Cd. de México.- ¿Cuáles apodos recuerdas o sigues escuchando? A todos se nos viene a la mente, al menos, uno, ya sea porque en algún momento lo atestiguamos, porque pusimos alguno o porque lo recibimos.
Las generaciones de mayor edad crecieron con esta forma de sobrenombrar. Por el origen, la forma de vestir, el peinado o la apariencia física del compañero o amigo en cuestión, el apelativo surgía casi de manera espontánea en algún momento de las interacciones sociales.
Los apodos eran parte de la cotidianeidad del barrio, de la escuela, incluso de la familia.
Pero hoy los sobrenombres se usan menos, aseguran psicólogas consultadas, o al menos se busca que haya una conciencia sobre lo que esta forma de nombrar puede causar en las emociones de un niño o una niña, e incluso en un adulto.
Al respecto, hay quienes dicen que las generaciones de ahora "no aguantan nada".
"Antes sí eran duros los apodos, no que ahora, que no puedes decir nada porque luego, luego te reclaman", dice uno.
Sin embargo, el daño de un apodo hiriente es real, de ahí que el sistema educativo ha comenzado en los últimos años a incluir este tema como parte de la violencia escolar.
"Un apodo puede tener una carga emocional negativa si es impuesto, ridiculizante o peyorativo", indica en entrevista Vanessa Martínez, psicopedagoga y especialista en educación inclusiva.
"El modo en que nombramos a otros influye directamente en su percepción de sí mismos".
El uso de los apodos tiene diferentes dimensiones y su impacto puede ser relativo.
Son muy conocidos los líderes de la delincuencia organizada en México que utilizan un alias impuesto o creado, tal vez, por ellos mismos.
Incluso políticos e hijos de políticos han llegado a tener sobrenombres agresivos, mientras que para los personajes de la televisión llegan a ser una herramienta de popularidad. También están los apodos cariñosos en la familia o en la relación de pareja.
Pero están también los apodos que duelen, especialmente si se trata de niñas y niños.
"Yo tenía varios apodos", cuenta un hombre de 37 años. "'Cabezón', 'Cuadrito', 'Feo', 'Horrible', 'Creativo', 'Torín', 'Torito', 'Toro'".
"En algunos recuerdo que me daba vergüenza cuando escuchaban las niñas que los 'amigos' me hablaban así".
Se asocia a violencia escolar
Cuando un apodo es utilizado sin el consentimiento del infante o con intenciones de burla o exclusión, puede generar efectos emocionales significativos: baja autoestima, inseguridad, retraimiento e incluso ansiedad o síntomas depresivos, comenta Martínez.
"Los niños y niñas en etapa escolar están formando su identidad y, ser nombrados de una forma que los ridiculiza, puede dejar huellas profundas en su autoconcepto. Es así como la forma en que los niños son nombrados y tratados impacta su narrativa emocional y puede definir su resiliencia o vulnerabilidad ante las adversidades sociales".
El uso de apodos llega a representar una forma de violencia verbal o simbólica, sobre todo cuando refuerza estereotipos o diferencias físicas, culturales o de desempeño, indica la especialista. Estos apodos pueden derivar en acoso escolar.
El documento normativo Entornos escolares seguros (SEP, 2023) señala que las burlas reiteradas, los apodos ofensivos y la ridiculización verbal constituyen formas de violencia que deben ser prevenidas e intervenidas desde la escuela.
Mientras que el Protocolo de Prevención, Detección y Actuación en Casos de Acoso Escolar de la SEP considera que los apodos denigrantes son parte de las manifestaciones de violencia escolar.
Está documentado que el lenguaje humillante y los apodos juegan un papel clave en la exclusión social y deben considerarse como forma de violencia psicosocial.
Los códigos de ética para docentes y personal educativo (SEP) sugieren siempre el uso del nombre propio en contextos escolares, como forma de garantizar la equidad, el respeto y la inclusión, indica Martínez.
El Modelo de la Nueva Escuela Mexicana, agrega, exige que todas las formas de comunicación respeten la dignidad, la individualidad y la voz de cada persona, y que cada niño se sienta validado y aceptado por quien es, sin etiquetas.
"En consulta psicológica es frecuente observar que los apodos forman parte de dinámicas de acoso escolar", señala Martínez.
"Muchos niños y niñas relatan cómo un apodo ha sido el punto de partida para burlas persistentes, aislamiento o discriminación. En adultos, también se presentan secuelas de estos apodos, especialmente si fueron humillantes o asociados a una etapa dolorosa de su vida".
El único uso de un apodo que recomienda la SEP es para navegar seguro por internet. La dependencia federal aconseja a los niños usar un apodo o alias.
"Así te proteges y sólo tus amigos y familiares sabrán que eres tú", aconseja la dependencia.
Señal de respeto
Taydé Sánchez, terapeuta e integrante de la Asociación de Psicólogos Escolares de México, A.C., comenta que los apodos se siguen presentando en las nuevas generaciones, pero en un porcentaje bajo en comparación con los años anteriores.
"Necesitamos identificar la figura y el valor que otorga el nombre propio a la persona", explica. "A partir del claro entendimiento de esto, no sería permisible usar otro nombre, mote o apodo para una persona que posee un nombre propio".
Antes de utilizar un apodo para dirigirse a una persona, la psicóloga Sánchez recomienda tener presente que toda persona tiene un nombre.
"Y es una señal de respeto y valor hacia los demás el identificarlo y nombrarlo", afirma.
"No tenemos la certeza de cómo ese apodo le afecte negativamente, ya que muchas veces no tienen la fuerza para solicitar que no se le siga repitiendo. También se dan por vencidos ante la tarea de ir solicitando que ya no se le nombre así".
Y es que, concluye, aunque en apariencia una persona pueda estar de acuerdo con su apodo, es difícil saber con certeza que realmente lo acepte y reciba positivamente.
Toma en cuenta
Considera que ponerle un apodo a alguien es un acción que toca su dignidad.
También revisa:
- Si la persona lo ha aprobado explícitamente.
- Si el apodo no remite a burlas, estigmas o discriminación.
- Si el contexto lo hace adecuado (es distinto un ambiente afectivo que un entorno formal o educativo).