Chihuahua, Chih.- Desde los 14 años, El Faraón vivía “prendido” del cristal en su natal Navojoa, Sonora, de donde fue reclutado para trabajar en la sierra de Chihuahua a través de un “compa” que, igual a él, había vivido con muchas carencias y necesidades insatisfechas.
Solo fue hasta primero de secundaria, antes de comenzar a drogarse y buscar formas de ganar dinero, primero como lava carros y luego, con su “compa”, como “soldado” en la sierra, a donde iría “para jalar con la maña”.
En San Rafael, municipio de Urique, lo entrenaron, lo pusieron a correr todos los días en un campamento criminal, donde le enseñaron también a utilizar el radio de comunicación, a tirar con pistolas escuadras y hasta con cuernos de chivo.
Eran ocho mil pesos al mes “por estar en el cerro”, viendo la carretera y los caminos, cuidando y avisando si veía soldados o policías. No le faltaba comida y le sobraba dinero, que comenzó a gastar “en viejas, droga, ropa, me la pasé chido”.
Así llegó su primera misión de mayor compromiso con el grupo criminal que lo había traído de Sonora a Chihuahua, para prepararlo como sicario.
La historia documentada por el profesor Mario Trillo forma parte de un compendio de 14 entrevistas con jóvenes detenidos por diversos delitos: 10 por homicidio, consumado o en grado de tentativa, de los que cuatro están relacionados con grupos del crimen organizado; dos más por violación y otros dos por asalto a personas.
Contenidas en el libro “Cuando el silencio estalla. Testimonios reales de menores infractores. La otra cara de la juventud”, las entrevistas presentan los crímenes más crudos desde la visión de sus autores materiales.
El autor respeta totalmente los derechos humanos de sus entrevistados, a los que únicamente identifica con apodos que él mismo les puso; y no juzga a los jóvenes que, en confianza, le cuentan sus atrocidades, en buena medida vinculadas al maltrato infantil, a la violencia familiar y al consumo de drogas desde edades tempranas.
Trillo trata con adolescentes en problemas con la ley desde hace años y eso le ha servido para ganarse su confianza y cariño, así enfrenten las peores acusaciones imaginables como las relata en su obra; deliberadamente, el autor omite fechas, colonias, nombres y detalles para cuidar los derechos de los menores de edad, a pesar de tratarse de crímenes que, en su momento, impactaron a Chihuahua, especialmente a la capital y a Ciudad Juárez.
“¿Tu primera misión difícil, cuál fue?”, le cuestiona Trillo a El Faraón. “Descuartizar a un güey”, le responde. “Me quedé frío con su respuesta, no esperaba algo así, después de un breve silencio de los dos, sin que yo le pidiera que me platicara, comenzó a relatar aquel hecho”, asienta el autor de “Cuando el silencio estalla...”.
Mientras estaba en el cerro en su tarea, le hablaron por radio para que fuera al campamento, donde, a bordo de una camioneta, estaba “un vato amarrado”. Un jefe le dijo que le tenían una misión y él respondió que estaba puesto, para lo cual empuñó de inmediato la pistola que traía fajada.
“Con la fusca no, con la motosierra”, le indicó su jefe. “Ni pedo, a la ver... Ya estoy aquí en el desmadre”, eso pensó, pero lo único que dijo fue: déjeme primero pegarme un gallo”. “Pégate todo el gallo que quieras, pero esa misión queda para hoy”, fue la instrucción.
Forjó el cigarro, lo consumió y sin que nadie le recordara la tarea, tomó la motosierra y empezó con los pies, para luego cortar las demás partes del cuerpo hasta que la víctima dejó de gritar mientras seguía desangrándose. Después le pidieron que hiciera un hoyo en la tierra y que lo enterrara. Tenía 16 años de edad cuando se estrenó como descuartizador y se ganó el respeto entre los criminales, quienes lo ascendieron de “halcón” a pistolero, con dos mil pesos más de sueldo.
La carrera delincuencial que había comenzado ya no tenía retorno. Participó en enfrentamientos en apartados lugares de la sierra, corrió por su vida cuando le disparaban desde un helicóptero en el camino a Cerocahui, municipio de Urique y hasta duró encerrado tres días en un cuarto donde lo dejaron junto con otro sicario en formación, escondiéndose de operativos.
A su corta edad contabiliza 15 víctimas mortales. “Todos fueron contras, a unos me los aventé en balaceras, otros más en el campamento. De los 15, a tres los decapité y entregué las cabezas a los contras con una manta”, relata con cierta frialdad el joven que cada lunes daba las órdenes a la escolta que encabeza los honores a la bandera en el Cersai.
No es procesado El Faraón por los homicidios, sino por el secuestro de una persona que tenía armas escondidas, a quien sus compañeros ya tenían visto para “levantarlo”. “No era por dinero el secuestro, era por información”, señala.
Encerrado en Chihuahua y sin visitas de sus familiares, El Faraón piensa en buscar un trabajo legal, regresarse a Sonora o irse a Estados Unidos, pero advierte que si no logra vivir bien, “me vuelvo a meter al desmadre”. Si pudiera cambiar algo de su vida, dice, sería la pobreza con la que creció.
El libro de Mario Alberto Trillo Corral contiene las historias, contadas en primera persona por los mismos protagonistas, de 14 jóvenes que estuvieron en reclusión en el Cersai de Chihuahua, pero además cuenta con el prólogo del doctor Anastacio Santos Álvarez y una introducción del autor.
“La inseguridad pública es responsabilidad compartida, porque la violencia nació en casa, en la escuela, el trabajo; en la casa, muchos padres de familia cultivan su vida diaria con gritos, amenazas y golpes, alejados del diálogo y la paciencia. Esa actitud negativa se va heredando por generaciones y los niños aprenden a ser violentos desde el hogar...”, expone Santos Álvarez en su análisis de la obra y las circunstancias que retrata.
Por su parte, el Trillo señala que cuando se dan cita la falta de oportunidades, la pobreza, la necesidad de dinero, las drogas, la ausencia de amor, la carencia de la familia y de valores, surgen este tipo de historias que parecen sacadas de una película, pero desgraciadamente son verdaderas.
“Crímenes de alto impacto cometidos por adolescentes de entre 14 y 18 años nos obligan a hacernos una pregunta: ¿Cómo es que un joven puede llegar a hacer algo así? Ellos nos muestran una realidad desatendida y que nos compromete a voltear a ver las necesidades que como sociedad hemos desatendido”, asienta.
El autor también expone la crítica realidad numérica vigente al momento de la obra en Chihuahua, a nivel estatal. En 2020, dice, fueron procesados 84 adolescentes, de los cuales nueve eran mujeres; para 2021 la cifra aumento a 130 en total, de los que 13 eran mujeres.