Chihuahua, Chih.- A los 16 años de edad, El Cuervo comenzó a consumir cocaína para ver qué se sentía, lo que hacía seguido hasta el grado de agarrar “loqueras” desde el miércoles hasta el sábado. Uno de esos sábados por la noche, en una fiesta por la salida a Delicias, le ofrecieron una bolsa con polvo blanco que creyó era la droga que comúnmente consumía, pero no, era cristal, algo que jamás había consumido.
“Minutos después pedí un Uber y en el camino me empecé a sentir muy mal, era otro yo cuando llegué a la casa”, narra el joven,quien tras ponerse ropa para dormir, cerca de las dos de la madrugada del domingo, con todos en la casa dormidos, se le vino a la mente la idea de matarlos y luego salirse de la casa.
La historia documentada por el profesor Mario Trillo forma parte de un compendio de 14 entrevistas con jóvenes detenidos por diversos delitos: 10 por homicidio, consumado o en grado de tentativa, de los que cuatro están relacionados con grupos del crimen organizado; dos más por violación y otros dos por asalto a personas.
Contenidas en el libro “Cuando el silencio estalla. Testimonios reales de menores infractores. La otra cara de la juventud”, las entrevistas presentan los crímenes más crudos desde la visión de sus autores materiales.
El autor respeta totalmente los derechos humanos de sus entrevistados, a los que únicamente identifica con apodos que él mismo les puso; y no juzga a los jóvenes que, en confianza, le cuentan sus atrocidades, en buena medida vinculadas al maltrato infantil, a la violencia familiar y al consumo de drogas desde edades tempranas.
Trillo trata con adolescentes en problemas con la ley desde hace años y eso le ha servido para ganarse su confianza y cariño, así enfrenten las peores acusaciones imaginables como las relata en su obra; deliberadamente, el autor omite fechas, colonias, nombres y detalles para cuidar los derechos de los menores de edad, a pesar de tratarse de crímenes que, en su momento, impactaron a Chihuahua, especialmente a la capital y a Ciudad Juárez.
“El Cuervo” señala que desde los nueve años empezó a tener una mala relación con su mamá; nunca le pegaba, pero lo regañaba mucho, aduce, hasta que lo hizo explotar y entrando a la adolescencia comenzó a contestarle y a reñir con ella seguido. Esa relación en descomposición y, según “El Cuervo”, videos que veía en el celular de gente descuartizando personas y torturándolas, lo llevó a pensar en hacer lo mismo, para ver qué se sentía.
Su madre había hecho pareja con un señor, su padrastro, con quien había procreado una niña, su hermanita, y vivían todos juntos en una propiedad con todas las comodidades. Se llevaba bien con el hombre y con la pequeña, en medio de las tensiones con su mamá.
Esa madrugada, fue al cuarto de su padrastro, donde sabía que guardaba una pistola por seguridad, debido a que era comerciante y tenía varios locales en renta.
“Con la pistola regresé a mi cuarto, pero al estar revisándola, una bala se me cayó al suelo y me asusté mucho, como que eso me alteró y sin pensarla dos veces dice: es hoy, a la ver... Me fui al cuarto donde dormía mi mamá y fue a la primera que maté de un tiro en la pura cabeza. Ese primer plomazo me aturdió, pero me llenó de adrenalina. Inmediatamente le di otro a mi padrastro, él como que intentó levantarse por el ruido del plomazo, pero lo acosté de dos tiros en la cabeza y fui al cuarto donde dormía mi hermana”, relata. “Todo fue en chinga que ni se despertaron; a mi hermana no recuerdo dónde le disparé, ella tenía 12 años”.
Colchones, cobijas, paredes estaban llenas de sangre y de sesos, es la imagen que dibuja con palabras “El Cuervo”, quien como pudo sacó los cadáveres al patio de uno en uno, sacó gasolina de una cuatrimoto y les prendió fuego. Mientras ardían los restos en el exterior de la casa, recogió los casquillos del arma y los tiró en la taza del baño, escondió la pistola bajo una almohada y se puso a limpiar para dejar la casa como si nada hubiera pasado.
Sin dormir, a las ocho de la mañana fue en la camioneta de su padrastro a comprar más gasolina, tras darse cuenta que los cuerpos no se habían consumido. Olía a pollo, dice el joven, al retratar la escena: “a los cuerpos ya se les estaba cayendo el pelo, se les veían los huesos y se estaban abriendo del torso, para las 10 de la mañana me dije: pinches cuerpos no se queman bien, bien. Me metí a la casa y junto a un espejo estaba un hacha chiquita y pos me dije: los descuartizo, los desmiembro. Me los aventé a los tres: cabezas, manos, piernas, pies, brazos...”. El relato impacta a Trillo, así lo establece en su libro.
“El Cuervo” llenó bolsas para basura con las partes humanas, cargó la camioneta y fue dispersar los restos en las afueras de Chihuahua y Aldama, en un caso que primero fue considerado una venganza del crimen organizado, pero luego se descubrió como obra de una sola persona, familiar de las víctimas, señalada por otros familiares y los policías que días después comenzaron a considerarlo sospechoso, cuando investigaban la desaparición del hombre, la mujer y la niña.
“¿Por qué a tu hermana?”, cuestiona Trillo. “Pues arremangué con todos; era una niña, fue el jale parejo, con ella sí me llevaba bien”, es su respuesta, a la que agrega que también tenía buena relación con su padrastro, que lo “alivianó chido”.