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Nueva York.- Invertir no se trata de dominar los mercados; se trata de dominarte a ti mismo.

Ése era el principio medular de "El Inversor Inteligente", de Benjamin Graham, y, en gran parte, la razón por la que Warren Buffett lo llamó "el mejor libro sobre inversiones jamás escrito".

El énfasis de Graham en el autocontrol también es la razón por la que, aunque se publicó por primera vez en 1949, el libro aún es relevante hoy. De hecho, es más relevante que nunca.

Graham no sólo fue uno de los mejores inversionistas de todos los tiempos; puede haber sido el más sabio. Su brillantez intelectual, 60 años de investigación y su estudio de la historia le dieron una profunda comprensión de la naturaleza humana.

Como escribió: "El principal problema del inversionista, incluso más que su peor enemigo, probablemente sea él mismo".

Una nueva versión actualizada sale a la venta mañana 22 de octubre (el texto original de Graham permanece intacto; yo aporté comentarios que ponen cada capítulo en contexto para el inversionista de hoy).

Para ser un inversionista inteligente no se requiere un coeficiente intelectual estratosférico; se requiere disciplina y la capacidad de pensar por uno mismo.

Como señaló Graham, los inversionistas individuales "casi nunca" se ven obligados a vender acciones o fondos y, a diferencia de los gestores de cartera profesionales que son medidos continuamente contra el mercado, nunca tienen que preocuparse por lo que hacen otros inversionistas.

Esa independencia es tu activo más valioso, un lujo con el que la mayoría de los inversionistas profesionales sólo pueden soñar. Es lo que Graham llamó la "ventaja básica" del inversionista inteligente, pero, advirtió: "el inversionista que se deja arrastrar (por el comportamiento de otras personas) está transformando perversamente su ventaja básica en una desventaja básica".

Como yo sostengo en la nueva edición del libro, nunca ha sido más difícil ser un inversionista disciplinado e independiente. En los mercados incesantemente nerviosos e infinitamente conectados de hoy, el canto de sirena de los teléfonos inteligentes, las redes sociales y el video en streaming pueden tentarte a hacer más operaciones y copiar a la multitud.

Después de todo, a menudo tiene sentido, y se siente bien, unirse a la manada.

Probablemente no comerías en un restaurante vacío, ni comprarías un producto que no tiene reseñas positivas en línea ni comprarías una casa que a nadie más interesaría.

Si posees una acción en alza sobre la que puedes conversar en línea con miles de personas que la adoran, sentirás que perteneces a una manada de leones. Si posees una acción en picada que nadie quiere tocar, te sentirás como una persona non grata.

A partir del 2020, cantidades de inversionistas se unieron en Reddit, Twitter y Discord para conjuntar su poder adquisitivo e impulsar los precios de acciones como AMC Entertainment Holdings, GameStop y Bed Bath & Beyond. Unos cuantos líderes y madrugadores obtuvieron enormes ganancias.

Sin embargo, las multitudes no siempre tienen razón y sus errores son contagiosos. ¿Qué separa la sabiduría de la locura de la multitud?

En 1907, el estadístico Francis Galton describió un concurso en una feria agrícola en el que cerca de 800 visitantes intentaron adivinar el peso de un buey. Aunque muchos sabían poco o nada sobre los bueyes y sus conjeturas variaban mucho, su estimación promedio resultó coincidir exactamente con el peso del buey.

Los adivinadores de Galton tenían una variedad de puntos de vista, buscaban ganar un premio por su precisión, no conocían las estimaciones de otras personas y tenían que pagar una tarifa de inscripción. Los patrocinadores del concurso recogieron y contaron todas las conjeturas.

Los juicios de esa multitud eran independientes, confidenciales, diversos, incentivados y agregados, y, por lo tanto, notablemente precisos a la hora de estimar valores simples.

Pero los juicios de las multitudes de hoy son a menudo opuestos a los de Galton.

Los "influencers financieros", como Elon Musk y Chamath Palihapitiya, pueden provocar estampidas, aplastando la diversidad cognitiva al tiempo que innumerables personas se apresuran a emularlos.

En un frenesí, grupos de inversionistas en línea se aferran con todas sus fuerzas a acciones en ocaso como AMC o impulsan una acción popular como Palantir Technologies, que tiene un avance de más de 140% este año, a alturas que pueden ser insostenibles.

No hay barreras de entrada, no hay forma de autenticar las afirmaciones de conocimiento y no hay registro de cuán precisas son las opiniones.

Eso puede degenerar la sabiduría de la multitud en locura. El peso de un buey no cambia con las estimaciones que la gente haga del mismo. Sin embargo, si miles de especuladores deciden que una acción o criptomoneda vale 100 mil dólares, se disparará, al menos temporalmente, aun si carece de valor.

Unirse a la multitud puede cambiar tu forma de pensar, independientemente de cuánto te enorgullezcas de tu independencia. Esto es especialmente insidioso porque ocurre de manera subconsciente.

Un estudio reciente halló que los inversionistas en las redes sociales tienen cinco veces más probabilidades de seguir a los usuarios que están de acuerdo con ellos y verán casi tres veces más mensajes con los que están de acuerdo que con los que no están de acuerdo. El estudio demostró que caer en esa cámara de resonancia lleva a las personas a hacer más operaciones y obtener menores rendimientos.

Mientras tanto, ir contra el consenso activa circuitos en el cerebro que generan dolor y disgusto. Experimentos han mostrado que cuando descubres que tus compañeros no están de acuerdo contigo, tus elecciones tienen hasta tres veces más probabilidades de coincidir con las de ellos, aunque no tengas conciencia de estar influenciado.

En el mundo digital actual, esas influencias se han transformado en herramientas diseñadas para secuestrar tu atención, corroer tu paciencia y acabar con tu capacidad de pensar por ti mismo. (Jason Zweig / The Wall Street Journal)