Confundimos la apariencia

con la esencia, el

escaparate con la vida:

ROSA AMOR DEL OLM O

Entre la realidad y la apariencia hay muy poca diferencia. De manera contradictoria hemos incorporado al lenguaje el término “realidad virtual”, que no es la realidad real, sino un símil de una realidad que no existe, pero hacemos como si existiera. Es como jugar de manera aberrante a mezclar lo que es y lo que no es, lo que existe y no existe pero nos imaginamos esas supuestas existencias y acabamos confundiendo la verdad con la mentira, y todavía la bautizamos sin pudor como posverdad.

Jugamos a crear “realidades” como los avatares o perfiles que se pueden crear de manera fácil en los teléfonos celulares, para darle vuelta a lo que somos y creer que somos diferentes. Y la inteligencia artificial nos convoca a llegar más allá por medio de algoritmos poderosos e invisibles que nos manejan como titiriteros que ni vemos los hilos que nos mueven, solo los sentimos.

¿Volvemos a los viejos mitos que nos daban una visión fantástica, increíble y entretenida para adormecer la razón y embelesar las emociones promoviendo una nueva normalidad de generaciones narcisistas, amantes del espejo y la estética plástica? Entre autoamor y poliamor, en las redes sociales hemos ido dejando los rastros de humanidad y dignidad para vivir solo de las apariencias, posverdad, desinformación y banalidad de las cosas trascendentales.

Uno de los orígenes de la historia son los mitos que fueron los primeros intentos por explicar el mundo y darle sentido a lo que sucede a nuestro alrededor. De los mitos también se desprendieron los primeros esfuerzos de la religión y la filosofía por comprender la relación del hombre con la naturaleza y más allá.

Los mitos son microhistorias creadas por nosotros ante la angustia o desconocimiento de entender lo interno y externo. Cada época y cada generación va creando sus propios mitos a la medida en que desarrolla necesidades y expectativas. Por supuesto que hay mitos de diferentes dimensiones. En México es muy común el término de “mitoteros” para señalar las mentiras o inventos populares y las grandes culturas siguen cargando con personajes de la mitología clásica para describir facultades fantásticas o hasta sobrenaturales.

Los primeros filósofos se valieron de mitos de manera didáctica para hacer accesible los principios o valores que querían infundir en sus discípulos. Pero, además, muchos de esos mitos se han quedado en el imaginario para describir parte de la condición humana. Mitos de Prometeo, Narciso, Zeus, Eolo, Tláloc, Eros, Baco, Neptuno y muchísimos más casos en diferentes culturas que los seguimos aplicando e inclusive han servido para elaborar superhéroes con facultades de mitad hombre mitad dioses.

El mito de la caverna es una alegoría creada por el filósofo griego Platón para explicar el engaño que sufrimos por las apariencias que nos impiden conocer la realidad. A pesar de que diseñó el mencionado mito siglos antes de la era cristiana y por supuesto cuando ni siquiera se imaginaban la existencia de medios de comunicación masiva, lo increíble es que en pleno siglo XXI, sirve de manera clásica, para explicar y entender el papel de varios medios, especialmente la televisión y ahora los algoritmos que distorsionan la verdad en las redes sociales.

De manera simple, Platón expuso que los hombres estamos dentro de una gran caverna donde somos obligados a permanecer sentados frente a una pared a manera de pantalla por donde pasan figuras que son proyectadas desde el fondo del otro extremo de la cueva. A nuestras espaldas hay una gran hoguera que constantemente unos hombres se encargan de alimentar el fuego y por enfrente de las llamas desfilan esclavos cargando grandes estandartes con figuras de animales y hombres para que en la pantalla que tienen los hombres sentados frente a sus ojos vean pasar las figuras proyectadas.

Aquí hay varios elementos de este mito: a los hombres los tienen sentados y apilados como si estuvieran acomodados en filas de butacas; algunos autores se imaginan ese cuadro con las personas atadas, que les impide moverse de sus lugares y además, deben someterse únicamente a lo que se les está proyectando.

El significado de esta alegoría platónica es que lo proyectado en las paredes (o pantallas) no son la realidad sino solo un reflejo de objetos, pero que no es la realidad. Son las apariencias que nuestros sentidos nos dan, ajenas a la razón. Este es el mejor ejemplo (elaborado hace muchos siglos) hasta nuestros días para explicar lo que hace la televisión. Son sombras proyectadas que nos engañan porque pierden la figura, se distorsionan y por lo tanto, no corresponden a la verdad.

En el siglo que vivimos son sombras conectadas con tecnología digital, a distancia, que a pesar de no ser reales, nos pretenden engañar con “realidad virtual”, pero que no es realidad real.

En la versión original de Platón, los prisioneros que mueven las figuras entre la fogata y la pared no son vistas por los hombres frente a la pantalla, porque están a sus espaldas. Son anónimos e invisibles, pues, como ahora los algoritmos en las redes sociales.

“En nuestra versión digital de la caverna, esos titiriteros son algoritmos invisibles y poderosos[1], donde las redes sociales nos muestran un mundo posible, pero sobre todo editado o modificado en una sucesión inagotable de escenas cuidadosamente escogidas. Como los prisioneros de la caverna, podríamos llegar a creer que esas proyecciones son la realidad completa: confundimos la apariencia con la esencia, el escaparate con la vida. La sobreexposición de imágenes nos acostumbra a un desfile incesante de sombras luminosas. Las publicaciones en Instagram, Facebook o Tik Tok se convierten en las siluetas que contemplamos a diario en el muro de nuestra cueva particular”.

Las fotografías son un claro ejemplo de esto. Cada foto es la sombra de una realidad y ahora les agregamos modificaciones y cirugía de imagen, mejor conocida como fotoshops que significa alterar la realidad para vernos diferentes a como somos. Si no aceptamos nuestra propia realidad, menos lo haremos con la realidad de los demás.

La caverna de Platón sigue teniendo vigencia con unos ligeros pero significativos cambios: los prisioneros de la caverna ahora somos prisioneros de grandes empresas de tecnología digital que nos mantienen como clientes de su realidad que elaboran y comercializan. Seguimos atados frente a pantallas o paredes observando las apariencias como falsa realidad, sin saber distinguir la frontera entre estas dos.

No conformes con nuestra figura real, creamos apariencias por medio de avatares que luego lo usamos como perfil nuestro, o sea, como identificación con lo que cada vez confundimos más realidad con apariencia, ahora que disponemos de dispositivos para jugar con falsos videos y noticias, fotografías alteradas, filtros que cambian lo que es por lo que no es.

Rosa Amor del Olmo dice que la literatura hace siglos nos advirtió de este dilema cuando Calderón de la Barca escribió La Vida es un Sueño, para recordarnos que aquello que tomamos por cierto tal vez no sea más que un engaño de los sentidos porque “toda la vida es un sueño, y los sueños, sueños son”.

Hoy se podría parafrasear que gran parte de la vida en las redes son sueños, y las pantallas, pues pantallas son.

[1] AMOR DEL OLMO, Rosa (2025) La caverna de cristal, Ruritania, https://www.zendalibros.com/la-caverna-de-cristal/