de esta enseña los limites o reglas dentro de la cuales se debe obrar con rectitud, además fomenta el respeto, la obediencia y la disciplina, pues quien no sabe obedecer, no sabe mandar.
Pensarás: ¿Qué duro es ser hijo de un Padre así? Te respondo: pero que grandeza la de aquella comunidad, estado, nación o continente que cuenta con hijos de este talente, formados a la altura de la circunstancias y necesidades; esperemos, al tiempo, que nuestros hijos sean de esos, pues son los que aportan solución a los problemas locales, nacionales y planetarios; los tibios, por ley natural, con el tiempo o derrotas de la vida se enfrían ¿de cuáles hijos estás formando? Si es que los estás formando.
Los hijos son nuestro espejo, pues aún con los defectos, fallas y vicios de los padres, formados en la precisión, en la honestidad, en la rectitud y en la virtud, con sus propias fallas y defectos, precisan y clarifican bien si tienen que emprender algo, no importa si el padre vive o falleció, pues su sello quedó impreso, es la huella indeleble que el Padre dejó en ellos, pues al final el verdadero Padre forma y deja huella imborrable en los hijos.
Ya para terminar, en el mundo encontraremos padres afectivos y efectivos, ambos tienen como objetivo principal el amor y bienestar de sus hijos, aunque con modo diferente de expresarlo; así los primeros establecen un vínculo cariñoso, son amorosos, sensibles; por su parte los padres efectivos muestran su amor a los hijos de modo racional, enseñando habilidades para la vida, promueven la independencia de sus hijos, priorizan la enseñanza a través de la disciplina; ambos tipos de padres son modelos a seguir.
Este domingo: Feliz día del Padre.