Chihuahua.- A doña María Rivas Mares la alertaron el estruendo de la corriente y los gritos de sus vecinos, aquel sábado 22 de septiembre de 1990, hace ya 34 años. Corrió ella al frente de su casa para preguntarle al marido qué estaba pasando, y al percatarse de la magnitud del desastre, salieron todos a refugiarse en un carrito Valiant, que estaba estacionado afuera y que quedó casi bajo el agua.

Éste fue uno de los numerosos capítulos de esta tragedia. Sucedió acá en la colonia Pacífico.

La escena era de horror: a los vecinos de enfrente se les había caído la casa, y una señora estaba atrapada, gritando, clamando por auxilio. “Yo no sé cómo pudieron llegar aquí los bomberos... ¿de dónde, por dónde pudieron pasar?, en momentos en los que por todos los rumbos de la ciudad necesitaban la ayuda”, se pregunta María.

Sin embargo, hubo mucha gente muerta: había dos casas en la orilla, que fueron arrastradas sin misericordia por la corriente enfurecida; al otro lado, por la calle 28, desapareció también una vecindad de varias viviendas, y ¿qué decir de una casita que estaba en pleno arroyo?

"Yo no sé cómo pudieron venir aquí los Bomberos... ¿de dónde, por dónde pudieron pasar?”, preguntaba insistentemente la sobreviviente.

Aquí, en la calle Jiménez y 30, la vecina de enfrente fue rescatada.

IMPENSABLES HÉROES CIUDADANOS

Hay dos camiones urbanos que se ven en las fotos, y que pertenecían a un señor que se apellidaba Anchondo... “ahora que recuerdo, él era dueño de un camión, y no sé de dónde salió el otro, pero a uno de ellos lo volteó la corriente”.

La señora Rivas quedó sorprendida de la valentía, la entrega y el heroísmo de una banda de ‘cholos’ que vino a la Pacífico, al parecer desde la colonia Rosario, nomás a ayudar, simplemente a echarle una mano al prójimo. ‘Los cholitos’, como les llama la señora, anduvieron toda la noche rescatando gente. “Oiga usted, de quien menos una piensa”.

Al otro lado de la ciudad, intranquilo desde la tromba, Alfonso Díaz Olvera no está ya a gusto en su casa de la colonia Villa, porque se encuentra en el camino de la corriente que destruyó decenas de viviendas y sembró de cadáveres la tierra. De hecho, a esa casa en calle 16 de Septiembre número 303, no tardó mucho en ponerla a la venta.

Es que el miedo no anda en burro: “Gracias a Dios que a mi casa no le pasó nada”, dice, a la distancia de tantos años ya. “Pero la de enfrente desapareció, se la llevó el agua”.

Y por allá, abajo, señala el hombre con el brazo extendido, hubo otras que también se las llevó la corriente.

Don Alfonso, hace 34 años, estaba en su trabajo de velador en el fraccionamiento El Mezquite, al pie de la sierrita donde se originó la tormenta. “Empezó a llover como a las siete de la tarde”, recuerda. “Venía la nube muy cargada, llovía, pero se venía como tempestad”.

Por el radio dieron la noticia de que en la colonia Villa se estaba ahogando la gente, pedían ayuda para rescatar personas y salvar vidas.

Alfonso Díaz no se acuerda exactamente cómo llegó a la Villa, él cree que fue a pie, pero sí recuerda bien que al llegar a la Curva no podía pasar, porque el arroyo cubría el puente. Ahí en la carretera había desaparecido un enorme muro de concreto cuyos restos estaban ya del lado poniente, por haberlos arrastrado el arroyo.

Ya cuando llegué, el agua se había apaciguado, y por obra de Dios a mi gente nada le había pasado. A su familia la envió inmediatamente a la parte alta de la colonia, y él y otros hombres acudieron a sacar un cadáver de debajo de un camión.

LA GALERA, EL ARROYO LA TROMBA

“Hasta ese momento, yo tuve a la mujer agarrada de la mano... ella todavía tenía el agua hasta el pecho y yo confiaba en que si no la soltaba, se salvaría, porque el arroyo ya había llegado a su nivel y yo confiaba en que empezaría a bajar, a fuerza”.

Pero el destino dispondría otra cosa...

Ésta es la colonia Las Granjas. Muchos arroyos de la ciudad de Chihuahua tienen historias siniestras, y éste, además, tiene una corriente siniestra, asesina. Hay aquí, en las inmediaciones de la calle Fresno, una curva pronunciada que se va a estrellar en los contrafuertes de unas bodegas, y durante más de 50 años, las construcciones urbanas han deformado su cauce, pero arrinconado y constreñido como está, La Galera II ha encontrado la forma de tomar venganza en contra de sus captores.

Hoy, el arroyo ya tiene un puente nuevo, un poco más elevado, para cruzar la calle Fresno entre las calles Velázquez de León y José Martí, pero en 1990, de plano, éste era el arroyo de la muerte.

Pregúntenle, si no, a don Héctor Ortega Sáenz, quien vive justo a un lado del arroyo. “Nadie hace caso de no pasar por aquí cuando llueve”, se lamenta don Héctor. Y eso fue lo que le pasó a una señora y a su sobrina, quienes iban a bordo de un sedán de Volkswagen en este mismo cruce del Arroyo La Galera II en calle Fresno.

El arroyo iba a reventar, y la corriente asesina ya había tratado de cobrar vidas esa noche, a pesar de que un grupo de heroicos vecinos se daba a la tarea de prevenir a los conductores.

Era la noche de la tromba. La mujer, angustiada porque el autito se apagó a mitad del vado, fue auxiliada por unas personas que giraron el carro en favor de la corriente, con el resultado de que entonces sí se lo llevó el agua.

El vehículo fue arrastrado hasta la otra calle y quedó atorado en el puente. Héctor Ortega pudo sacar a la jovencita del Volkswagen, aunque rescatar a la otra mujer se puso muy difícil.

“Ahora sí, señora, abra el vidrio, le dije, y lo que hizo la señora fue abrir la puerta, pero la fuerza del agua se la devolvió y la golpeó y quedó atrapada”.

En eso, llegaron unos sobrinos de la dama y, desesperados, se subieron al carro y lo hundieron. “Hasta ese momento, yo tuve a la mujer agarrada de la mano... ella todavía tenía el agua hasta el pecho y yo confiaba en que, si no la soltaba, se salvaría, porque el arroyo ya había llegado a su nivel y yo confiaba en que empezaría a bajar”.

Pero cuando los muchachos hicieron peso sobre el vehículo, éste se hundió y se fue por abajo del puente, y la señora se ahogó. “Nosotros la ahogamos”, se lamenta hoy don Héctor, a más de 15 años de la tragedia.

Qué frustración fue para Héctor, no haber salvado esa segunda vida.

EL MIMBRE, ARROYO ASESINO

El Mimbre es el arroyo de la tromba, y fue otro de los mortales protagonistas de aquella funesta jornada.

Este arroyo, que mide unos 14 kilómetros y que nace entre los cerros de la Mesa del Caballo, la Tinaja Blanca y El Picacho, vierte sus aguas en el río Sacramento, pero se abre paso por calles de las colonias Ignacio Allende, Insurgentes, Tierra y Libertad, Renovación, Ampliación Renovación, San José, Villa Nueva, CTM, Jardines del Norte, fraccionamiento Gloria, Parral, Nombre de Dios y fraccionamiento Continental.

El rugido del agua sorprendió a las personas en las casitas de la orilla. Esa furia de los elementos era algo desconocido para ellos, y su primera reacción fue asomarse al cauce del arroyo, crecido como nunca.

El Mimbre raptó vacas de unos ranchitos vecinos, llevaba perros ahogados, llantas de desecho, y los azorados vecinos distinguieron un automóvil que era arrastrado, pero como iba dando tumbos en el agua, no alcanzaron a ver si llevaba personas adentro.

Eran el caos y el terror. “¿Qué tanto va a seguir lloviendo? ¿Cuánto más aguantarán las casitas de adobe? ¿Se desbordará el arroyo y nos llevará también a nosotros?”

Los temores estaban justificados, sobre todo cuando la gente supo que, en otras partes de la ciudad, las corrientes se estaban llevando casas, calles y gentes.

“Cuando se calmó la lluvia, ya oscuro, oímos que nos gritaba, del otro lado del arroyo, un muchacho amigo mío, José Luis Pérez, compañero de la Liga de Beisbol de la Villa... quería ayuda”.

El testimonio es de Miguel Reyes Bueno, habitante de la colonia Renovación.

“Pero cómo ayudarlo, si nosotros estábamos de este lado, y ni manera de pasar para allá... el arroyo se lo llevó a él, a su mamá y una hermana suya. La muchacha se quedó atorada aquí nomás adelantito en un rancho.

Aquí no recibieron la ayuda de los Bomberos ni de ninguna corporación de emergencia.

En el puente que está cerca de la Casa del Estudiante Antonio Sosa Perdomo, los afanes de tres esforzados muchachos: Horacio Rosales, Macario Reyes y Armando Reyes, permitieron el rescate de una señora de edad y de dos chavalillos que estaban ahí atrapados en el puente, a punto de ser raptados por el torrente.

Otro beisbolista, Pedro Ruvalcaba, de la colonia Villa, murió arrastrado por El Mimbre en esta última colonia. Murieron también la mamá de Ruvalcaba, una hermana y una sobrina de él, quienes estaban justo dentro del camino que tomó el agua.

EL SÁBADO NEGRO DEJÓ CASI 100 MUERTOS

En su cauce alto, al noroeste de la ciudad, El Mimbre mide casi 15 metros de ancho en su paso por la colonia Renovación, pero se estrecha a cinco metros al entrar a la colonia Villa. Es el mismo arroyo cuyas aguas inundaron las calles de la Villa, que se llevó casas, piedras, automóviles, muebles y cadáveres durante la tromba de tristes recuerdos.

Algunos recuerdan aquel día como el “sábado negro”; otros, como “el día que se cayó el cielo”, pero la generalidad de la gente lo refiere como “el día de la tromba”, la fecha fatídica de un desastre que destruyó grandes sectores de la ciudad y que enlutó innumerables hogares.

Según el reporte oficial, el fenómeno destruyó 375 casas habitación, provocó 98 muertos, y dejó miles de damnificados. ¿Qué sucedió?

El 22 de septiembre de 1990, la lluvia que cayó fue de casi 130 milímetros, cifra muy cercana a la mitad de los 300 milímetros que caen como promedio histórico a lo largo de todo un año. Los cauces de los arroyos se llenaron y desbordaron con el agua torrencial que escurrió de las nubes. Las corrientes se abrieron paso por entre las calles y se llevaron por delante todo lo que les estorbaba, y todo lo arrasaron.

Las víctimas de la tromba se caracterizaron en su mayoría por vivir en colonias pobres, de improvisada urbanización, donde los “desarrolladores” despreciaron las fuerzas de la naturaleza que suelen desatarse y hacer caso omiso del trazo urbano.