A principios de 2020, cuando se publicó en línea la primera secuencia genética del nuevo coronavirus, los científicos estaban listos. En cuestión de horas, comenzaron a diseñar una vacuna. En cuestión de semanas, los ensayos clínicos estaban en marcha. Esa velocidad sin precedentes, que salvó millones de vidas, fue posible solo porque años antes Estados Unidos invirtió en una tecnología de vacunas llamada ARNm. Hoy, ese trabajo se está postergando y, con él, nuestra mejor oportunidad de responder rápidamente ante la próxima amenaza.

El Departamento de Salud y Servicios Humanos anunció recientemente la finalización de 22 proyectos de desarrollo de vacunas de ARNm bajo la Autoridad de Investigación y Desarrollo Biomédico Avanzado (BARDA), lo que detendrá casi 500 millones de dólares en inversiones. Esta decisión socava uno de los avances médicos más significativos en décadas, una tecnología que podría proteger a millones de personas más de las amenazas futuras.

Conozco los riesgos porque fui director de BARDA cuando Estados Unidos decidió invertir fuertemente en ARNm. Esa inversión no comenzó con la COVID-19. Empezó en 2016, cuando nos enfrentamos al brote del virus del Zika. Necesitábamos una forma de diseñar una vacuna en días, no años, para proteger a las mujeres embarazadas y a sus bebés de defectos congénitos devastadores. Los enfoques de vacunas anteriores eran demasiado lentos. La solución fue el ARNm: una tecnología flexible y de respuesta rápida que podía reprogramarse para cualquier patógeno una vez conocida su secuencia genética. Esa inversión inicial sentó las bases para la rapidísima respuesta a la COVID-19 cuatro años después.

BARDA no fue la única agencia gubernamental que realizó inversiones tempranas en la investigación del ARNm. El Departamento de Defensa y la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa ya habían reconocido el potencial del ARNm para una acción rápida contra amenazas biológicas emergentes, incluyendo aquellas que podrían ser utilizadas como armas. A nivel mundial, la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias, la Organización Mundial de la Salud y la Fundación Bill y Melinda Gates destinaron recursos sustanciales al desarrollo de la tecnología para virus con potencial pandémico. Estos esfuerzos conjuntos crearon una base científica y de fabricación que permitió al mundo avanzar a gran velocidad cuando surgió la COVID-19.

Durante la pandemia, las vacunas de ARNm pasaron de la secuencia genética del virus a ensayos en humanos en menos de 70 días. Se evaluaron en ensayos amplios y rigurosos, cumpliendo con los mismos estándares de seguridad y eficacia que otras vacunas. Para finales de 2021, habían salvado aproximadamente 20 millones de vidas en todo el mundo, incluyendo más de un millón en Estados Unidos. Redujeron las tasas de hospitalización y mortalidad, disminuyeron el riesgo de COVID persistente y ayudaron a las economías y comunidades a reabrir antes.

La tecnología de ARNm no es una vacuna única. Es lo que los científicos describen como una plataforma que puede adaptarse rápidamente a virus nuevos o mutantes, combinarse para abordar múltiples variantes y fabricarse mediante un proceso optimizado que reduce la dependencia de las frágiles cadenas de suministro globales. Actualmente se está probando para vacunas personalizadas contra el cáncer, terapias autoinmunes y tratamientos para enfermedades raras. Se está estudiando para proteger contra patógenos como los virus Nipah, Lassa y Chikungunya, amenazas que podrían causar la próxima emergencia mundial.

Como toda tecnología, el ARNm tiene limitaciones. Las vacunas diseñadas para proteger contra infecciones respiratorias, ya sea desarrolladas mediante ARNm o tecnologías más antiguas, generalmente son más eficaces para prevenir enfermedades graves que para prevenir infecciones. Es un desafío científico que podemos abordar con vacunas de nueva generación. La respuesta a las limitaciones es la mejora, no el abandono.

Las narrativas políticas sobre el ARNm han generado confusión, lo que genera desconfianza. Sin embargo, la evidencia científica demuestra consistentemente que esta tecnología es segura y eficaz, y tiene un enorme potencial para futuras vacunas y tratamientos. Algunos han afirmado que el ARNm fomenta mutaciones virales o prolonga pandemias.

La investigación indica lo contrario. Las mutaciones surgen cuando los virus se replican. La vacunación puede ayudar a reducir las probabilidades de replicación del virus, lo que a su vez reduciría las posibilidades de mutación. Otros críticos señalan preocupaciones sobre la seguridad. Con más de 13 mil millones de dosis de vacunas contra la COVID-19 administradas en todo el mundo, incluyendo cientos de millones de dosis de ARNm, la evidencia muestra que las complicaciones graves son muy poco frecuentes y ocurren con tasas comparables a las de otras vacunas. La mayoría de los efectos secundarios son leves y de corta duración.

Si Estados Unidos abandona el ARNm, no solo estará perdiendo una ventaja en materia de salud pública, sino también un activo estratégico. En términos de seguridad nacional, el ARNm es el equivalente a un sistema de defensa antimisiles para la biología. La capacidad de diseñar, producir y desplegar rápidamente contramedidas médicas es tan vital para nuestra defensa como cualquier capacidad militar. Los adversarios que inviertan en esta tecnología podrán responder con mayor rapidez a los brotes, protegiendo a sus poblaciones antes que nosotros.

Actualmente, Estados Unidos cuenta con una ventaja decisiva en la ciencia del ARNm, la capacidad de fabricación y la experiencia regulatoria. Sin embargo, en una era en la que las amenazas biológicas pueden manipularse, perder esta ventaja competitiva dejaría a Estados Unidos vulnerable y dependiente de otros para obtener herramientas vitales.

Las consecuencias de cancelar los contratos de ARNm afectarán a más naciones, no solo a Estados Unidos. Muchos países han estado desarrollando capacidad regional de fabricación de ARNm. Que un líder como Estados Unidos se retracte ahora socava ese esfuerzo y debilita nuestra capacidad colectiva para responder al próximo brote. Significa optar por enfrentar la próxima amenaza biológica con menos defensas y herramientas más lentas, mientras otros desarrollan velocidad y fuerza.

Hay un mejor camino a seguir. El Departamento de Salud y Servicios Humanos puede colaborar con científicos, expertos en salud pública y líderes de seguridad para perfeccionar y mejorar la tecnología de ARNm, preservando al mismo tiempo los programas críticos y la capacidad de producción. Al recalibrar el apoyo en lugar de cortarlo, podemos mantener esta poderosa herramienta lista para cuando más se necesite. La próxima crisis no esperará a que reconstruyamos lo que hemos desperdiciado.