Hace apenas tres años, en julio de 2021, dieron la vuelta al mundo las imágenes de un ejército negro que ingresó por brechas a la Sierra Tarahumara para asegurar el control sobre el territorio de Bocoyna y alrededores, hasta ahora con fuerte poderío del Cártel de Sinaloa.
Eran más de 100 hombres a bordo de decenas de vehículos, muchos blindados y equipados con armas de alto poder, de acuerdo a los reportes de inteligencia que recogieron algunos medios; eran los enviados de Ismael “El Mayo” Zambada, para reforzar a uno de los lugartenientes más conocidos y astutos de la región serrana de Chihuahua, Eddy Z. I., alias “El Zafiro”, de discreto, pero muy largo historial en el cártel.
Ante un oportunista Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), de Nemesio Oseguera, “El Mencho”, en aquel momento Zambada hizo jugadas estratégicas en sus territorios para impedir la incursión de este grupo.
El CJNG había aprovechado las debilidades de la organización sinaloense en varios puntos del país para aliarse con sus rivales locales. La sierra chihuahuense era y es vista como uno de los enclaves más valiosos para el crimen, de ahí que estuviera en la mira del grupo arribista, aliado ocasional de células del Cártel de Juárez.
El episodio reciente ilustra una de las posibles consecuencias que la captura de Zambada García, junto con Joaquín Guzmán López, "El Chapito", podría traer en la violenta operación de los cárteles que dominan el territorio estatal.
Si bien es sabido que tras la caída de una cabeza criminal surgen otras 10 para sucederla, la detención del líder histórico del Cártel de Sinaloa, que algunos consideran como el creador y manejador real de la leyenda de “El Chapo”, ocurre en un momento crítico para dicha organización.
Las pugnas internas de las que adolece el cártel existían con “El Mayo” como una de sus cabezas, a la par que “Los Chapitos”, hijos de Joaquín, y de la facción que dirige Aureliano “El Guano” Guzmán Loera, hermano del hoy sentenciado en Estados Unidos y tío de sus terribles muchachitos.
Tanto los rivales internos de Zambada como los de afuera seguramente ya olfatearon el rastro de sangre que dejó su captura, de ahí que es previsible el incremento en los niveles de alerta por las consecuencias que pueda traer consigo.
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La presencia del Cártel de Sinaloa y sus variaciones de la Gente Nueva está extendida por todo el estado, pero tiene un dominio mayor en alrededor de 30 municipios del estado.
La hegemonía lograda por una sui géneris estructura criminal más horizontal y diagonal que vertical, no ha sido suficiente para mantener la cohesión de las células que la conforman. Por el contrario, dicha hegemonía ha desatado pasiones, traiciones, venganzas y rivalidades que ni “El Chapo” en sus mejores tiempos pudo contener.
Así, vemos la fragmentación del cártel en pleno corazón del estado. En la capital, Salvador Humberto S.V., alias “El Verín”, al mando de una facción del Cártel de Sinaloa, ha desplazado a otros liderazgos de la misma agrupación gracias a una sólida alianza con corporaciones de seguridad de todos los niveles.
Sus rivales Los Salgueiro, que han tratado de atravesar desde el Triángulo Dorado hasta Chihuahua, han topado con pared, pero no dejan de buscar la forma de hacerle huecos a la red creada por “El Verín”, lo que ha detonado constantes confrontaciones sangrientas.
La pugna intestina es tal en la capital que ni La Empresa-La Línea ha sido tan dañina para el Cártel de Sinaloa. Con “El Mayo” fuera de la organización, es más fuerte la posibilidad de que se repitan y reediten las guerrillas locales de dos bandos internos. Otros municipios podrían mirarse en el espejo de la capital.
La semana anterior constatamos cómo en las puertas del Cereso de Aquiles Serdán, con todo lo que ello implica, “El Verín” mandó deshacerse de un recién liberado alineado con sus rivales, Manuel Villicaña, “El Largo Pol”, en lo que fue, al mismo tiempo, una demostración del poder logrado con la complicidad oficial y el nivel sangriento cada vez más alto de la batalla de la Gente Nueva.
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Fuera de la capital del estado, otro punto crítico para el Cártel de Sinaloa, que bien puede agravarse al descontar el liderazgo de Zambada, está en el Triángulo Dorado, especialmente la región de Guadalupe y Calvo, con los municipios y comunidades de los alrededores.
Entre varias pugnas regionales, la pelea interna del Cártel de Sinaloa en esta región es entre la facción de “El Guano” Guzmán Loera y sus sobrinos Iván y Alfredo Guzmán. Ellos representan los dos bandos en una disputa que de este lado del triángulo tiene como cabezas a la Gente Nueva de Los Salgueiro.
Con “El Mayo” fuera de la jugada, sometido apaciblemente a los dictados de la justicia de Estados Unidos, “El Guano” podría sentirse más libre de atacar posiciones que considera mal manejadas por sus sobrinos, y con ello intensificar otra de las varias guerrillas que de vez en cuando tienen picos de violencia reflejados en masacres y topones en los pueblos más apartados de la entidad.
La división entre “Los Chapitos” y su tío igual podría agudizarse en la amplia zona de influencia del cártel. La vimos recientemente también en Guachochi, donde pelean dos de la Gente Nueva el control de la plaza, Guadalupe L, alias “El Palapas”, y Alberto H., “El Cheyenne”, pero hay pugnas con antecedentes históricos que dan hasta para una novela de Televisa y alguna serie de Netflix.
La rivalidad añeja entre los grupos del cártel que controlan Guachochi y Batopilas, donde manda todavía Servando Meza, alias “El 21”; o la de éste con Los Salazar de Chínipas y alrededores, son muestras de esas pasiones desatadas en las entrañas de la delincuencia organizada. De esas pasiones que, como dijimos, ni “El Chapo” pudo controlar en sus mejores tiempos.
Desde luego, además de las debilidades internas, el cártel habrá de enfrentar las amenazas externas que vienen con su debilitamiento a causa de la detención de “El Mayo” y de Joaquín Guzmán hijo.
En el Valle de Juárez, por ejemplo, los grupos rivales pueden observar, quizás, alguna oportunidad que no se va a volver a presentar en mucho tiempo, para tratar de restarle dominio a un territorio que la Gente Nueva, con diferentes alianzas, no ha soltado en décadas.
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Estos son fragmentos a nivel micro de las consecuencias que podría traer la entrega, captura o rendición, lo que fuera, de una o dos cabezas del Cártel de Sinaloa a fines de la semana en El Paso, Texas. Son, tal vez, las repercusiones más violentas y aterrizadas que podríamos esperar en un frío análisis de todo lo que representa la estructura criminal dominante en buena parte del estado.
A nivel macro, la caída del emblemático socio de “El Chapo”, con la traición o acuerdo de "El Chapito", no puede quedar fuera de una muy intensa batalla electoral en Estados Unidos, entre el expresidente candidato Donald Trump -que en campaña ha amenazado incluso con bombardear posiciones de los cárteles en México- y la administración de Joe Biden, quien, retirado de la reelección, pretende dejar como sucesora a su vicepresidenta Kamala Harris.
El trofeo que representa Zambada para el gobierno de Estados Unidos da un impulso a la causa demócrata, que con ello trata de quitarle banderas de ataque a Trump.
Por otra parte, ¿qué papel juega la administración de Andrés Manuel López Obrador? El presidente de México quedó expuesto, en el final de su mandato, como cabeza de un gobierno que ni cuenta se dio de lo ocurrido ni participó en la captura o rendición del capo.
Al margen de su popularidad y su indiscutible triunfo electoral, el pobre papel de López Obrador en materia de seguridad se vio reflejado fielmente en este episodio histórico del crimen en México, cuyo poderío no puede explicarse si no es con la complicidad de los gobiernos y las corporaciones. De todos, todos los colores.
El triste papel de espectador es consecuencia de la debilidad mexicana mostrada en el combate a los cárteles, deficiencia que ha sido utilizada, especialmente por Trump y los republicanos, para tomar de piñata al país en medio de su pelea política.
Ese papel de simple espectador, lamentablemente, es el mismo que podemos esperar de las siguientes microhistorias de terror y violencia que podrían desatarse en las regiones del estado.