La otra vez me contaron, y hasta me enseñaron una foto, de un señor al que le encontraron una bola de gusanos en una oreja. El tal señor, dicen, llegó a consulta urgente con el médico en una clínica rural, porque ya no aguantaba una tremenda comezón que no lo dejaba dormir y que se le estaba convirtiendo en dolor de cabeza, pero de aquéllos, peor que una migraña...

El clima de San Juanito, dicen, es uno de los más sanos en el país, no para las enfermedades de los pulmones, que es muy malo el frío, sino para los bichos y parásitos de todo tipo que prosperan en climas tropicales. Eso dicen, pero ¡pregúntenle al señor ése. al indígena que casi se le revienta la cabeza!

En pleno verano, según cuentan sus vecinos en el pobladito de Casalachi, el señor don Telésforo, que así lo conocían, sufría una gran tortura. Dicen que los síntomas se le empezaron a manifestar de a tantito en tantito, casi ni sintió al principio. “Que le empezó a hormiguear la nariz, con cosquillas leves que el hombre aliviaba con rascarse un poco con la uña del dedo. La cosquilla se le recorría de una fosa nasal a la otra, y se comenzó a desesperar”.

La medida que tomó el desdichado fue aplicarse agua con sal en la nariz, volteado él con la cabeza hacia arriba, según para que le penetrara la solución. ¿Qué efecto tuvo la lavada? Además de estornudar, le salieron unos pocos, dicen que tres o cuatro cositas como arrocitos: así, blanquitos y como huevitos alargados pero blandos. De un uñazo, el señor aquel agarró aquellas pupas y las destripó entre las uñas de sus pulgares, y sólo salió de ahí una agüita amarillenta y breve al despanzurrarse.

Aquello eran definitivamente animales, pensó el hombre, y tuvo la intención de continuar con los lavados de nariz, pero como desapareció la comezón, así quedó ya todo.

Ah, pero en cosa de una semana volvió la urgencia de querer rascarse ante una comezón que era entonces más que intensa. Se provocó estornudos con talco, con tierra, con pimienta y hasta con té de manzanilla, pero nada salió esta vez de las fosas nasales del individuo.

Casi se volvió loco. El prurito era tremendo en su intensidad, y a punto estuvo de golpearse la cabeza en la pared, sólo para provocarse la inconsciencia que lo salvara de semejante tortura. El suicidio rondó por su testera, pero se alejó a voluntad de soluciones de ese tipo, tan radicales. Lo que sí no pudo evitar fue golpearse la cara con ambas manos y saltar bamboleante de la misma forma que una perilla de boxeo.

Si no hubiera sido una situación tan trágica, sus vecinos se hubieran burlado y reído sin cesar del desafortunado sujeto. Pero decidieron ayudarlo, y entre tres hombres lo subieron a un burro y lo ataron a los ijares, y dieron vuelta a la cuerda y aun sobró para sujetarle las manos y los brazos para evitarle una caída o que se siguiera haciendo daño.

En la clínica de la cabecera municipal, los doctores le sacaron de en medio de la cabeza, a través del aparato respiratorio, una bolsa extrañísima como un cuajo de vaca que envolvía una bola de gusanos que, suponen, se salían de esta especie de útero y se le introducían en el cerebro y le recorrían incluso el oído interno y todos los tubos y mucosidades del cráneo.

Fue algo insólito, porque resultaron ser larvas de mosca. Sólo que las larvas de mosca no se forman en bolsas, y nunca, que se sepa, dentro de un ser vivo. Total, que el señor aquel de Casalachi estuvo una semana en tratamiento para extirparle aquella cosa que lo invadió asquerosamente por dentro.