Meghan, duquesa de Sussex, ya se imagina las críticas que recibirá su pudin de plátano.

“Sé que a algunas personas les molestará que haya quitado las galletas”, dijo, triturando las galletas Nilla con un rodillo en lugar de mezclarlas con el pudin de vainilla y las rebanadas de plátano. “Pero a mí me gustan espolvoreadas encima”.

Una mañana soleada, la semana pasada en su casa de Montecito, California, Meghan iba y venía entre el jardín, donde el príncipe Enrique se detuvo un momento junto al huerto de fresas calzando un par de Birkenstocks para avisar que iba a atender una llamada de trabajo, y la amplia y muy usada cocina donde su madre, Doria Ragland —elegante con jeans, camiseta blanca y un aro plateado en la nariz— hurgaba en el refrigerador doble en busca de algo que desayunar.

“La abuela Jeanette habría usado uno instantáneo”, dijo Meghan, refiriéndose a la madre de Ragland, mientras probaban una tanda de pudin casero salpicado de vainilla. “Pero este le habría encantado”.

El mes pasado, en una nueva serie de Netflix, Con amor, Meghan, la duquesa dio al mundo un primer vistazo a la reinvención de su vida: de novia real atormentada a triunfante diosa doméstica. Ella y Enrique huyeron del Reino Unido y de sus implacables críticas en 2020 para establecerse como familia en este enclave seguro, soleado y acomodado. Sin embargo, la serie ha traído parte de esa oscuridad de vuelta a su puerta.

Igual que Gwyneth Paltrow, Chrissy Teigen y otras celebridades que tienen marcas de cocina y estilo de vida, Meghan no tiene formación culinaria profesional. La visita de la semana pasada —la primera vez que se invitaba a alguien de la prensa a entrar en su cocina— demostró que es una apasionada de la cocina casera que sabe cómo preparar una vinagreta, es rápida con el rallador de limón y diestra con el cuchillo. (Se me permitió entrar con la condición de que no se tomaran fotografías de la casa ni dentro de ella).

A sus 43 años, con un entusiasmo inagotable y una vibra estilo Charlotte York, sigue definiendo su identidad pública mientras la presenta ante una audiencia global. A algunos, su decisión puede parecer emprendedora, o entrañable o narcisista, pero no se puede decir que no sea una gran apuesta.

Y está a punto de volverse aún más grande. El miércoles por la mañana comenzaron las ventas de As Ever, la línea de productos alimenticios de Meghan, que tienen precios de entre 12 y 15 dólares e incluyen mezclas para hornear, mieles y mermeladas que son famosas en internet y que, a su pesar, se etiquetan como “untables de frutas” debido a la normativa de la Administración de Alimentos y Medicamentos. De acuerdo con una portavoz, todo se agotó en una hora. (La marca inicialmente fue anunciada como American Riviera Orchard, pero se informó que se cambió después de dificultades de marcas registradas).

La semana pasada, Meghan anunció que presentaría un nuevo pódcast, Confessions of a Female Founder, y abrió un canal de ShopMy en el que sus fans pueden adquirir la ropa y los productos con los que la ven en pantalla, de la cabeza (Control Me Edge Gel de Lottabody) a los dedos de los pies (esmalte shellac CND).

Con amor, Meghan la presenta en una serie de escenas idílicas (ninguna filmada en esta cocina: se usó una casa cercana como estudio), cocinando, haciendo manualidades y planeando fiestas de té. Pero si alguien pensaba que las palomitas trufadas y los arcos de globos no serían polémicos, se equivocaba.

Cuando apareció el programa, los millones de personas que desde hacía tiempo sentían derecho a criticar a Meghan como miembro de la familia real británica tuvieron la oportunidad de juzgarla como esposa, madre, cocinera, decoradora y anfitriona. Y muchos lo hicieron, tachándola de cursi, falsa y aburrida. Fue comparada con Hannah Neeleman, de Ballerina Farm, y con otras influentes a la cabeza del fenómeno tradwife que hacen que el “trabajo de mujeres” anticuado, como alimentar gallinas y preparar el desayuno, al que muchas mujeres no desean volver, parezca glamoroso.

Los mejores episodios muestran a Meghan como la respetuosa alumna de chefs como Alice Waters y Roy Choi. En otros ella es la maestra, mostrando recetas como ensalada de pasta y consejos de entretenimiento a un grupo de amistades, quienes tienen la tarea de mostrar entusiasmo mientras ella les da un pescado crudo o ata un moño en una bolsa de regalo con pretzels rellenos de mantequilla de cacahuete. Esos episodios fueron los número uno en burlas.

Algunas críticas fueron más mordaces: las publicaciones de redes sociales se enfocaron en sus ollas Le Creuset, alegando que eran demasiado caras para muchas mujeres negras y más ostentosas que las tradicionales de hierro fundido. En respuesta, mujeres negras comenzaron a publicar fotos de sus amplias colecciones de Le Creuset. La periodista Michele Norris salió en defensa de Meghan, preguntando: “¿Por qué le sorprende o molesta a alguien que tenga una hermosa batería de cocina de colores coordinados? ¿Alguien ataca a Ina o a Martha por sus utensilios de cocina?”.

En una entrevista, dijo que señalar a Meghan por no utilizar su cocina “real” también es ilógico. “Cada set es una cocina performativa”, dijo Norris, quien presenta un pódcast sobre cocina y cultura. “Creo que ella logra presentar una versión auténtica de sí misma dentro de ese espacio artificial. ¿Qué tiene de malo que alguien quiera compartir su alegría?”.

“Todo el mundo tiene alguien o algo que quieren que ella sea”, dijo la chef Carla Hall, que antes de ser chef fue modelo y cuyas credenciales culinarias también fueron cuestionadas cuando empezó su carrera televisiva. “No se puede ganar ese juego”.

Lo que plantea una pregunta: ¿Por qué alguien que durante años ha soportado la peor clase de atención pública se pondría de nuevo bajo el microscopio?

Una razón, por supuesto, es el dinero. El contrato de producción que Meghan y Enrique firmaron con Netflix en 2020 finaliza este año, y la mayoría de sus otros esfuerzos recientes —documentales sobre polo y los juegos Invictus de Enrique— fracasaron. Pero Netflix apuesta por ella: ya se filmó una segunda temporada del programa, y la empresa invirtió en su marca As Ever.

Y a pesar de las críticas, millones de fans han demostrado su apoyo en el último mes. Según Netflix, el programa estuvo entre los 10 más vistos en 24 países en la semana posterior al estreno, con 2,6 millones de visitas. Muchas de las prendas de la página ShopMy de Meghan se agotaron en cuestión de horas o días. Desde el 1 de enero, cuando abrió una nueva cuenta de Instagram (borró la antigua poco antes de convertirse en parte de la familia real), ha acumulado 2,7 millones de seguidores.

La otra razón es personal. “Necesito trabajar, y me encanta trabajar”, dijo, señalando que, hasta que conoció a Enrique, no había estado sin trabajo desde que tenía 13 años. Con dos hijos pequeños que criar, dijo: “Es una forma de conectar mi vida familiar y mi trabajo”. (El príncipe Archie tiene 5 años y la princesa Lilibet 3; son sexto y séptima en la línea de sucesión al trono).

Espera hacerlo sin avivar el fuego de los titulares de la prensa sensacionalista y los chismes de internet. Como corresponde a la jefa de una marca mundial, los miembros de su equipo revisan las secciones de comentarios y las redes sociales para que ella no tenga que hacerlo. Cuando le hablé de la polémica sobre Le Creuset, se quedó perpleja. “¿Esto existe, en 2025?”, dijo, levantando las manos y volviéndose hacia su madre.

“Todo el mundo es muy intenso estos días”, dijo Ragland, de 68 años, serenamente. Luego las mujeres pasaron a hablar de asuntos más importantes, como si una persona necesita una freidora de aire, por qué las batidoras de inmersión son tan buenas para la sopa y si la abuela Jeanette rellenaba sus empanadas con manzanas secas o frescas.

Meghan se muestra optimista, encantadora y siempre congruente cuando responde a las preguntas de la prensa. Sin embargo, es claro que le molestan las acusaciones de que está desconectada de la realidad y es difícil identificarse con ella. Tal vez esté viviendo un cuento de hadas, pero no hace tanto tiempo era una actriz no muy famosa en una serie de televisión medianamente popular. Estaba divorciada, tenía más de 30 años y no sabía con certeza cuál sería su siguiente trabajo, ni su siguiente hogar.

“¿No saben que mi vida no siempre ha sido así?”, dijo, señalando las amplias vistas y los perros dormidos.

El progreso de una cocinera

Cuando Meghan era niña en Los Ángeles, su madre trabajaba muchas horas y tenía poco tiempo para cocinar en casa. Sin embargo, Ragland se crio con una fuerte tradición culinaria.

Su padre, Alvin, tenía raíces en Tennessee. “Mi padre llevaba una botella de salsa picante Red Rooster a todas partes”, dijo.

Para su madre, Jeanette, como para muchas mujeres negras de su época, las habilidades culinarias y de jardinería eran algo natural. En su casa del barrio de Crenshaw, dijo Meghan, su abuela cultivaba col berza y tomates en el jardín, preparaba empanadas caseras desde cero después de la cena y casi toda su comida la cocinaba en una sartén de hierro fundido.

A Meghan, una hija de padres divorciados que dice que solía quedarse sola en casa, le encantaba comprar comida rápida —las papas curly de Jack in the Box eran de sus favoritas— e irse a casa para ver programas de cocina en Food Network. “O iba a casa de la abuela Jeanette después de la escuela”, dijo. “Ella hacía el mejor tentempié para después de clase: queso Kraft a la plancha en pan Wonder blanco”, rememoró Meghan con expresión soñadora. “Tanta mantequilla”.

Debido al trabajo de Ragland como agente de viajes hacían frecuentes viajes de fin de semana, probando la comida callejera de Oaxaca y el jerk jamaicano de carretera, y buscando restaurantes tailandeses por Los Ángeles.

Meghan empezó a cocinar para sus amigos cuando estudiaba en la Universidad de Northwestern, con una receta de Rachael Ray de sándwiches de queso a la plancha mejorados con queso fontina y rebanadas de pera.

“A los 20 años, en un departamentito de Evanston, sirviendo ese sándwich y una botella de Two-Buck Chuck —era cuando Trader Joe’s se estaba haciendo grande—, todos pensábamos que era tan elegante”, dijo.

En los años siguientes, organizó cenas en Toronto, donde se rodaba la serie La ley de los audaces, creó un blog de estilo de vida llamado The Tig y le enseñó al príncipe Enrique cómo asar un pollo (específicamente, el Pollo asado perfecto de Ina Garten, que estaban preparando juntos cuando él le propuso matrimonio).

Utilizó su efímera plataforma real para idear y publicar Together: Our Community Cookbook, una colección de recetas de mujeres que perdieron a familiares en la torre Grenfell, el rascacielos del oeste de Londres que fue consumido por un catastrófico incendio en 2017. El mes pasado, en un boletín de Substack, la cronista de la realeza y escéptica de Meghan Tina Brown describió el libro como un momento “en el que sus intereses culinarios y de estilo de vida se fusionaron con una iniciativa benéfica auténtica” y “un bombazo de relaciones públicas”.

De los ‘nuggets’ de pollo a la crema chantillí

A 160 kilómetros al norte —y a un mundo de distancia— de la cocina de su abuela, Meghan enjuagó fresas del jardín, las cortó en rodajas y las maceró en azúcar y jugo y ralladura de limón para ponerlas en capas con el pudín y las rodajas de plátano.

A diferencia de la elegante cocina blanca que aparece en la serie, esta cocina —diseñada y construida por los propietarios anteriores— tiene una isla de madera desgastada (además de una de mármol), una estufa Viking a la que se le ha dado mucho uso y detalles clásicos de azulejos azules y blancos.

Hay una antigua despensa de mayordomo con armarios para vasos y juegos de té, y una despensa moderna llena de ingredientes y botanas cuidadosamente organizados. En los estantes hay libros de cocina de Giada De Laurentiis, Yotam Ottolenghi y Toni Tipton-Martin, y un ejemplar muy usado de From Seed to Skillet, el clásico de 2010 del famoso jardinero Jimmy Williams sobre cómo crear y cocinar a partir de un huerto casero. Y al otro lado de la puerta, una foto enmarcada de Enrique de niño con su madre, la princesa Diana, ocupa un lugar de honor.

Meghan no duda en admitir que tiene mucho que aprender. La casa está equipada con dos hornos de pizza que están casi siempre inactivos, y dijo que su primer intento de hacer pan con masa madre fue tan aburrido y traumático que la envió de vuelta a las panaderías.

“Hay profesionales que lo hacen mejor de lo que yo lo haré jamás”, dijo.

Cuando solo cenan ella y los niños, dijo, suele recurrir a los nuggets de pollo, las hamburguesas vegetarianas y los Tater Tots (el congelador está repleto de ellos).

Lo que podría ayudarla a destacar en el abarrotado campo de las influentes gastronómicas es su ojo para el detalle. Sus habilidades de caligrafía y envoltura de regalos, que adquirió para ganar un dinero extra, ahora son utilizadas para nivelar pasteles de capas y esponjar ensaladas a la perfección. Realmente le importa en qué dirección apuntan los rábanos en la tabla de charcutería, y en ocasiones sí transfiere la comida para llevar a platos de servir (he visto las fuentes).

Para terminar el pudin, sacó la batidora de mano para hacer crema chantillí, la crema batida endulzada con un toque de vainilla que le daría nombre al postre: Chantilly Lili, en honor a la pelirroja de 3 años que acababa de llegar a casa.

Ragland dijo que aún no estaba convencida de necesitar una batidora de mano; ella tiene una batidora KitchenAid en su casa de Los Ángeles. La duquesa puso los ojos en blanco ante su madre, como suelen hacer las hijas.

“Mi mamá aún tiene la sartén de hierro fundido de la abuela Jeanette”, me susurró. “Eso es lo que realmente quiero”.