El pasado 17 de julio, un medio electrónico local tituló así un inmundo conato editorial (https://laopcion.com.mx/la-fuente-movil/el-enquistado-20250717-495591.html). La nota reza, textualmente:

“Luisito Villegas anda fino loquito diciéndole a medio mundo que él será el bueno para el Órgano de Administración del Poder Judicial del Estado. Se ha reunido con decenas de nuevos juzgadores para pedirles que se alineen o decirles que en caso contrario llegará la guadaña judicial. Villegas Montes que sus facturas han sido saldadas de sobra y no hay modo alguno de retribuir nada más. Muy pronto se le olvidó que anduvo diciendo y prometiendo que se retiraría de lo mundano y se dedicaría a viajar por todos los continentes del universo. Pero como la ambición es canija y el corazón traicionero, se acomodó un proyecto, se lo auto compró y se auto designó como cabeza del nuevo órgano de Administración. Pero como dijo un ciego, ya veremos y el sordo a ver que se escucha, así que su suerte se conocerá en estos días”.

Si el animal (humanoide de trastornos patológicos multipropósito) que escribió esos párrafos hubiera ido a la escuela, si tuviera una noción elemental del oficio periodístico, si conservara al menos una pizca de vergüenza, y si no fuera el perfecto imbécil que demostró ser, definitivamente no habría perpetrado ese amasijo de mezquindad, torpeza e infamia; pero como efectivamente carece de todo eso —de formación, oficio, pudor y decencia—, es preciso que alguien le enmiende la plana.
Nunca, jamás, le he dicho a nadie que yo seré el bueno para el Órgano de Administración del Poder Judicial del Estado (OA); básicamente por dos razones: la primera, porque no lo sé; y la segunda, porque —como cualquier designación que provenga de los poderes del Estado— se trata de una decisión política; y en política, cualquier idiota lo sabe (menos el que escribió esa columna), “el que se mueve no sale en la foto”; por eso yo, quietecito, me veo más bonito; y hasta el día de hoy, lo reitero por este medio: no he dicho esta boca es mía.
¿Que quiero formar parte del OA? Sí. ¿Que si voy a formar parte? No lo sé; y si llego a formar parte, ésa ya es harina de otro costal; a mí no me toca decidirlo; pero además —y esto es clave—, a quien pase sus ojitos pizpiretos y vivaces por estos párrafos, le imploro que repare en lo estúpido de la afirmación, porque, ¿qué ganaría yo con andar de hocicón pregonando algo así? Absolutamente nada; y no sólo no ganaría nada, sino que perdería. Esa clase de ostentación podría ser vista como un exceso, como una imprudencia, como una torpeza estratégica; riesgo que ni loco iba a correr.
Ton’s, ¿qué pasó? Que al personaje que escribió eso (hombre de trampas prefabricadas y montajes) alguien le debió haber ensalivado la oreja —y vaya usted a saber qué más— o, de plano, le untaron el bolsillo para hacerlo escribir semejante disparate.
Aquí afirmo, sin rodeos, que sé quién de quién se trata. Sé que son aquellos que se sienten amenazados por mis palabras, por mis denuncias, por mi trayectoria. Llevo semanas publicando artículos donde denuncio a esos mal llamados magistrados electos que, día tras día, andan exigiendo espacios en las salas —que todavía ni saben cuál van a ocupar—, como perros callejeros olfateándose el trasero unos a otros, buscando con desesperación meter a sus achichincles y asegurarse lealtades. Porque tienen miedo; miedo de enfrentarse a personal profesional que los exhiba como lo que son: mediocres con toga, ignorantes que necesitan cómplices, no colaboradores.
Esa cáfila de humúnculos —sí, seres humanos en miniatura— necesita desplazarme a toda costa porque saben, y no se equivocan, que de quedar yo en el OA, lo primero que impulsaría sería el respeto irrestricto a la plantilla laboral del Poder Judicial del Estado; yo sí sé, sí quiero y sí puedo; pero esos futuros juzgadores lo temen por una razón muy simple: no entienden que fueron electos para impartir justicia, no para repartirse un botín administrativo que perjudicaría a miles de trabajadores honestos y a sus familias.
Vuelve a mentir el perro que escribió esos párrafos, huérfano de tacto político-mediático, al afirmar que me he reunido con “decenas” de nuevos juzgadores para pedirles que se alineen y amenazarlos con la guadaña judicial. La verdad es esta: me he reunido, a comer, con tres personas que ya eran amigas mías antes del proceso; y a los otros 332 juzgadores que integrarán el nuevo Poder Judicial, les consta —sin necesidad de juramento— que no les he hecho ni siquiera una llamada de felicitación; pero, más importante aún, a diferencia del asno que redactó esa nota, yo sí sé derecho, y sé que la guadaña la carga el Tribunal de Disciplina, no el OA.
Sobre las facturas “saldadas de sobra”, habría que preguntarle al autor —hambriento de trascendencia pública-mediática— qué entiende por eso; al día de hoy, yo no he recibido nunca, de nadie, ningún pago indebido. Llegué al cargo de magistrado antes de las dos últimas administraciones, y todo lo que he obtenido ha sido a cambio de trabajo. Así de simple; y no, estúpido escribidor anónimo, ensalivado de la oreja, el tobillo, el nudillo y el… ombligo: no se me ha olvidado que mi plan de vida era retirarme a viajar por el mundo entero; pero llegó la reforma judicial, y como a miles de compañeros en todo el país, ese proyecto se vio truncado. Lo lamento, sí; pero también lo asumo, porque mientras otros se quejan y negocian puestos, yo elegí seguir dando la batalla desde dentro.
Ahora bien, no quiero dejar de señalar algo fundamental: el pobre diablo que firmó (o más bien ladró) ese texto, no ejerce el periodismo: parasita sus formas; no escribe: babea; no informa: susurra encargos; no investiga: recicla rumores; pertenece a ese linaje de escribidores de pasquín que confunden la libertad de expresión con el libertinaje de difamación, y el teclado con un espejo retrovisor de sus propias frustraciones y miserias. En suma, practica lo que podría llamarse “periodismo de charco”: no salpica, pero apesta.
En resumen, el fulano en cuestión (histérico de trama pobre y miserable) no es periodista, sino un oficinista de la calumnia, contratado por horas y pagado con sobras; le llaman comunicador, pero lo suyo es otra cosa: escribir con la lengua ajena, desde la conciencia ajena, para servir intereses ajenos.
Termino: las últimas líneas de la nota, escritas por ese hombre díscolo, travestido en pinchurrienta mascota (y por la yunta de bueyes que lo asesora en sus ejercicios de periodismo perruno) no me aluden, porque si algo me ha caracterizado, y me seguirá caracterizando, es que por encima de cualquier ambición, antepongo mis convicciones; y el corazón —ese sí— lo tengo bien puesto: para quienes saben ser amigos, y no para los felones que venden la lealtad por un mendrugo.
La próxima vez, tinterillo, pregunta y yo te educo; y de paso, te busco quién te termine de amamantar.