Un rompehielos popular consiste en preguntar con qué figuras históricas te gustaría cenar. Sora 2, el nuevo generador de videos de OpenAI, sugiere otra opción: ¿Qué figuras históricas te gustaría ver matarse entre sí? La plataforma produce videos cortos con inteligencia artificial sobre casi cualquier cosa que los usuarios le indiquen, una capacidad que, en otro mundo, podría desencadenar una explosión de imaginación humana. En el nuestro, sin embargo, el video típico de Sora tiende a sentirse como un collage de medios sensacionalistas ya familiares, con influencias que incluyen los conceptos burdos de los viejos programas de entrevistas diurnos, las improbables fórmulas de deterioro mental de YouTube y, por supuesto, peleas.

Imagina a Gandhi y a Hitler enfrentándose en un ring de lucha libre. Visualiza a Hitler peleándose con Michael Jackson en un falso set de Maury. Piensa en Stephen Hawking perseguido por la policía, o volando por los aires en patineta, o derribando a un oponente de lucha libre, todo representado con el extraño y elástico impacto de cuerpos generados por inteligencia artificial. Momentos icónicos, como el discurso “Tengo un sueño”, se reinterpretan al estilo de programas de cámara oculta o como caricaturas abiertamente racistas. (OpenAI, enfrentando cierta polémica, recientemente ajustó sus políticas para bloquear el uso de la imagen de Martin Luther King Jr.). Hasta ahora, la producción de la plataforma se ha parecido más a los garabatos de un estudiante de secundaria aburrido y algo sádico que está matando el tiempo en la parte de atrás de la clase de historia.

Este es solo un ejemplo entre muchos de lo que ahora parece una tendencia en Silicon Valley. La industria tecnológica está materializando algunas ideas futuristas de la ciencia ficción de finales del siglo XX. Sin embargo, en ocasiones parece extrañamente inconsciente de que muchas de esas ideas pretendían ser distópicas o satíricas: visiones sombrías de hacia dónde podrían conducirnos nuestros peores y más absurdos hábitos. Uno teme que alguien en el mundo tecnológico actual vea Gattaca: Experimento genético —una película que muestra un futuro eugenésico en el que las personas con ADN ordinario quedan relegadas a trabajos serviles— y lo tome como inspiración para una colaboración entre 23andMe y una escuela autónoma.

El material de Sora, por ejemplo, puede resultar curiosamente similar a los chistes sobre entretenimiento burdo que aparecen en películas distópicas y novelas posmodernas. En la película Idiocracia, a Estados Unidos le encantaba un programa llamado ¡Auch, mis pelotas!, en el que un hombre recibía golpes en los testículos de maneras cada vez más exageradas. Robocop, el defensor del futuro, imaginaba un programa sobre un pervertido de ojos saltones con un lema absurdo. El sobreviviente tenía un concurso en el que los participantes recogían desesperadamente billetes de dólar y trepaban por una cuerda para escapar de perros hambrientos. Que Sora pueda ser programada para imaginar un concurso en el que Michel Foucault toma del cuello a Ronald Reagan y lo azota contra el suelo, o Prince lucha contra una anaconda, no se siente como algo nuevo; se parece más a un chiste de un guionista de la década de 1990 o a una película sobre la decadencia social.

No todas las similitudes son accidentales. El diseño moderno se ha visto influido por nuestras viejas tecnodistopías, especialmente por la variedad cyberpunk, con su brillo neón noir y su encanto de “alta tecnología, bajos instintos”. Desde las novelas de William Gibson hasta películas como Matrix, la cultura ha asimilado innumerables paisajes urbanos en ruinas, megacorporaciones que todo lo controlan, modificaciones corporales de alta tecnología, enfermedades inducidas por la realidad virtual, amantes de IA engañosos, asesinos mecánicos y antihéroes hackers vestidos de cuero, que navegan por un ciberespacio disociativo con basura tecnológica ingeniosamente reutilizada.

Este no era un mundo en el que mucha gente quisiera vivir, pero su estilo y espíritu parecen resonar en las visiones más audaces del futuro de la industria tecnológica. Según un artículo de The New York Times sobre el desarrollo de la Cybertruck de Tesla, el diseño estaba “inspirado en la ciencia ficción distópica de las décadas de 1980 y 1990”; Elon Musk lo planteó como “lo que Blade Runner habría conducido”. En aquella película, el vehículo del personaje Rick Deckard se parecía más a un cruce entre un Toyota Tercel y un pulmón de acero. La Cybertruck es más mercenaria, con un perfil militarista de bombardero furtivo. Parece la manifestación vehicular de los temores sobre el desorden social apocalíptico, como si su conductor algún día pudiera necesitar una ametralladora Gatling para despejar el estacionamiento de un Trader Joe’s..

Esta aura distópica y torpe parece estar a punto de convertirse en el estilo propio de la nueva tecnología.

El cumplimiento más real y menos intencional de la estética cyberpunk de la camioneta es que ha estado plagada de problemas. En su debut, un rodamiento rompió las ventanillas que supuestamente eran a prueba de balas. La carrocería de acero inoxidable puede decolorarse. Se han retirado incontables modelos del mercado por razones que incluyen aceleradores que pueden congelarse, y han habido demandas alegando que las puertas electrónicas pueden bloquearse en caso de colisión. El diseño cyberpunk es un disfraz de distopía; lo real llegará cuando la camioneta esté a la altura de la sensibilidad de depósito de chatarra de Gibson.

Se puede percibir algo parecido cuando Mark Zuckerberg, haciendo una demostración de un par de gafas con inteligencia artificial, no nos muestra una pantalla visual estilo Terminator, sino una serie de problemas de funcionamiento mientras las gafas ayudan a preparar una receta de salsa de carne. O cuando los videos de reclutamiento para empresas de tecnología militar ni siquiera tienen la energía de un anuncio de Invasión, sino que presentan una parodia divertida y autocrítica de The Office, como en una campaña de Anduril, fabricante de armas asistidas por inteligencia artificial.

Quizá no haya ningún campo en el que la tecnología se haya inclinado más hacia los motivos distópicos que el ámbito de las relaciones humanas. Sam Altman, director ejecutivo de OpenAI, señaló más o menos explícitamente que su personaje ideal de IA era el que interpreta Scarlett Johansson en la película Ella: un personaje cuya vertiginosa evolución la aleja de su amante humano, dejándolo destrozado. El chatbot de IA de Musk, Grok, ha llevado este modelo en direcciones más sugerentes con sus “compañeros”, que incluyen una waifu pornográfica llamada Ani y un ente romántico masculino inspirado tanto en 50 sombras de Grey como en ​​Crepúsculo. Una controvertida serie de anuncios en el metro de Nueva York presentaba un accesorio de IA llamado Friend —un disco de plástico que se usa como collar y funciona como dispositivo de vigilancia continua— como sustituto de la complejidad engorrosa de las personas reales.

Parece casi innecesario reflexionar sobre la naturaleza sombría y, evidentemente, deprimente de estos esfuerzos, que se parecen a llevarse el Amazon Echo a la luna de miel. Pero esta aura distópica y torpe parece estar a punto de convertirse en el estilo propio de la nueva tecnología. Silicon Valley lleva mucho tiempo recibiendo críticas por no comprender los mensajes más profundos de la ciencia ficción de la que bebe, pero últimamente parece que incluso la idea del subtexto se ha desvanecido, dando lugar a una defensa implícita de la propia distopía.

Obviamente, la industria tecnológica no se limita a copiar fielmente estas ideas de viejas historias de ciencia ficción. Las historias tampoco las inventaron. Sus escritores cristalizaron ansiedades comunes de larga data —sobre la obsolescencia humana, los medios de comunicación masivos, la disminución de las expectativas— y las proyectaron en futuros exagerados y catastróficos. Tras décadas de bromas sobre nuestra propensión a pudrirnos el cerebro con imágenes sensacionalistas, no es de extrañar que desarrollemos la IA y, de inmediato, la usemos para producir más imágenes sensacionalistas. Tampoco es sorprendente que nuestras preocupaciones sobre la vigilancia y la alienación no hicieran más que anticipar aún más vigilancia y alienación. Lo que sí sorprende es que estos resultados llegarían envueltos en los disfraces distópicos que una vez señalaban que debían ser evitados.

Las recientes innovaciones en IA sugieren que nuestra ansiedad ahora apunta a una preocupación más fundamental: el miedo a los demás. La industria sigue tratando de diseñar sustitutos de experiencias milagrosas como la “amistad” y las “relaciones”, externalizando la sustancia y la textura de la interacción humana, ya sea mediante un collar que ofrece comentarios insensibles sobre el videojuego que estás jugando o un chatbot devoto que siempre está dispuesto a escuchar tus pensamientos. El “problema” que algunas IA modernas intentan resolver somos, en efecto, nosotros. Los llamados de atención sobre distopías pasadas se despliegan, con credulidad y mínima ironía, como soluciones. ¿Acaso la promesa de una aplicación de dejar obsoleta a la sociedad parecería extraña ahora?