Sobre Café para el insomnio, libro de cuentos de Alejandra Cárdenas. (Parte I)

Teme a las mujeres que toman café. Sobre todo a aquellas que tienen un libro abierto sobre la mesa. Mientras disfrutan la infinita prolongación del instante, se internan en el aroma de las nostalgias, y aceptan que ciertas cosas pudieran haber sido distintas. Ah, pero como esas hebras de humo, las historias se disipan.

Las puedes mirar en los lienzos de Hooper. Toman café para el insomnio.

Por cada taza pasan ríos de vidas como si no pasaran. Rompen la inmovilidad del café con una cucharilla mientras agitan su propio destino e indagan sobre ellas mismas. A los primeros sorbos, miran en el fondo sus propios rostros sumergidos en oscuros misterios. Cada sorbo es una oportunidad para reconocer que tienen conversaciones pendientes.

Ellas te leen si te miran, te hojean y te ojean, e imaginan tu vida.

Somos el libro que estamos escribiendo entre una copa de vino por la noche y el primer café de la mañana.

Y cuando tienen ojos de psiquiatra y escritora, ojos que se parecen a los ojos del mar, como los de Alejandra Cárdenas, nos revelan que el alma de las personas está hecha de palabras, que las palabras que dices te dicen. Y que hagas lo que hagas, corras tras él, o lo esperes sentado, cada quien escribe el libro de su destino.

Vamos por la vida como por un alfabeto. Vivir significa elegir las letras, las palabras, para escribirnos y describirnos. Armamos nuestro propio rompecabezas. En este alfabeto, como todos, infinito, las emociones expresan con los signos gramaticales. La perplejidad y el azoro, con la admiración; con la coma, esa puerta giratoria, una pausa en el galope; y el corazón siempre, en todos los idiomas, es la interrogación ensangrentada. Y el punto, ah el punto, rueda siempre por redondo y por seguido y por aparte… Sin el punto todo está sin sosiego. Ese punto en libertad que solo conocen los finales.

Esto es lo que desvela a Alejandra Cárdenas. El punto no debería de ser redondo, para impedirle darse vueltas sobre sí mismo, dice. Y sus ojos registran lo que ve hacia adentro, tanto que el mundo puede pasar inadvertido.

La noche está cortada a la mitad con el filo de una navaja, dice, desconoce si lo que vive pertenece a la realidad o al sueño. Como se sabe, el insomnio es el modo en que intentamos acomodar los días circulares en el cubo de la noche.

Sus cuentos de Café para el insomnio, suceden sin que sepamos si en realidad sucedieron. En sus tramas las emociones se mantienen bajo estricto control. Sus personajes son seres solitarios, inteligentes, sensitivos, observadores y terriblemente desencantados. No hay agitación, estridencias o conductas histéricas. No. Lo cual no quiere decir que todo permanece sosegado. La acción inmóvil cría felinos en la selva del espíritu. La introspección es su pasión. Sus historias son las de amores que zozobran, que tienen algo que quieren darse pero no pueden enlazar las manos, frágiles en su poderío, pero que “viven temiendo que eso se acabe sin aviso alguno, como suelen hacerlo las historias felices”.

Un café, un viaje mirando a los que pasan y que la miran pasar. Sus personajes, descritos extraordinariamente reales (“Su boina parecía luchar contra el viento que deseaba agitarle el cabello. Llevaba unas gafas gruesas que le hacían la cara más pequeña. Me gustaba el perfil de su diminuta nariz, y su barbilla ligeramente pronunciada, sus labios delgados pintados de rojo siempre, sus mejillas ruborizadas por el sol y las enormes pestañas que se estrellaban contra los cristales como un animalito encerrado en una caja Era guapa, no de esas guapas que te hace girar la cabeza si las ves pasar por la calle, sino de esas de las que no puedes apartar la mirada cuando las tienes enfrente.”) se desvanecen. Son nubes que atraviesan el corazón y reaparecen en el aroma de algún café.

Otro café, con hielo o con sal. En Café para el insomnio no pasa nada, salvo la vida. El aburrimiento es el motivo más peligroso que te hace hacer cosas. La realidad es algo que se fuga, una sombra que en algún momento tuvo color. Eso piensa Alejandra Cárdenas. Si el destino existe, reside dentro de nosotros mismos, dice. Esperar por el destino y correr de tras de él, es la misma cosa. Y agrega: Quizá el argumento de la vida es esperar a que llegue alguien. Es como si te sentaras en el andén. Nadie se mueve, porque presienten que algo sucederá. Las personas no pueden ser personajes por mucho tiempo. Saben que no puede huir de quien no los busca.

Los otros pasan como si fueran vagones, pero el tren no llega.