Hace unos días, para ser exactos el 16 de noviembre, se cumplieron 45 años de que, a través de un concurso de oposición real y verdaderamente riguroso, la Universidad Pedagógica Nacional —recién nacida en agosto de 1978 por decreto y llegada en 1979 a Chihuahua— realizó por primera vez la selección de su personal. Y ahí estaba yo, con poco más de un cuarto de siglo de edad sobre mis hombros, queriendo ser parte de su plantilla laboral. La tarea era difícil: contender contra profesores que doblaban mi edad y otros que eran “muy fieras, a su decir”.

Empero, recién llegado literalmente del entonces D.F. en febrero de 1979, bajando de la sierra y con un año ya trabajando en ella desde Turuachi hasta Yepachi, pasando por Tonachi, Siquirichi, San Rafael, Guachochi y Cerocahui —pues trabajaba de manera itinerante en esas comunidades preparando promotores culturales bilingües—, me atreví a concursar. Y gané. Y ahí, en la UPN, estacioné mi vida hasta ahora: para servir, para ofrecer mi esfuerzo y para cumplir mi sueño. Aquí reflexiono con usted, amable lector, con un poema, una canción y un deseo que en 1971 compartí en la revista Siempre! Presencia de México y que ha sido un credo de vida para mí. A los años, estimo haber logrado un poco, pero lo que más gusto me da es que siento que aún hay más por hacer sobre el tema.

Gracias por compartir esta lectura.

“El placer de servir”

Gabriela Mistral

Toda naturaleza es un anhelo de servicio.

Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco.

Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú;

Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú;

Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, acéptalo tú.

Sé el que aparta la piedra del camino, el odio entre los corazones

y las dificultades del problema.

Hay una alegría del ser sano y la de ser justo, pero hay, sobre todo,

la hermosa, la inmensa alegría de servir.

Qué triste sería el mundo si todo estuviera hecho,

si no hubiera un rosal que plantar, una empresa que emprender.

Que no te llamen solamente los trabajos fáciles:

¡es tan bello hacer lo que otros esquivan!

Pero no caigas en el error de creer que solo se hace mérito

con los grandes trabajos; hay pequeños servicios

que son buenos servicios: ordenar una mesa, ordenar unos libros,

peinar a una niña.

Aquel que critica, ese es el que destruye; sé tú el que sirve.

El servir no es faena de seres inferiores.

Dios, que da el fruto y la luz, sirve.

Pudiera llamarse así: “El que sirve”.

Y tiene sus ojos fijos en nuestras manos y nos pregunta cada día:

¿Serviste hoy? ¿A quién? ¿Al árbol, a tu amigo, a tu madre?

"Yo vengo a ofrecer mi corazón"

Rodolfo “Fito” Páez

(Se conserva íntegra la letra tal como la incluiste.)

El deseo

Corría 1971. Era el 10 de junio. Fuimos los estudiantes a recuperar la calle después del infausto ’68, solo para encontrarnos con Los Halcones. La historia es conocida. Aquí mi recuerdo de la fecha y la respuesta que di a esa circunstancia, publicada en la revista Siempre! —el primer artículo que de manera amplia se publicó de mi autoría— con el título que aquí lee, en el número 942 del 14 de julio de 1971. Lo comparto con ustedes por obvios motivos.

Ahora deseo iniciar mi diálogo con un joven, un estudiante, al cual expreso mis ideales de esta manera:

Te invito a luchar.

Nuestra lucha no será contra los cuerpos militares ni policiacos, no será contra esos hombres que son parte de nosotros mismos, que comparten en muchos casos nuestros ideales e intereses. Entre ellos y nosotros solo existe una barrera: la realidad de nuestra lucha.

¿Porta un uniforme? ¿Percibe un sueldo? Es verdad. Sin embargo, detrás de ambas cosas está una familia, criaturas cuyo único sostén es él. No te invito, pues, a una lucha fratricida ni a dejar hogares sin padres.

Te invito a una lucha en un lugar llamado Sierra Tarahumara, Selva Lacandona, Valle del Mezquital, Ciudad Netzahualcóyotl; en sí, a tu lado, en tu patria, en tu familia. Una lucha contra los peores enemigos y agitadores de todos los tiempos: la indigencia, el hambre, la miseria y la ignorancia.

Contra ellos debe ser nuestra lucha, contra ellos que son los principales aliados de la desgracia de nuestro pueblo y de la humanidad.

Vamos, joven amigo, pongamos toda nuestra pujanza para sacar a los niños lacandones y tarahumaras de la ignorancia. Vamos a fundirnos con ellos en una lucha contra estos enemigos comunes.

Lo escribí hace 54 años y sigo creyendo que la tarea que comparto con mis alumnos y con ustedes, amables lectores, es servir, ofrecer el corazón y soñar, aprender y hacer, que eso los hará crecer y, sin duda, trascender.

Doy aquí testimonio de ello.

QUE VENGAN OTROS 45…