Al presidente Trump le gustan los aranceles no porque quiera reactivar la industria estadounidense, ni porque quiera llenar las arcas del gobierno, ni porque realmente crea que Canadá está introduciendo fentanilo en Estados Unidos. Le gustan los aranceles porque le encanta hacer que la gente mendigue.

Lamentablemente, nada impide que Trump imponga aranceles. Es evidente que el Congreso no está interesado en ejercer sus poderes constitucionales, pero aun en ausencia de otras barreras, Trump sigue frenándose.

El miércoles anunció una suspensión de un mes de los aranceles a los vehículos importados de Canadá y México después de que los directores ejecutivos de los principales fabricantes de automóviles aparentemente realizaron suficientes actos de obediencia. El jueves anunció una suspensión más amplia y nuevamente temporal de los aranceles a las importaciones mexicanas después de una llamada con la presidenta Claudia Sheinbaum. No sabemos exactamente qué se dijo, pero en realidad no importa. Trump pudo jugar a la nobleza obliga.

Estos retrasos no son cambios en el plan. Son el plan, y México y las tres grandes automotrices —General Motors, Ford y Stellantis— seguramente deben reconocer que lo que se les ha concedido no es un indulto. Es una elección desagradable: seguir la línea de Trump o enfrentar la ruina económica.

Canadá y China siguen sujetos a aranceles, o lo estaban, hasta que Trump también suspendió los aranceles sobre los productos canadienses que cumplen con el T-MEC el jueves por la tarde. Según se informa, ambos países están luchando por entender lo que quiere Estados Unidos. Esa es la pregunta equivocada. No se trata de Estados Unidos. Se trata de Donald Trump, y lo que él quiere es apoyar sus botas sobre tu cabeza. Por eso invitó a Mitt Romney a la cena más incómoda del mundo hace ocho años. Por eso hizo que Robert Kennedy Jr. devorara comida rápida después de la elección. Por eso la administración quiere establecer una línea directa a la que los senadores puedan llamar para pedir que se restablezca la financiación de los programas que les importan.

El martes, en su discurso ante el Congreso, Trump habló extensamente de los beneficios de los aranceles, que ha ensalzado durante mucho tiempo como una especie de cura milagrosa para una amplia gama de males nacionales. Lleva mucho tiempo diciendo cosas similares y supongo que probablemente lo crea. Pero los acontecimientos posteriores al discurso han vuelto a dejar claro lo que Trump más valora de los aranceles: el poder.