En las últimas tres semanas, varios conocidos y amigos me han preguntado qué tipo de ropa deben meter a su maleta para visitar Chihuahua. Por supuesto, vienen de varios estados, uno de ellos, de otro país.

Mi respuesta fue muy sencilla: necesitas algo casual de verano, manga corta, también algo abrigador o de entretiempo, un paraguas y, para que estés completo, un rompevientos.

Dos de ellos se rieron, divertidos, y me preguntaron de nuevo: “en serio, ¿qué ropa necesito para el clima de tu tierra?”. Y mi respuesta fue insistente: “todo eso que te dije”.

Sucede que Chihuahua es de un clima extremoso, pero también incierto. Hemos tenido -y usted no me dejará mentir-, todos los climas incluso en un miso día: frío y muy marcado, por la mañana, a medio día sauna y, por la noche, a veces, lluvia.

A la mañana siguiente puede amanecer con un ventarrón de esos que no despeinan… ¡te pueden derribar!, acompañado de granizo o, cuando menos, con amenaza de nevada.

Usted no me dejará mentir: históricamente hemos tenido nevadas en mayo. Hace algunos años nevó el primero de ese mes y por ello se suspendió el desfile tradicional del Día del Trabajo.

En febrero de 2011, si la memoria no me falla, casi por llegar a la primavera, un atípico descenso de temperatura dejó a la mayor parte del territorio estatal sin luz, ni agua ni gas.

El nivel de congelamiento provocó, incluso, que cientos de viviendas tuvieran graves problemas en las tuberías internas a tal grado de reventar muros y paredes. Déjeme recordarle, por si coincidimos: en ese mes, febrero, la temperatura descendió a 20 grados bajo cero.

Dicen las personas que rebasan las ocho décadas de vida, que sólo recuerdan algo parecido por allá de 1950, pero jamás algo tan drástico como lo que vivimos en 2011, cuando casi por cuatro días, permanecimos a oscuras, sin suministro de agua y el congelamiento de tanques estacionarios de gas y, por supuesto, sistemas de hidroneumáticos caseros.

Chihuahua es una entidad cuyo clima es imposible de predecir: han transcurrido inviernos enteros con temperaturas que parecen verano en plena Navidad, veranos con tormentas de arena, primaveras con nevadas y otoños con torrenciales lluvias.

Para variar, nuestra entidad es en extremo seca. El agua es uno de los elementos naturales más preciados y de mayor costo en su extracción y distribución, pero a un precio módico cuando llega a las tomas de agua en las zonas residenciales.

Eso no es todo: podemos viajar de la sierra, en occidente, hasta la frontera norte, en Ojinaga, pasando por todos los climas y todos los ecosistemas. Vamos del bosque, fresco y húmedo -y muchas veces incendiado-, pasando por el desierto de Samalayuca, en el tramo de Chihuahua a Ciudad Juárez, hasta llegar al Valle bajo, con temperaturas de más de 40 grados centígrados.

¿Qué sucede con nuestra entidad y sus variantes climas? Dicen los expertos que, en las últimas semanas, cuando se registraron tormentas de arena -antes observamos de manera visible, pero sin tanto riesgo, la famosa tormenta del Sahara-, que estamos destruyendo los ecosistemas.

Las opiniones más apegadas a la ciencia y los fenómenos climáticos advierten que se trata de movimientos naturales llamados “haboobs” y que en Chihuahua podrían estar estrechamente ligados a la desertificación, un proceso en el cual tierras fértiles se degradan y se convierten en áridas debido a factores como la deforestación, el sobrepastoreo y prácticas agrícolas inadecuadas.

No es todo: el hecho de que los cerros estén formando parte de los planes de fraccionadores impiden el freno de este tipo de tormentas, además, claro, de la sobreexplotación de los bosques más cercamos a las ciudades.

Si a todo eso le sumamos que somos una entidad de clima extremoso, entonces tenemos algo muy simple: quien desee visitar Chihuahua, debe prepararse para traer en su maleta la ropa necesaria para todos los climas… sin mentir. ¿O no? Al tiempo.