El grito arranca como una onda desde el personaje más improbable, va in crescendo de una adolescente a la siguiente y las impulsa al otro lado del escenario solo con la fuerza de sus pulmones. Cuatro voces se elevan y cuatro cuerpos se contorsionan: ¡aaahAAAAAAHHHHH!
Es una escena destacada de John Proctor Is the Villain, la exitosa comedia dramática de Broadway que retoma la obra El crisol a través de los ojos de un grupo de estudiantes de secundaria que son feministas en ciernes. Llega un momento en que estas chicas están hartas: de las presiones sociales, de los dramas familiares y, sobre todo, de las figuras de autoridad masculinas cuestionables. Lo único que les queda es desahogarse a todo volumen.
“Gritan tan alto y durante tanto tiempo”, indicaban las notas de dirección escénica, “que parece toda una vida de gritos. Es increíble”.
Los miembros del público ríen y aplauden ese momento, y también empiezan a llorar, según relata Kimberly Belflower, autora de la obra. Ella lo entiende.
“A las adolescentes las vigilan muchísimo, las observan y cosifican, y se espera que sean de una determinada manera”, dijo Belflower, de 38 años. “En muchos sentidos, no hay forma de ganar. Así que tan solo tener la oportunidad de sacudirse esa expectativa y ser feas y ruidosas abre algo”.
El maratón de gritos de John Proctor es la expresión más reciente de una oleada de mujeres jóvenes y chicas que han decidido dar rienda suelta a su voz, en escenarios y en clubes de rock, en estadios y pantallas, e invitar a todo el mundo a unírseles. “Ahora, quiero que piensen en algo o en alguien que las haga enojar”, le pidió Olivia Rodrigo a la multitud durante su gira Guts World Tour. “Y cuando se apaguen las luces, griten lo más fuerte que puedan y desahóguense”.
Culturalmente, ser una chica ha sido durante mucho tiempo sinónimo de frenesí: son ejemplos de ello las pijamadas, las chicas fanáticas o las víctimas del terror (o el clan convertido en brujas de El crisol, la obra de Arthur Miller de 1953). Pero los gritos ahora son expresión de algo más: de exasperación y rabia, de alivio eufórico o de asombro reprimido, entre otras emociones complicadas. Que se invite a las jóvenes a gritar juntas en público, que se normalice en vez de ser algo secreto o lunático, parece una nueva faceta de lo que está permitido en la juventud de las mujeres.
Florence Welch, la etérea lideresa de Florence + the Machine, tituló su nuevo álbum (cuyo lanzamiento está programado para el 31 de octubre) Everybody Scream. Dijo que estaba pensando en las “connotaciones más masculinas” de esas palabras cuando se gritan en un concierto, “e invirtió esa bravuconería para convertirla en un grito de furia y frustración femeninas”.
Gritar es elemental. “Antes de adquirir el lenguaje, todos sabemos chillar. Es casi como un instinto básico”, señaló Fina Strazza, quien obtuvo una nominación al Tony por su interpretación de Beth, la cerebrito que se desata primero en John Proctor. “Siempre siento como una especie de zumbido que me recorre el cuerpo después de gritar”. (Los actores se entrenan para hacerlo sin dañarse las cuerdas vocales).
Strazza, de 19 años, se desliza sobre las rodillas hacia el final de su estallido como toda una estrella de rock. Rugir en esa posición es especialmente poderoso, dijo que la hace sentir como una leona, y añadió: “Hay algo en ser mujer que se siente muy primigenio”.
En la obra, los gritos parecen necesarios e inevitables, dijo Danya Taymor, directora de la producción, aunque sea una liberación que quizá no dure. “Me recuerda a un día de verano muy caluroso en el que hace falta que llueva”, dijo.
“Creo que probablemente la gente debería gritar más de lo que lo hace”, añadió.
Aquí tienes la oportunidad de unirte:
Rodrigo, de 22 años, resume los interminables y espinosos conflictos de la juventud femenina en su himno dulce y mordaz “All-American Bitch” (“Grito por dentro para lidiar con eso como ahhhhhhhh”, canta con una sonrisa forzada. En vivo, en ese momento le da la señal al público para que se desahogue).
La cantautora subrayó que esa experiencia comunitaria es especialmente resonante. “Estar en una habitación llena de desconocidos y poder compartir un momento íntimo de liberación emocional como un grito es muy poderoso”, recalcó. Esos latidos de conexión son “lo que hace que la música en vivo sea tan importante y conmovedora”, añadió. “Es catarsis emocional en su estado más puro”.
The Linda Lindas, una banda californiana de punk integrada por adolescentes, ha dado gritos a todo pulmón desde sus primeros conciertos (cuando su integrante más joven aún estaba en la escuela primaria). A menudo encabezado por la guitarrista Bela Salazar, de 20 años, es un destello de ferocidad entre la banda y el público a mitad de concierto.
The Lindas se unen a una larga lista de mujeres punk con un potente chillido, como Poly Styrene, de la influyente banda británica de la década de 1970 X-Ray Spex; la pionera del movimiento riot grrrl Kathleen Hanna, y la cautivadora lideresa de los Yeah Yeah Yeahs, Karen O. Ahora incluso superestrellas del pop como Lady Gaga hacen estallar los oídos (con un grito prolongado durante “Killah” en su Mayhem Ball). También es el caso del grupo indie de Carolina del Norte Wednesday, liderado por Karly Hartzman, de 28 años. En el nuevo álbum del grupo, Bleeds (que se publicará el 19 de septiembre), Hartzman da un golpazo con el tema “Wasp”.
“A veces un grito es más preciso para comunicar” que una letra, dijo. No ensaya la voz, tiene que salir de forma orgánica, y cuando surge es terapéutico: “Debo tener un estado mental muy específico”, aseveró. “Gritar durante nuestros sets se ha convertido en una parte muy sagrada de mi vida”.
Addison Rae, estrella de TikTok que se convirtió en novata del pop, estaba en el estudio con Charli XCX y A.G. Cook grabando una versión de “Von Dutch”, cuando Rae, de 24 años, gritó de repente. “Una toma. Ninguna de nosotras sabía que iba a pasar”, escribió Charli en TikTok.
El concepto inicial de Welch para el lanzamiento de su álbum era un video en el que aparecía gritando en un agujero. Pero explicó que, como “su formación es de ópera, no de metal”, no podía hacer las voces sin causarse daño. Las dobló Arrow de Wilde, cantante del grupo Starcrawler.
E hizo eco. “El principal comentario que recibí en un video en el que gritaba hacia el suelo fue ‘yo igual’”, compartió Welch, de 39 años. “Cualquiera que intente sobrevivir el día dando gritos por dentro, espero que pueda venir a mi concierto y dar gritos por fuera”.
Incluso en la pantalla, donde el aullido espeluznante es un elemento cinematográfico básico, hay nuevas dimensiones. En Midsommar, película de terror de 2019, hubo una secuencia que a su protagonista, Florence Pugh, quien ahora tiene 29 años, le pareció “aterrador” rodar. Dijo más tarde: “La escena en la que todas sacábamos lo que traíamos dentro y dábamos gritos de guerra y gritábamos en la cara de las demás”. Pero en esa intensidad compartida se sintió apoyada, no sola y asustada. “En esta escena”, dijo, “encontré una verdadera hermandad”.
Para Belflower, la dramaturga de John Proctor, los gritos en cascada se inspiraron en muchas referencias: su propia experiencia al asistir a conciertos de hardcore en su edad adulta, los escritos de Audre Lorde, un poema de Diane Seuss titulado “Cowpunk” en el que menciona actuar en El crisol: “giving me / license to go into fits / in front of the student body” (me permitió / tener arrebatos / delante del alumnado).
Notablemente, la obra de Belflower comenzó su vida en el circuito universitario, y esa escena también les dio un escalofrío de alegría a las actrices y al público. Cuando las mujeres jóvenes se juntan y dejan salir lo que traen dentro del alma, dijo, “se nota cuán delicioso se siente”.