Ciudad de México.- Desde el inicio de su administración, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha apostado por grandes proyectos de infraestructura que, según él, buscan detonar el desarrollo y la modernización del país. Dos de las obras más emblemáticas de su gobierno son el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA) y el Tren Maya. Sin embargo, estos proyectos, especialmente el Tren Maya, han estado envueltos en controversias y críticas que cuestionan su viabilidad, costo y el impacto ambiental.
Apenas hace unos días, López Obrador reafirmó su compromiso de inaugurar el Tren Maya antes de concluir su mandato. Este proyecto, que atraviesa el sureste mexicano, ha sido presentado como un motor de desarrollo económico para la región, prometiendo mejorar la conectividad y atraer turismo. No obstante, la realidad del Tren Maya dista mucho de las promesas iniciales.
Según un informe del IMCO (Instituto Mexicano para la Competitividad) el Tren Maya ha experimentado un sobrecosto del 228%. Originalmente el presupuesto proyectado era alrededor de 156 mil millones de pesos, el costo actual se estima supera los 511.2 mil millones, sin embargo, el Presidente López Obrador, como es usual en él, tiene otros datos, ya que él ha dicho que el costo total oscila entre los 200 mil y 300 mil millones de pesos. Este incremento ha sido justificado por las autoridades con argumentos que van desde la inflación hasta la necesidad de ajustes en la ruta y el aumento en los precios de materiales de construcción. Sin embargo, la magnitud del sobrecosto es alarmante y plantea serias dudas sobre la planificación y la gestión del proyecto.
Además del costo financiero, el Tren Maya ha generado una preocupación significativa por su impacto ambiental. La ruta del tren atraviesa importantes áreas naturales, incluyendo la selva de la Península de Yucatán, lo que ha llevado a la destrucción de hábitats y ha afectado a numerosas especies. Organizaciones ambientalistas y comunidades locales han denunciado la falta de estudios de impacto ambiental adecuados y la insuficiencia de medidas de mitigación.
La construcción ha afectado también a comunidades indígenas y locales, muchas de las cuales han sido desplazadas o han visto sus territorios y modos de vida amenazados. El gobierno ha sostenido que el Tren Maya traerá beneficios económicos y empleo a estas regiones, pero las voces críticas argumentan que los costos sociales y ambientales superan con creces los posibles beneficios.
López Obrador ha defendido sus megaobras como símbolos de su administración y de su visión de un México más justo y desarrollado. Sin embargo, muchos críticos ven en estos proyectos más un intento de dejar un legado faraónico que una verdadera respuesta a las necesidades del país. El AIFA, que ha sido objeto de burlas por su baja afluencia y problemas operativos, y el Tren Maya, con su sobrecosto y daño ambiental, son ejemplos de una gestión que prioriza la monumentalidad sobre la eficiencia y el bienestar sostenible.
Es indudable que México necesita proyectos de infraestructura que impulsen el desarrollo y mejoren la calidad de vida de sus habitantes. No obstante, estos proyectos deben ser planeados y ejecutados con responsabilidad, transparencia y una verdadera consideración por el medio ambiente y las comunidades locales. Las obras faraónicas de López Obrador, con sus altos costos y serios impactos negativos, parecen ser más un monumento a su gobierno que una solución a las necesidades del país.
En un país con tantas carencias y retos, el enfoque debería estar en proyectos sostenibles, bien planificados y ejecutados, que verdaderamente beneficien a la población. La historia juzgará si las obras de AMLO fueron un avance o un retroceso para México, pero hoy, es crucial cuestionar y exigir responsabilidad en la gestión de los recursos públicos y en la protección del medio ambiente.