Domingo nueve de la mañana de un mes de julio de hace más de 40 años, el padre preparaba su maleta para abandonar el hogar, la madre destrozada ante lamentable decisión; el despertar a una realidad nueva y desoladora, llegaron días de depresión, tenía tres hijos que debía sacar adelante, solo estudio hasta tercero de primaria, con un futuro incierto y las circunstancias adversas, laboró en dos lugares de 6 de la mañana a 10 de la noche de lunes a sábado.
Rosa María, madre de tres hijos, ejemplo de la virtud de la fortaleza, soportó y sobrellevó un mal grave sin acobardarse, acometió bien dispuesta de modo honesto una obra difícil en tiempos difíciles: alimentar, formar, educar y proteger a sus hijos. Un día, a la hora de la comida estando todos presentes, la hija mayor dijo: ¿por qué nacimos pobres, por qué no ricos? la Madre respondió: no te quejes de la pobreza, Dios te dio inteligencia, voluntad y libertad, con eso te basta y sobra para salir adelante, solo ¡úsalos bien! El tiempo puso las cosas en su lugar, los hijos salieron adelante.
Sin desdeñar el papel y deber de los padres, hoy trataremos sobre la Madre. Me refiero a quien ha concebido o dado a luz a uno o más hijos; señora con cualidades como carácter protector y afectivo[1], sobre todo que, en estos tiempos la maternidad está mal mirada, temida y en muchos casos ridiculizada, la colaboración de hoy pretende ser un elogio a ellas, educadoras en las virtudes morales y religiosas, así como valores étnicos que enaltecen al ser humano.
En la Madre se verifica la concepción resultada de la fecundación, es quien durante nueves meses lleva consigo el nuevo ser, el organismo del ser humano en su fase de cigoto, el cual posee su propia esencia, de persona humana. Lo alimenta con y a través de su sangre; lo nutre con su leche, día y noche lo colma de mil cuidados, lo atiende en la enfermedad, no sin privaciones de descanso en esos días de fatiga, desvelos, dolor y sufrimiento; como ves nada más fiel en el mundo que el amor de una Madre, esta es una verdad que se comprueba todos los días.
La Madre acerca de la formación moral y religiosa de los hijos, tiene la certeza que esta empieza en la cuna, la cual se hace más demandante a medida que se da el crecimiento físico y psicológico de la prole, debido a la inevitable exposición de aquellos a la frivolidad, la disipación y los vicios. Aquí encontramos un fundamento del esfuerzo que realizan día a día para hacer comprender a los hijos la necesidad de continuar el camino de la verdad, la justica y del deber.
El fin de la educación de la Madre es la formación integral de la personalidad de los hijos, porque sabe a su modo que un hijo debidamente formado toma para sí los conceptos rectos que le enseña sobre las cosas y la vida, lo que incluye una voluntad orientada siempre al bien y servicio de los demás. Para ello, sabe mantener conversaciones intimas con los hijos de acuerdo a su edad.
La Madre muy a su modo, y en ocasiones de una forma no muy convencional sobre la cual muchos seguramente tendremos anécdotas, imprime en la personalidad de los hijos de manera paciente, inteligente, graduada, progresiva y fecunda hábitos, es decir, formas o pautas de comportamiento, que a la postre se convirtieron en virtudes como: el trabajo, la estudiosidad, la justicia, la disciplina, la limpieza, la amistad, la sinceridad, el amor, el don de mando, religiosidad, Etc. El triunfo es de ellas y creció en la medida que las virtudes se arraigaron en los hijos.
Como ves la Madre a su modo siempre tiene claro que: la educación al azar, construida a partir de pensamientos bonitos, sin aplicación y resultados concretos en la realidad o el dejar hacer y el dejar pasar, no construyen jamás un carácter, pues sabe perfectamente que lo que se arraiga en los hijos con la fuerza del hábito es lo que se queda, lo demás se lo lleva el viento.
Aunque con un día de retraso: Feliz día de las Madres.
[1] https://dle.rae.es/madre?m=form