Cd. de México.- Las recientes elecciones presidenciales chilenas dieron como ganador a José Antonio Kast, fundador del partido republicano chileno, expresión de una derecha critica de los gobiernos de Sebastián Piñera y de los partidos conservadores que lo apoyaron. Estos últimos en la primera vuelta apoyaron la candidatura de Evelyn Mathei, quién llegó en cuarta posición en aquella oportunidad.
Las recientes elecciones presidenciales chilenas dieron como ganador a José Antonio Kast, fundador del partido republicano chileno, expresión de una derecha critica de los gobiernos de Sebastián Piñera y de los partidos conservadores que lo apoyaron. Estos últimos en la primera vuelta apoyaron la candidatura de Evelyn Mathei, quién llegó en cuarta posición en aquella oportunidad.
¿Cómo se explica que en Chile democrático haya triunfado una opción que no disimula su admiración por Pinochet? ¿Qué pasó con el proyecto de cambios que cuatro años atrás lideró Gabriel Boric? ¿Es cierto que Chile "se está cayendo a pedazos", como afirmó la campaña de Kast? ¿Cuáles son los principales desafíos que deberá enfrentar el nuevo gobierno? ¿Qué impacto tendrá en la región?
Muchas interrogantes, que provocarán muchos debates. Dos datos claves del Chile postelectoral: primero, todo indica que la institucionalidad del país permitirá un tránsito ordenado al nuevo gobierno. Segundo, Chile, como toda América latina entra en modo fin de año y luego comienza la temporada del verano austral.
Las mejores tradiciones republicanas del Chile moderno funcionaron. Un servicio electoral eficiente, que en poco más de dos horas supervisó el escrutinio mesa por mesa, procesó los datos y anunció el resultado. Sin quejas de ningún lado ni reclamos posteriores. La candidata derrotada, Jeanette Jara, reconoció su derrota y saludó al vencedor. El presidente electo fue invitado al día siguiente por el presidente Boric, dándose inicio al proceso de transición de una administración a otra.
¿Por qué triunfó Kast?
Sencillo, porque su campaña, sintonizó bien con los principales problemas que aquejan a la mayoría de la población: el deterioro de la seguridad ciudadana y una economía que no despega. En medio el tema de la inmigración, a Chile en los últimos años ha ingresado arriba de un millón y medio de un variopinto contingente extranjero: a los tradicionales peruanos y bolivianos, se fueron agregando colombianos, ecuatorianos, venezolanos, haitianos, dominicanos, etc.
Chile no era Florida ni California, pero ofrece un mejor pasar que otras regiones del continente, además, no había Migra y se hablaba el mismo idioma. Agreguemos los inmigrantes ilegales, de los cuales no hay registro y muchos de ellos carecen de papeles, distribuidos en el norte del país y en la periferia de las grandes ciudades.
Un país de aproximadamente 20 millones, en la práctica ha debido enfrentar una migración cercana a un 10 por ciento. En proporción, equivale a que México recibiese 13 millones de inmigrantes en pocos años.
El aluvión migratorio desbordó al sistema vigente, desde los controles fronterizos hasta los servicios de salud. Repercutió en el empleo y en el incremento de la informalidad (hoy cercana al 30 por ciento). También, al igual que en todo el continente, mezclado con la migración, se infiltraron numerosas bandas de delito transnacional. El más conocido es el Tren de Aragua, pero también tenemos a los "choneros" ecuatorianos, a los "pulpos" peruanos, los "espartanos" provenientes del puerto de Buenaventura, en fin.
Chile tiene hoy una tasa de homicidios de 6 por cada 100 mil habitantes, muy por debajo de la media latinoamericana (18), pero el doble de lo que teníamos 10 años atrás. Las mafias además trajeron nuevos delitos que no se conocían en Chile: secuestro, extorsión, sicariato. Todo esto incrementó el temor de la población que legítimamente demanda orden y seguridad, y allí, el gobierno actual pagó por su inexperiencia en el tema. Por el contrario, su agenda de grandes cambios sociales y de inclusión de todo tipo de minorías chocó con el día a día de la mayoría de las familias.
La economía chilena, al igual que todas las latinoamericanas, convaleciente de la pandemia, logró estabilizarse, incluso alcanzó un crecimiento moderado, en torno al 2 por ciento, pero lejos del ritmo de 10 años atrás que permitió el salto económico del país. Hoy el PIB per cápita esta arriba de los 17 mil dólares, aunque la desigualdad es evidente.
Kast también ganó porque logró hacer de la elección presidencial un referéndum sobre el actual gobierno, que hoy bordea en torno a un fiel 30 por ciento. Una administración que se proponía aprobar una nueva Constitución, y plasmar allí una nueva generación de derechos inclusivos, enfrentó una severa derrota en ese plano al ser consultada la ciudadanía. El gobierno perdió la iniciativa estratégica y ya no la recuperó en todo su mandato. Agreguemos un equipo poco diestro, con honrosas excepciones, fue aprendiendo al andar, pero pagó por su noviciado. Vale para el novel Frente Amplio, como también para altos funcionarios y ministros provenientes del llamado Socialismo Democrático (ex Concertación).
El Gobierno que concluye no logró cumplir su proyecto, pero tampoco es justo decir que Chile se cae a pedazos. Un dato económico: más de 92 mil millones de dólares de exportaciones se calculan para este año, se aprobaron medidas sociales en materia de previsión y leyes laborales, entre otras, y la institucionalidad en lo fundamental persiste. Por cierto, el país ha cambiado, y el clivaje Dictadura-Democracia ya fue. La mayoría de los chilenos ven a los años de la dictadura como algo lejano que no conocieron.
También Chile cambió socialmente. La Central Única de Trabajadores ya no tiene una columna vertebral de trabajadores industriales. Hoy en día, en la CUT, en lugar del proletariado industrial, roncan los empleados públicos y los trabajadores del retail.
Los desafíos del nuevo gobierno
Kast sacó poco mas de un 23 por ciento de los votos en primera vuelta, y creció a 58 por ciento en la segunda. En pocas palabras, una gran mayoría de los últimos lo votaron para que no se eligiera a la candidata oficialista, es decir, "son votos prestados". Seria un error interpretar que esa contundente mayoría respalda plenamente el perfil original del presidente electo. Fue un error que cometió Boric en su triunfo. Interpretó que la gran mayoría que obtuvo era toda ampliamente favorable a su programa.
La administración que asuma en marzo 2026, deberá transformar esa mayoría electoral en una fórmula de gobierno, para lograr mayoría legislativa, pero también porque es entre los partidarios de la "derecha tradicional" donde están la mayoría de los cuadros más experimentados de gobierno del conservadurismo. Provienen de los dos gobiernos de Piñera. Será un tema de este periodo de transición.
Otro desafío son las expectativas que generó la narrativa de la campaña: resolver en pocos días (sin aclarar mucho los mecanismos) la inmigración ilegal. El objetivo es que abandonen el país, y eso no es fácil, no sólo por temas chilenos, sino también por su eventual destino final. Ningún país quiere más inmigrantes y Venezuela, ya sabemos.
Asimismo, el nuevo gobierno deberá demostrar la eficiencia que prometió en restaurar la seguridad ciudadana, no es fácil. Todo esto además en medio de una sociedad que no tiene ninguna paciencia, y que espera soluciones visibles en el corto plazo.
En el plano económico, la reanimación de la economía chilena puede experimentar en lo inmediato un retorno de los capitales que salieron en tiempos de Boric, es una cifra considerable, pero el tema es mayor. La economía chilena está completamente abierta al mercado mundial, es un duty free real. Los chilenos consumimos productos de todos los rincones del planeta a precios relativamente bajos, producto de la amplia red de tratados de libre comercio firmados en años anteriores. De paso el nuevo gobierno ha prometido un recorte presupuestal de 6 mil millones de dólares, lo que probablemente provoque reacciones sociales.
El problema es que el mercado mundial esta desorganizado, y nadie puede asegurar que ello se vaya a solucionar en el corto plazo. Entre otras cosas porque el otrora campeón del libre comercio, EU, está hoy en los tiempos del American first.
¿Y la región?
El nuevo Gobierno deberá enfrentar un mapa regional conmovido. Para empezar, en Sudamérica se vienen tres elecciones presidenciales: Perú, Colombia y Brasil. En Perú el sistema político hace agua hace rato. Esta vez la fragmentación permite 34 candidaturas presidenciales hoy vigentes, aunque se produzcan reagrupamientos, no se ve que el consenso y la formación de grandes mayorías sea el epicentro.
Colombia anuncia un duro debate presidencial, en gran parte condicionado por la situación de orden interior, por el impacto directo de la crisis en Venezuela y, por cierto, en medio del prolongado enfrentamiento entre el gobierno de Petro y la oposición. Lula anuncia una nueva candidatura, será más de Lula que del PT, y probablemente con alianzas más hacia el centro.
Ecuador no tiene elecciones, pero el gobierno perdió por paliza su referéndum, mientras la delincuencia sigue azotando al país. Uruguay y Paraguay preservan su estabilidad, cada uno conforme a sus tradiciones. Bolivia estrena un nuevo gobierno que tiene ante sí la tarea de ordenar la casa y redefinir su estrategia de desarrollo.
Otro tema es la crisis venezolana, donde pareciera que tanto la Casa Blanca como Caracas están entrampadas en sus circunstancias, en un cuadro en que más allá de las maniobras de guerra sicológica todo indica que el tiempo pasa y el reto americano se queda sólo en eso, en un reto que hoy controla mar y aire, pero duda en controlar territorio. ¿A favor de quién corre el tiempo en esta crisis? María Corina, si no regresa, corre el riesgo de ser Guaidó 2.0 y la oposición venezolana no se siente en el interior.
Ese es el cuadro en que asumirá José Antonio Kast, mientras la izquierda chilena deberá iniciar su travesía por el desierto buscando sacar lecciones aprendidas de su contundente derrota.