En este mes patrio, cuando los colores de la bandera ondean con orgullo en cada rincón del país y recordamos las gestas heroicas que nos dieron patria, también es momento de reflexión. Porque más allá del fervor simbólico, las fechas patrias deberían servir para preguntarnos si hoy estamos a la altura del país que queremos. Y, sobre todo, si quienes gobiernan lo están.
Chihuahua ha sido, a lo largo de la historia, una de las columnas vertebrales de la nación. Aquí se cobijó a Benito Juárez durante la Guerra de Reforma, garantizando la continuidad institucional de la República. Y aquí, décadas después, se gestó la Revolución Mexicana con la bravura de la División del Norte. Sin Chihuahua, la historia de México no se explica. Pero pareciera que esa memoria histórica no alcanza al centro del país. Desde hace décadas, y con mayor claridad en los últimos años, el gobierno federal ha dado la espalda al norte, y particularmente a Chihuahua. El centralismo no sólo es una inercia institucional, sino una política activa que concentra decisiones, recursos y atención en unos cuantos, mientras margina a otros. El ejemplo más reciente es el Paquete Económico presentado para 2026. Mientras el discurso oficial insiste en que "primero los pobres", los hechos muestran que primero está el centro, y los demás que esperen. Los ramos 28 y 33, que constituyen la base de los recursos que llegan a estados y municipios, apenas tendrán un incremento real de 3.7% y 1.45%, respectivamente. En términos prácticos, esto significa que no habrá más recursos para las entidades ni para los gobiernos municipales. Y si nos vamos al detalle del presupuesto federal, el panorama es aún más desolador para Chihuahua. Por ejemplo, hace un año, en el presupuesto de 2025 no se asignaron recursos para obras prioritarias en nuestro estado. No hubo un solo peso para el desarrollo regional, para atender la sequía, ni para inversiones productivas que podrían detonar economías locales. Proyectos fundamentales como desarrollar más infraestructura hídrica para Ciudad Juárez; la modernización del puerto fronterizo San Jerónimo-Santa Teresa; el mantenimiento de la red federal de carreteras o la construcción del Hospital Regional del IMSS en la capital, simplemente no fueron contemplados. Y todo indica que para 2026 la historia se repetirá. En los Criterios de Política Económica presentados hace unas semanas no se advierte ningún esfuerzo por revertir esta situación. El olvido sigue siendo la constante. Chihuahua sigue fuera del radar de las grandes decisiones. Y el trato injusto no se limita a estos rubros. Incluso en las áreas donde Chihuahua ha demostrado liderazgo, la federación ha fallado. Es el caso del sector agroalimentario. Recientemente, el presidente del Consejo Nacional Agropecuario advirtió que el Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria ha visto recortes de hasta un 20% en su presupuesto en los últimos años, lo que pone en riesgo la seguridad alimentaria del país. El campo de Chihuahua, pese a su enorme contribución, enfrenta una realidad adversa. Años de sequías extremas, falta de apoyos gubernamentales y ahora, un nuevo golpe: agricultores de distintas regiones han comenzado a recibir recibos de la CFE con cobros excesivos por el uso de energía eléctrica para sus pozos de riego. La razón: la tarifa preferencial N9 no fue aplicada, eliminando de facto un subsidio esencial para su operación. El Programa Especial de Energía para el Campo (PEUA), implementado por SADER en coordinación con la CFE y CONAGUA, había sido un pilar para el sector, permitiendo que el riego fuera viable económicamente. Hoy, sin ese respaldo, para muchos productores la actividad se vuelve incosteable. En un país que distribuye subsidios con generosidad en otros rubros, es incomprensible que el campo chihuahuense sea sistemáticamente excluido. La consecuencia de esta visión centralista es clara: menos recursos significa menos infraestructura, menos salud, menos educación, menos oportunidades para las familias del norte. Pero también significa algo más profundo: un debilitamiento del federalismo y una división artificial entre mexicanos. Porque el federalismo no es un adorno constitucional. Es una convicción de que el país se construye desde abajo, con la fuerza de sus regiones, con el talento de sus municipios, con la diversidad de sus territorios. Y cuando se excluye sistemáticamente a una parte del país, se está rompiendo ese pacto. En estas fiestas patrias, levantemos la voz por un México que trate por igual a sus hijas e hijos. Que no castigue ni premie con base en colores partidistas ni en la geografía. Que reconozca, como lo ha hecho la historia, que Chihuahua es parte esencial de la nación y no un actor de reparto. Nuestro llamado es claro: que México tenga un liderazgo que unifique, no que divida. Que construya puentes, no muros. Que gobierne con equidad, no con favoritismo. Y que honre, no con discursos, sino con acciones concretas, la memoria de aquellos que hicieron posible nuestra independencia y nuestra libertad. Porque si de verdad queremos celebrar a México, empecemos por tratarlo con justicia. A todo el país. Al norte también. A Chihuahua. Porque Chihuahua también es México.