En la vida pública, pocas palabras generan tanto rechazo como “reversa”. Es asociada con debilidad, con torpeza política, incluso con derrota.
Pero en un país tan diverso y conflictivo como México, donde las decisiones del Estado repercuten de manera directa en la supervivencia de millones, reconocer que un camino no está funcionando no debería verse como un tropiezo, sino como un acto elemental de responsabilidad.
Hoy, frente a las protestas de campesinos y transportistas que han bloqueado carreteras, detenido cadenas productivas y encendido alarmas en regiones enteras, el Gobierno tiene la oportunidad -y la obligación- de reconsiderar su rumbo. Porque la reversa, cuando evita el choque, también es cambio.
Las movilizaciones recientes no surgieron de la nada. Son la consecuencia acumulada de años de tensiones estructurales: la precariedad del campo, el alza en costos de producción, la crisis hídrica, la inseguridad en carreteras, la presión de regulaciones mal comunicadas y decisiones administrativas que, desde la perspectiva de los afectados, han tomado sin diálogo suficiente.
A más de una semana de un movimiento común entre transportistas y productores del campo, México se avecina a ese camino que nadie desea: la anarquía por falta de respuestas oficiales a necesidades contundentes. Aunque en este momento hay una pausa, la amenaza de esos bloqueos persiste.
No es sólo inconformidad coyuntural; es el grito de sectores que sienten que su voz ha sido reducida a una nota al pie de políticas diseñadas lejos de su realidad. Y cuando una comunidad piensa que la autoridad no escucha, la protesta la convierten en la única vía para recuperar visibilidad.
El Gobierno, sin embargo, corre el riesgo de interpretar estas manifestaciones como una afrenta personal o un obstáculo a su proyecto político. De ahí surgen respuestas defensivas, narrativas que descalifican a los movilizados y estrategias que priorizan el control por encima del entendimiento. Pero gobernar no es demostrar infalibilidad; es ajustar, corregir, pactar. Insistir en avanzar a pesar de las señales de alarma no es firmeza: es testarudez.
Carreteras cerradas, puentes internacionales bloqueados, sistemas productivos frenados, la industria de exportación en crisis y, para variar, el rebote colateral en el comercio, la hotelería y el negocio de alimentos, son síntomas de que, quien tiene la batuta, está a tiempo de generar el cambio.
Dar reversa no significa ceder ante presiones indebidas ni renunciar a principios. Significa reconocer que una política pública puede perfeccionarse, que un trámite puede flexibilizarse, que un apoyo puede replantearse para responder mejor a la realidad.
Significa abrir mesas de diálogo genuinas, donde la intención no sea desgastar al interlocutor sino comprenderlo. Significa, sobre todo, aceptar que la autoridad también se equivoca y que rectificar puede fortalecer su legitimidad, no debilitarla.
¿Por qué el empecinamiento en no modificar una ley de aguas que puede perfeccionarse con los protagonistas como parte de las negociaciones? ¿Por qué cerrar los ojos ante descarados asaltos en las carreteras a los transportistas y viajeros comunes?
En un país donde la polarización la han convertido en reflejo automático, rectificar puede ser un gesto pacificador. Permite reconstruir confianza entre quienes producen los alimentos que consumimos y quienes recorren las carreteras que sostienen la economía. Permite enviar un mensaje importante: que el Gobierno no sólo gobierna, sino que escucha; no sólo decide, sino que aprende.
Los campesinos y transportistas no reclaman privilegios: reclaman sobrevivir. Sus protestas no son un capricho ideológico, sino un síntoma de que el sistema está tensado hasta el límite. Si el Gobierno insiste en avanzar sin corregir, el choque será inevitable, y quienes terminarán pagándolo serán los de siempre: los ciudadanos comunes, atrapados entre el desgaste económico y la confrontación política.
Hoy, México necesita menos discursos de fuerza y más gestos de sensatez. Las grandes transformaciones no sólo son construidas con voluntad de avanzar; también son consolidadas cuando deciden dar un paso atrás para tomar impulso, para mirar mejor el terreno, para corregir fallas que, de ignorarse, crecerán hasta volverse irreversibles.
La reversa también es cambio. Y en momentos como este, puede ser el cambio que más falta hace. Al tiempo.
