La infancia de Brianna Michaud en la década de 1990 estuvo llena de pijamadas en casa de amigos. A veces su madre entraba a la casa y charlaba con los padres anfitriones durante unos minutos, pero no se hablaba de temas delicados como la autonomía del cuerpo, la seguridad de las armas o el uso de la tecnología, salvo la norma de no ver nada clasificado PG-13 o superior.
“Eran otros tiempos”, dijo Michaud, que ahora tiene 35 años.
No es de extrañar que hoy en día los padres experimenten más ansiedad en general. Hay una mayor concienciación sobre temas como los abusos sexuales y la violencia con armas de fuego, dijo Christy Keating, asesora de padres certificada en la zona de Seattle. Casi la mitad de los padres de Estados Unidos se describen a sí mismos como sobreprotectores, según una investigación de Pew publicada el año pasado.
Y quizá ningún escenario ponga más a prueba la vigilancia de un padre que la perspectiva de permitir que su hijo duerma en casa de otra familia. Para algunos padres, una solución es lo que en inglés conocen como “sleepunder”: los niños van a jugar, pero no se quedan a dormir.
Qarniz Armstrong, madre de tres hijos de 12, 14 y 20 años, nunca ha permitido que sus hijos pasaran la noche lejos de ella, ni siquiera con otros familiares. Sin embargo, quiere que sus hijos vivan experiencias normales de la infancia, por lo que se ha conformado con dejarlos asistir a pijamadas si puede llevarlos a casa a la hora de acostarse, aunque eso signifique las 2 o las 3 de la madrugada. Considerando la alternativa, decirles que no del todo, Armstrong, que tiene 43 años y vive en Murrieta, California, cree que éste es “un buen acuerdo”.
Su hijo mayor, Mecca, tiene un punto de vista diferente. Aunque cree que sus padres velaban por sus intereses, dijo: “definitivamente, me sentía excluido muchas veces”. Recuerda haber rogado a su madre durante dos horas cuando tenía 15 años que le dejara quedarse a pasar la noche, pero ella dijo que no. Para entonces, las invitaciones se habían ido agotando, y él “realmente no quería ser el chico que tuviera que irse antes”.
Esa fue quizá la parte más dura y solitaria: no necesariamente que lo recogieran temprano, sino ser el único chico que lo hacía. “Me habría sentido mejor si los padres de otros niños hubieran hecho lo mismo”, dijo.
Armstrong calcula que ha recogido a sus hijos de esa forma probablemente entre 10 y 12 veces cada uno. Y tiene un protocolo para hacerlo: primero llama a los padres para preguntarles quién va a estar allí, si llevan armas y qué piensan hacer esa noche. Luego entra en la casa donde dejará a sus hijos y saluda a los padres y a cualquiera que esté allí. “Tengo que dejar de preocuparme de lo que piensen los demás sobre cómo protejo a mis hijos”, dijo.
No todos los padres protectores recogen a sus hijos. Michaud organizó una “fiesta de pijamas de mamá y yo” con otra madre y dos niños en su casa de Silverdale, Washington, antes de que su familia se trasladara a San Diego en 2023. Consideró que era una forma estupenda de dejar que sus hijos, de 5 y 7 años, y sus amigos pasaran la noche juntos en un entorno seguro y familiar, dijo.
También era una buena forma de conectar con otros padres sin ser acosada por sus hijos. Mientras los niños jugaban con el cachorro de su familia, saltaban en la “fiesta de baile con glowsticks” y veían Sing 2, Michaud pudo relajarse un poco y ponerse al día tomando una copa de vino con la otra mamá. “Tienes la oportunidad de mantener conversaciones adultas que de otro modo no tendrías”, dijo.
Pero, ¿qué pierden potencialmente los niños por no pasar la noche en otro sitio? “Las pijamadas son una parte bastante normativa de la cultura infantil estadounidense”, dijo Sarah Schoppe-Sullivan, profesora de psicología familiar en la Universidad Estatal de Ohio, “y dan a los niños una oportunidad de independencia real”. En su propia experiencia, estar expuesta a diferentes estilos de vida y costumbres en las casas de sus amigos mientras crecía le inspiró una pasión de por vida por estudiar cómo funcionan las familias y sus efectos dominó en la sociedad.
Las pijamadas pueden ser divertidas y beneficiosas para los niños, pero los padres también sacan algo de ello: una noche libre de su hijos si se quedan la mañana siguiente. “Es una forma estupenda de intercambiar el cuidado de los niños”, dijo Keating. “Y una forma estupenda de conectar con otras familias”.
El truco, dijo Schoppe-Sullivan, es intentar alcanzar un equilibrio en el que uno sea cauto pero no sobreprotector. “Los padres que son excesivamente precavidos” con las pijamadas, dijo, “suelen ser excesivamente precavidos con otras cosas”, y eso puede causar problemas de ansiedad en los niños, a quienes se prohíbe asumir riesgos apropiados para su edad y, por tanto, desarrollar un sano sentido de la resiliencia y la autonomía.
La hija de 8 años de Toni Anne Kruse, madre de dos hijos que vive en Maplewood, Nueva Jersey, está preparada para quedarse a dormir la noche entera.
“De hecho, le molesta que la recojamos antes”, dijo Kruse, de 42 años. Lo que su hija está deseando hacer son pijamadas, y ya ha hecho unas 10, con “gente que conozco y en la que confío”, añadió su madre. Para Kruse, cuyos propios padres rara vez le permitían pasar la noche en casa de un amigo, las pijamadas son un “momento especial” para estrechar lazos con los amigos.
También admite que a ella personalmente le benefician las fiestas de pijamas: “prefiero estar cómoda y relajada en casa que tener que recogerlos en algún sitio” a altas horas de la noche.
“No quieres privar a tu hijo de experiencias formativas”, dijo.
Sin embargo, algunos niños prefieren su propio espacio. Aunque el hijo de Armstrong, de 14 años, ha asistido a una decena de pijamadas donde lo recogen más temprano, siempre disfruta del momento en que puede volver a casa y dormir en su propia cama. Nunca pide quedarse más tarde en casa de un amigo, y cuando vienen amigos a su casa, tiende a desaparecer pronto y prefiere dormir a socializar. “Le gusta su intimidad”, dijo su madre.
Dorina G., madre de 43 años de Los Ángeles, nacida en Irán y criada en Suecia, ya ha organizado unas 12 fiestas de pijamas para sus hijos, de 5 y 7 años, y sus amigos y familiares. Le encantan, sobre todo porque los adultos se reúnen —a veces con un catering de comida, a veces con lo que lleve cada quien, otras vestidos de etiqueta— hasta que termina la película de los niños, sobre las 10 de la noche, momento en el que todos se van a casa a dormir.
G., que pidió que no se revelara su apellido por razones de privacidad, y su marido organizaron una vez una fiesta de pijamas de padres e hijos en su patio trasero, en la que los padres dormían fuera en carpas con los niños mientras las madres se retiraban a la comodidad de sus camas.
Para G. y su familia, las pijamadas tradicionales no serán una opción hasta que sus hijos tengan al menos 13 o 14 años, dijo. Cuando crecía en Suecia, “disfrutaba mucho” pasando la noche en otras casas, pero “sabiendo lo que sabemos ahora”, dijo, su actitud y la de su marido han cambiado.
“Soy mucho más una madre preocupada”.